ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
“Adiós, te quiero”, “Cuídate, por favor. No hagas tonterías”. Así se despidieron las mujeres y los niños de sus maridos y padres el jueves, como si fueran a una guerra. El fuego llamaba a las puertas de Castromil y desde la Junta de Castilla y León llegó la orden de desalojar, pero un grupo se quedó a defender su pueblo y, durante 48 horas, lo dieron todo en una batalla que ganaron parcialmente. Extenuados, con hambre y con la cara y las manos negras, lograron que el fuego no tocara las casas, aunque todo lo que quedó a su alrededor es el esqueleto de los árboles y un desolador manto negro de tierra quemada.
Una de las técnicas del buitre para identificar dónde se encuentra la carroña es el avistamiento de un grupo de otros buitres sobrevolando un punto concreto. Tras detectar la imagen, el ave se suma a la bandada, aumenta el número de ejemplares y eso provoca que más buitres acudan al lugar en busca de los cadáveres de animales. Una escena así ocurre a mediodía de este sábado en el pico más alto del término municipal de Cabezabellosa (Cáceres), el Pitolero, a 1.400 metros, donde una decena de leonados se arremolina encima de la tierra quemada. “Estos están haciendo el agosto ahora”, apunta Ricardo García, oriundo del pueblo y que ronda los 50 años, mientras inspecciona la zona por primera vez tras el paso del fuego. El suelo del Pitolero parece hoy el cráter de un volcán salpicado de palitos chamuscados. “Qué pena, qué pena. Esto antes era una maravilla”, se lamenta Míriam Muñoz, de 49 años y esposa de García. Minutos antes, ella contiene las lágrimas al poner el primer pie en la localidad tras cuatro días de desalojo.
Los incendiarios están en el punto de mira como uno de los principales culpables de la ola de fuegos que asola España. Desde el 1 de junio se ha detenido a 27 personas y se ha investigado a 83 como presuntas autoras de incendios forestales, según los datos facilitados este sábado por el Ministerio del Interior. Uno de ellos es un brigadista al que se investiga por un incendio que quemó 2.200 hectáreas en Ávila. El hombre, vecino de la zona, podría haber cometido el delito para conseguir un contrato, algo que logró a los 10 días de originarse el fuego.
Marc Castellnou (Tivissa, Tarragona, 53 años) es inspector jefe del Grupo de Refuerzo de Actuaciones Forestales (GRAF) de los Bombers de la Generalitat de Cataluña. Está considerado un experto internacional en estrategias de abordaje del fuego. Divulgador del concepto “incendios de sexta generación”, aquellos casos donde la temperatura ardiente y el terreno recargado de vegetación impulsan una nube de fuego que hace crecer las llamas de manera caótica, señala que hace cinco años este tipo de suceso era extraordinario y ha pasado a ser habitual: “En Galicia hemos visto tres incendios de sexta generación en un mismo día”.
La Cuba de mediados de 2025 es en realidad dos Cubas: una puede contarse, por ejemplo, desde la Torre K, un imponente hotel de lujo de 41 plantas, 155 metros de altura y 600 habitaciones inaugurado este año en el barrio de El Vedado de La Habana, gestionado por la empresa española Iberostar y propiedad del conglomerado empresarial del ejército cubano Gaesa. Desde el mirador de la terraza del piso 32 del rascacielos, que tiene un enorme restaurante y una piscina que en una tarde de finales de julio estaban vacíos, se ve la belleza de una ciudad por la que —desde arriba— no parece pasar el tiempo: el mítico cine Yara, la heladería Coppelia, los hoteles Habana Libre y el Nacional, y, al fondo, en medio del centro histórico de edificios desconchados, el Capitolio y el inmenso mar Caribe.
El propio Robert Morgan, pintor estadounidense de 82 años afincado en Venecia desde hace medio siglo, ya dice que él no es famoso y se quita importancia, pero sí que se ha cruzado con otros que lo eran. Por ejemplo, su amigo el poeta ruso Joseph Brodsky, premio Nobel en 1987, que le dedicó su hermoso y célebre libro sobre Venecia, Marca de agua (Siruela). También se relacionó con Peggy Guggenheim, cuando llegó a la ciudad en 1973. Pero su historia menos conocida, y quizá la más curiosa, es la de su fugaz contacto con John Lennon, del que fue vecino durante dos años en Nueva York, y lo que ocurrió el día que lo asesinaron en la entrada de su casa, el 8 de diciembre de 1980. Porque es la historia de una renuncia, de la responsabilidad de la mirada y de una foto que habría sido histórica, pero que nunca se hizo. Morgan prefirió no hacerla: se asomó a la ventana al oír los disparos y vio toda la escena, entonces cogió su cámara, pero fue incapaz de apretar el botón. “Veía a John, aún vivo, moviéndose en el suelo, pero me di cuenta de que no podía hacer esa foto a una persona que se está muriendo, no me parecía justo”, recuerda. Así que no la hizo. Dejó la cámara y decidió que, en vez de hacer una foto, haría un cuadro.
Puestos unos detrás de otros, los datos abruman. A pesar de que nacen menos niñas que niños, un desequilibrio que tiene su raíz en la adaptación evolutiva humana y hace que en las etapas de enseñanza obligatorias, Primaria y ESO, haya un poco más de chicos (51,5%) que de chicas (48,5%), pasado ese punto las alumnas superan a los alumnos en casi todos los indicadores educativos. Y lo hacen cada vez más. Repiten menos (6 puntos). Se gradúan más en Secundaria (7 puntos). Cursan más Bachillerato (7 puntos). Van más a la universidad (representan el 56,8% frente al 43,2% de los alumnos, una diferencia 2,5 puntos mayor que 10 años antes). Y, una vez en las facultades, se titulan más (60,9%-39,1%). Los chicos son mayoría en Formación Profesional. Pero su predominio, enorme en el Grado Básico ―un programa pensado para que los chavales que van mal terminen la ESO―, se reduce en el Grado Medio y casi se difumina en el Grado Superior.
Carmen Martín aún tiene grabado el día que su hija le dijo que necesitaba hablar con ella porque se planteaba ser madre. “Quería saber si podía contar conmigo, me quedé desconcertada. Le dije que era asunto suyo y lo entendió”, cuenta la mujer de 81 años, residente en Madrid. Se llegó a sentir culpable, pero sabía que no le tocaba esa responsabilidad. “Mi miedo era que lo que empezaba como un acto de amor, se convirtiese en una jornada laboral. Siempre tuve claro que no me quería volcar a esos niveles”, confiesa. Si lo hacía con el primer nieto, que ya supera la veintena, pensaba que debía hacerlo con los que vinieran después. Tiene cuatro, el más pequeño adolescente. “Hay que aprender a empoderarse y a poner límites, también en la familia. Si los abuelos cuidan a los niños y los padres tienen una economía estable, deberían cobrar un sueldo”, defiende.
Bolivia se asoma este domingo a un cambio de ciclo. Tan profundo como aquel que en 2006 supuso el inicio de la presidencia de Evo Morales, un aimara forjado en la lucha sindical de los cultivadores de la hoja de coca. Con Morales y su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), campesinos e indígenas, mayoritarios pero apartados durante décadas del poder, alcanzaron la hegemonía. Fueron casi 20 años, solo interrumpidos entre 2019 y 2020 por el gobierno de facto de Jeanine Añez, tan efímero como fallido. Se suman ahora las evidencias de que los bolivianos votarán por un drástico giro hacia la derecha. Los sondeos le auguran al MAS y a sus desprendimientos de izquierda una amarga derrota en la primera vuelta electoral por la presidencia.
Son las nueve de la mañana y el sol ya calienta. Algunos pájaros se bañan en el estanque. El gato, sigiloso, los observa. El ruido de los motores de los aviones rasga el silencio. Tras ellos el cielo se oscurece. No son nubes. ¡Ojalá! Huele a humo. En este momento mi cuñado está ahí conduciendo un camión motobomba. Por caminos empinados y sin limpiar. Ahora no piensa en sus condiciones laborales de mierda; en sus contrataciones por meses. No piensa en cómo tendrá que buscar trabajo para el invierno. Solo piensa en la forma de atacar este fuego que lo devora todo y en seguir vivo. El camión se agarra al terreno por la pericia del conductor. Las manos aferradas al volante, el corazón palpitante. Mi cuñado arriesga su vida porque ama el monte. Aquel cuyo destino se decide en la privacidad de despachos de quienes tienen otros intereses. Escribió Camus que buscamos proponer ejemplos de comportamiento a quienes llamar héroes y propone como héroe a una persona insignificante y borrosa para dar a la verdad aquello que le pertenece y al heroísmo el lugar secundario que debe ocupar. Mi cuñado quiere pasear mientras caen las hojas de los árboles. Cuando llegue el otoño. Mi cuñado no quiere ser un héroe.
¿Cuál es la mejor obra de arte español? El pasado 3 de agosto, el escritor Arturo Pérez-Reverte abrió un debate (otra vez) en la red social X al expresar su desacuerdo con el historiador del arte Miguel Ángel Cajigal, conocido como El Barroquista, que había afirmado en un programa de radio que el cuadro más relevante de la pintura española es el Guernica, frente a lo cual Pérez-Reverte opinó: “Picasso nos pintó el Guernica, pero Goya nos pintó el alma”. La polémica se recrudeció y alargó la discusión cuando el escritor señaló específicamente el Duelo a garrotazos del pintor aragonés.
Hoy, 17 de agosto de 2025, se cumplen exactamente 80 años de la primera publicación en el Reino Unido de Rebelión en la granja, de George Orwell (1903-1950), y en este día, además de celebrar la vida y la obra de un autor tan influyente y de un ser humano tan singular, me pregunto si esta semana, o este mes, o este año, se publicará algún libro en el mundo que merezca ser igualmente conmemorado dentro de ocho décadas, en el todavía muy lejano año 2105.
Frank Sinatra dijo en los años cincuenta que el entonces naciente rock and roll era “la forma de expresión más brutal, fea, desesperada y perversa que he conocido, huele a falso e impostado, compuesto y cantado por cretinos y matones…”. Unos 70 años después el reguetón es el nuevo anatema de los adultos por repetitivo, machista, consumista y vulgar. De esta constatación parte Oriol Rosell (Barcelona, 1972) para explicar en su ensayo Matar al papito, por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos sí) (ed. Libros Cúpula) cuáles son las razones que alimentan este rechazo a la música hoy dominante, y encima en español, hecho insólito en los anales de la música popular. Aceptando que el concepto de músicas urbanas es ambiguo, Rosell, divulgador cultural, ensayista y profesor Historia de Música Electrónica, cree que tanto el reguetón como el trap “son síntomas de transformaciones estructurales muy profundas que tienen que ver con cambios de modelo del capitalismo en los últimos 30-40 años, con la implantación del neoliberalismo y la desaparición del antagonista, la Unión Soviética”. La música es reflejo del contexto económico y cultural de la sociedad.
Cuando trascendió la identidad de los autores de los atentados de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils, los vecinos de Ripoll (Girona, 10.000 habitantes) quedaron en shock. No podían entender cómo un grupo de chavales criados en este tranquilo pueblo de montaña, que hablaban catalán y parecían integrados en la vida comunitaria, perpetraron una masacre que acabó con la vida de 16 personas. Artículos, libros y documentales han reflexionado desde entonces en torno a una perplejidad que persiste en Ripoll, donde el trauma del 17-A catapultó a la alcaldía a la islamófoba Sílvia Orriols. Ahora, coincidiendo con el octavo aniversario de los atentados este domingo, una investigación ahonda en los factores que impulsaron la transformación de un grupo de amigos y hermanos en una célula yihadista.
En un momento del culto, Jacinta Nzilani, una mujer de 60 años, la persona más mayor de cuantas se han congregado hoy, se levanta y pide el micrófono. La mayoría de los presentes (los más veteranos ataviados con elegantes trajes de domingo, los jóvenes con ropa ancha y deportiva), la observan expectantes. “Yo vengo de un pueblo, que está en una zona rural muy remota, en donde ni siquiera tenemos agua. ¡Oh, creedme! ¡Allí la gente me odia! ¿Sabéis por qué? Porque soy lesbiana. Esa es la única razón que tienen. Yo sé lo que es pasar por eso. Pero, aun así, sé que Dios me ama”, comienza. La gente aplaude, se emociona y vuelve a guardar silencio para que Nzilani siga hablando: “Sé que vamos a encarar muchos problemas, tantos que ni siquiera puedo decirlos. Pero vamos a ser fuertes, vamos a amarnos. Por eso estamos aquí, para celebrar el amor de Dios”.
Los mercados son una coctelera en manos de Donald Trump. La política arancelaria decidida por el presidente de Estados Unidos ha sido el principal catalizador de las inversiones desde que el mal llamado “Día de la Liberación” anunciara la aplicación de los gravámenes a las importaciones más altos en un siglo. Tras 90 días de tregua y una durísima negociación, finalmente la UE ha pactado un arancel del 15% para los productos con destino Estados Unidos. Cuatro meses después, los acuerdos comerciales de EE UU con la UE, Japón, Reino Unido y otros países han aliviado aquellos temores de los mercados.
La volatilidad ha vuelto con fuerza a los mercados. Las tensiones políticas, la incertidumbre sobre los tipos de interés y el huracán Trump, con su plan para levantar un muro arancelario contra el mundo, han provocado jornadas de infarto en los parqués, con bruscos movimientos en los índices. Y aunque las Bolsas han logrado recuperar parte del terreno perdido, el ingrediente de la volatilidad ha removido de nuevo los cimientos del mercado. En este contexto, la pregunta que se cuela en la cartera de los inversores: en tiempos de incertidumbre, ¿es mejor confiar en la gestión activa o en la pasiva?
La serie más adictiva de lo que va de verano ha contado las idas y venidas de la alta sociedad neoyorquina a finales del siglo XIX. La edad dorada (HBO Max) puede parecer un drama de tacitas más, un culebrón de lujo como fue Downton Abbey, de la que es directa heredera —o antecesora en la cronología—. Y es las dos cosas, drama de tacitas y culebrón de lujo, y a mucha honra. Julian Fellowes, creador de la británica y la estadounidense, ha sabido cómo dotar de prestigio a un género que se tiende a mirar por encima del hombro, como si las cosas que le ocurrían a las señoras de bien de antaño fueran menos importantes que las de los vaqueros de Texas o los mafiosos de Londres.