ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
“Queriendo dar una prueba de mi real aprecio a la villa de Hospitalet de Llobregat, provincia de Barcelona, por el creciente desarrollo de su agricultura, industria y comercio, así como su constante adhesión a la monarquía, vengo a concederle el título de ciudad”. Con estas 43 palabras escritas en un real decreto, el monarca Alfonso XXIII -en plena dictadura de Primo de Rivera- elevaba de categoría al municipio de l’Hospitalet de Llobregat pasando de pueblo a ciudad. El real decreto (refrendado por el ministro de gobernación, Severiano Martínez Anido) fue firmado el 15 de diciembre de 1925. Este lunes, un siglo después, el bisnieto de Alfonso XIII -el rey Felipe VI- visitará el barrio de la Florida conmemorando la efeméride. Un siglo en el que L’Hospitalet ha pasado de 20.000 habitantes a 280.000. Cien años de lucha de una ciudad construida -a base de olas migratorias- por miles de vecinos que han dado vida a un municipio referente en Cataluña.
No hay quizás imagen más sugestiva para un aficionado al ciclismo que imaginar que en el largo trávelin de La Diligencia de John Ford no son caballos arreados con latigazos del cochero quienes tiran del vehículo perseguido por la llanura, sino una docena de ciclistas esprintando por su vida. “No es mala imagen”, dice Dan Bigham, “pero para hacer despegar el ultraligero me inspiré más en perros huskies tirando de un trineo sobre el hielo de Siberia”. Es el poder del ciclista del siglo XXI medido en vatios y en épica gracias a la tecnología. O cómo hacer visible lo invisible: ¿qué se puede conseguir generando 6,5 kilovatios de potencia dando pedaladas? No solo mantener en funcionamiento todos los electrodomésticos de una casa, lavadora, lavaplatos, aspiradora, nevera, cocina… También dar alas a la imaginación.
Todo el planeta ciclista alucina con la enorme sorpresa de los pasados Mundiales de ciclismo: Magdeleine Vallieres vestirá el maillot arcoíris durante todo un año. Ni Pauline Ferrand Prevot, ni Marlen Reusser, ni Demi Vollering, sino una ciclista de 24 años que exhibía una sola victoria en su currículo en la élite. Con todo, esta fue solo la segunda sorpresa de la temporada para la ciclista canadiense, y aun siendo tremenda, lo fue menos que la que recibió escasos días antes de afrontar el pasado Tour femenino: tras seis años de ausencia, recuperó la regla. Para celebrarlo, se acercó a una pastelería y se zampó un dulce que le supo a victoria. Ahora presenta los mejores números de su carrera.
Según T. S. Eliot, “los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los malos estropean lo que roban, y los buenos lo convierten en algo mejor”. El martes pasado Pep Guardiola se sentó en la sala de prensa del Santiago Bernabéu para dejar una frase tan tajante como la de Eliot, pero mucho más escueta: “Que mee con la suya”. Si no fuera porque Robe Iniesta estaba en ese momento a punto de morir, cualquiera diría que el músico se la estaba susurrando al oído, cediéndole a Guardiola un último verso canalla para explicar de un plumazo que al fútbol, como a todo lo demás, solo se puede jugar con las ideas propias.
El JS Kabylie es uno de esos clubes que no pueden explicarse sin el contexto político, cultural e histórico que los envuelve. El equipo de Tizi Ouzou, el más laureado de Argelia y campeón dos veces de la Champions africana, forma parte de una región poblada en su mayoría por bereberes y con fuertes pulsiones identitarias. Un cóctel apasionante que Christophe Gleizes, periodista de la revista francesa So Foot, decidió explorar para hacer un reportaje. El 28 de mayo, cuando se encontraba viendo un entrenamiento del equipo, fue detenido por la policía argelina, conducido a dependencias judiciales y acusado a de “apología del terrorismo y posesión de publicaciones con fines de propaganda perjudiciales para el interés nacional”. Meses después, fue condenado sin pruebas a siete años de cárcel. Nunca más volvió a Francia.
A pesar de las nubes y la lluvia, el viernes 14 de mayo de 1993 miles de escolares amanecieron felices en Asturias. Ese día se celebraba la etapa de la Vuelta a España que llevaría al pelotón desde Gijón a la cima del monte Naranco, en Oviedo. Entre medias, 153 kilómetros con pasos por los altos de la Cobertoria o del Padrún. Había dos motivos principales para la felicidad de la chavalería. El primero —no nos vamos a engañar— era que esa tarde saldrían a mediodía del colegio por los cortes de carretera que implicaba la organización de la carrera. El segundo era que aquel día un ciclista suizo que se llamaba Tony Rominger salía con el maillot amarillo. Pero no era tan importante la zamarra de líder como la que llevaba debajo: Rominger era el líder del CLAS-Cajastur, un equipo ciclista que se había convertido en emblema de la región y que se elevó sobre el eterno debate de si el equipo de Asturias era el Sporting de Gijón o el Real Oviedo. El CLAS —acrónimo de Central Lechera Asturiana— unió a la sociedad. Y aquella tarde lluviosa de primavera en la que Rominger alcanzó la meta en primer lugar y asestó un golpe casi definitivo a la clasificación general fue el punto álgido del sentido de pertenencia que generó el equipo. Miles de personas jalearon al suizo en su ascenso final y se volvieron a casa con un imborrable recuerdo emocional.
He seguido con fascinación el eco de los fallecimientos consecutivos de Jorge Martínez y Robe Iniesta. Por esta vez, no podemos quejarnos de que “nuestros muertos” hayan pasado desapercibidos: los medios se han volcado, aunque en algunos casos puede que no hayan entendido demasiado sobre su evolución artística (o la falta de evolución, algo especialmente trágico en el caso de Jorge, formidable artista encerrado por su propio mito de Bárbaro del Norte con Guitarra Fender).
A principios de año se anunció que el ICAA (dependiente del Ministerio de Cultura) destinaría ocho millones de euros al desarrollo de guiones de largometraje. No se convocaban desde hacía catorce años. Son 30.000€ (un poco menos si es documental) para escribir desde casa. El sueño de todo escritor: la tranquilidad.
El escritor Mick Herron ha vuelto a hacerlo. En realidad, aquí fue cuando lo hizo por primera vez, solo que el atractivo de la saga Slow Horses —llamada, en su versión literaria, Slough House— permitió que supiéramos antes del tipo que cruza los pies sobre la mesa en calcetines —viejos, sucios, rotos— Jackson Lamb (papel que el camaelónico Gary Oldman borda), que de la incombustible Zoë Boehm. Pero Boehm (una brillante, soberbia, Emma Thompson en pantalla) fue su primera creación, una detective privada tan abrasivamente ingeniosa como Philip Marlowe, el clásico e inalcanzable sabueso hollywoodiense de Raymond Chandler. Y puede que la historia parezca minúscula en comparación con las tribulaciones de la llamada Casa de la Ciénaga, esa horrenda y fatalmente iluminada oficina administrativa en la que viejos espías que, en su momento, tuvieron un desliz han acabado desterrados, calificados de caballos lentos. Pero nada que construya Herron puede considerarse pequeño. ¿Por qué no? Porque lo que importa son los personajes.
La escritura del ucranio Serhiy Zhadan fluye en su narrativa y poesía. Cuando se expresa, sus palabras están cargadas de fuerza, de rabia, sin tapujos. Sirva esto de ejemplo: “A nuestro lado hay una sociedad de criminales de guerra, saqueadores, violadores y asesinos”. El novelista, poeta y activista pronuncia esta frase, dirigida a la vecina Rusia, en uno de los seis documentales de Culture vs. War (Cultura vs. Guerra), un proyecto lanzado desde la periferia de Kiev, la capital ucrania, hace más de tres años, poco después del inicio de la invasión a gran escala rusa. Con un doble objetivo: mostrar la guerra a través de los ojos de creadores, artistas, localizados incluso junto a la línea del frente, y proteger la cultura del país, pilar de la identidad nacional que Moscú quiere aniquilar. “Tratamos de tocar otras partes del alma humana”, cuenta en un intercambio de mensajes la productora ejecutiva del proyecto, Alina Krasnianska, “llegar más cerca de la gente, cansada de la información periodística sobre esta guerra”. Los seis documentales cuentan con una versión doblada al español, para la que se ha utilizado la inteligencia artificial.
La escritora Ana Campoy (Madrid, 46 años) se ha consolidado en los últimos años —a base de buenos libros y premios— como una de las voces más importantes de la literatura infantil y juvenil española. 2025 ha sido un año especialmente prolífico para ella, tras la publicación de seis títulos, entre ellos tres volúmenes de Niñera fantasma (Loqueleo) y dos de Misterios en la gran ciudad (Anaya). Lo cierra, además, con la llegada a las librerías de Por un segundo (Edelvives), con el que ha conquistado el premio Ala Delta de Literatura Infantil, que otorga cada año Edelvives.
El matemático Víctor Rotger cuenta que jamás olvidará la primera vez que escuchó hablar de la conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer. Estaba a punto de terminar la licenciatura y llamó a la puerta de una profesora para preguntarle si quería dirigir su tesis doctoral. En aquel despacho, rodeado de torres de papeles, el veinteañero sintió vértigo. “No sé cuál debía ser mi expresión durante los minutos que estuve en el despacho de Pilar Bayer esa primera vez, pero yo me sentía como un paracaidista precipitándome sobre una ciudad en la que nunca antes había estado”, relata el matemático en un ya clásico documento en el que intenta exponer la conjetura para que la entienda cualquier persona con ganas y unos mínimos conocimientos. Son 50 páginas de explicaciones. Otro matemático veinteañero, Raúl Alonso, se enfrenta ahora al mismo enigma, uno de los siete endiablados Problemas del Milenio, por cuya solución el Instituto Clay de Estados Unidos ofrece una recompensa de un millón de dólares.
Shoshana Zuboff (Nueva Inglaterra, EE UU, 1951) se conecta a la videollamada desde su residencia en Maine, al noreste de Estados Unidos, al borde con Canadá, donde el frío azota sin piedad en estas fechas. Bebe de una taza con té para calentar la garganta y se disculpa por llegar tarde, pues su agenda está más que cargada, tanto que fue imposible encontrar un hueco para hacer esta entrevista en persona. Es difícil hablar a través de la herramienta de videoconferencias de Google con Zuboff, la principal pensadora sobre el capitalismo de vigilancia por parte de las grandes tecnológicas, y no sentir ansiedad por contribuir precisamente a ese mal que ella nombra desde hace años.
Hay huevos para cualquier ocasión. La oferta actual se ha ampliado y el consumidor distingue entre calidades. Es probable que el producto destinado a una cena con amistades sea distinto al que se usa en la cocina de un martes por la tarde. Esta demanda sofisticada ha pasado de un alimento genérico a una oferta diferenciada por el sistema de cría, identificable en el código de la cáscara: los ecológicos (0) y camperos (1), con acceso exterior, frente a gallinas sueltas en gallinero (2) o en jaula acondicionada (3). Además, se clasifican según el volumen: S, M, L y XL. Y el país de origen: ES para los nacionales. Las categorías superiores (0 y 1) exigen condiciones más estrictas (espacio exterior, alimentación ecológica), lo que eleva el valor percibido. Ello responde a un deseo de una mejor alimentación. Pero independientemente de la variedad de su preferencia, el huevo —y su precio— seguirá bajo presión en los próximos meses.
A mediados de noviembre, Sara Sorribes volvía a coger la raqueta. Tras siete meses largos retirada de las pistas por razones de salud mental, la tenista castellonense, de 29 años, regresaba a la competición y lo hacía, según declaraba en una carta abierta, “por puro placer”. Más o menos por las mismas fechas, piruetas del destino, su otrora compañera de entrenamientos y amiga Nadja Mihalic protagonizaba su propia y sonada vuelta al tenis, aunque ya no a esos torneos en los que una vez se dejó la piel y, casi, la cabeza. El suyo ha sido un regreso testimonial, en absoluto placentero: el que narra en Los que no llegaron, autobiografía editada vía Amazon con la que la exjugadora profesional de la WTA (Women’s Tennis Association, la Asociación de Tenis Femenino) se ha sometido a una sanadora terapia de choque emocional.
Cuando el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, se trasladó a Barcelona para pedir a Junts, a través de la patronal catalana Fomento, que apoyara una moción de censura parlamentaria para derribar al Gobierno de Pedro Sánchez, se rompió un tabú vigente desde 2017.
Cuando Luka Otim Malech se enteró de que su familia se había quedado sin la ayuda alimentaria para los refugiados, en julio de este año, decidió inmediatamente arrendar unas tierras para empezar a cultivarlas. Este refugiado de 37 años huyó de Sudán del Sur a Uganda con su familia en 2016, cuando estalló la guerra. Desde entonces, él y sus seis hijos habían sobrevivido gracias a la ayuda alimentaria en Bidi Bidi, uno de los tres campamentos de refugiados más grandes de Uganda, situado en el distrito de Yumbe, al norte del país, y que alberga a más de 209.000 personas; pero, en julio de este año, la ayuda que él recibía se interrumpió.
La activista feminista Brisa Batista participó el domingo pasado en una de las mayores movilizaciones celebrada en Brasil contra el feminicidio, ese goteo cotidiano que mata a cuatro brasileñas al día. Esta vez, la socióloga se sintió arropada junto a aquellas miles de mujeres que sacaron su indignación contra los asesinatos machistas y la normalización de la misoginia a las calles de São Paulo, Río, Brasilia y decenas de ciudades más… al grito de “Parem de nos matar”. Una protesta multitudinaria, nada que ver con la soledad que sintió un día 2019.
En junio de este año, Barcelona registró un número récord de noches sofocantes, con temperaturas que no bajaron de los 26 grados. En São Paulo, a lo largo del verano, se acortaron las jornadas escolares y se cancelaron las actividades al aire libre a medida que las aulas se volvían insoportablemente calurosas.
Lorena Álvarez (San Antolín de Ibias, Asturias, 1983) aterrizó como un cuerpo extraño en la música española alrededor de 2011. Lo hizo con un artefacto denominado La cinta, una casete de siete temas que comercializaba en un zurrón diseñado por ella. Las canciones sorprendían por su inocencia, frescura, desparpajo y lucidez, desde un lugar cercano a la canción de autor folk aunque, en realidad volaban libres, sin referencias previas a las que agarrarse. Supuso una pequeña revolución, los medios la acogieron con fervor e incluso Nacho Vegas le dedicó una canción, Rapaza de San Antolín. “Todo aquello me sorprendió bastante. Yo nunca había hecho música y supuse que era normal. Después me di cuenta de que no lo era y lo que hice fue, poco a poco, bajarme de ese carro”, recuerda, “para hacer la música que yo hago, y de la manera en la que la quiero hacer, necesito mantenerme en un lugar muy sagrado y protegido, que no va mucho con la farándula”.