ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
El 14 de mayo de 1948, el último de los soldados británicos abandonó Palestina y los judíos, liderados por David Ben-Gurion, declararon en Tel Aviv la creación del Estado de Israel, de acuerdo con el plan previsto por las Naciones Unidas. Atrás quedaba una larga historia de pertenencia al Imperio Otomano para dar paso a un conflicto permanente con los Estados árabes vecinos y los habitantes árabes de la tierra que se conocía como Palestina desde la época del Imperio Romano.
Una mañana de octubre de 2022, con cara de emoción contenida, Julio Núñez (Casar de Cáceres, 1990) apareció en su sección de Sociedad de EL PAÍS con un montón de hojas en las manos. En la primera página había una sola palabra impresa: “Historia”. “Trabájatela bien, porque esta va a ser la historia de tu vida”, le dijo un compañero. “Piensa que todos estos años de investigación han sido tu preparación para contar esto”. Aquellos folios contenían, en efecto, una historia alucinante. Los escritos personales del jesuita español Alfonso Pedrajas, el padre Pica, durante sus años en Bolivia. Era el diario de un cura pederasta. Pedrajas, consumido por la enfermedad, se lo confió a su novio en un viaje en coche por Bolivia, y el diario acabó en un trastero de Madrid, donde lo descubrió un sobrino del sacerdote, que decidió finalmente entregárselo al periodista. Núñez, junto con su compañero Íñigo Domínguez, llevaba años investigando en EL PAÍS la pederastia en la Iglesia española. Una de las investigaciones periodísticas más importantes de la historia reciente de la prensa española, premiada con el Ortega y Gasset y aún en marcha. Después de años de hablar con cientos de víctimas, el diario del padre Pica ofrecía algo nuevo: el punto de vista del agresor. Ahí contaba sus abusos sexuales. Su lucha contra una culpa que lo atormentaba. Pero también sus peticiones de ayuda desatendidas por sus superiores. Tras una extensa investigación, EL PAÍS publicó el 30 de abril de 2023 Diario de un cura pederasta. Un reportaje, basado en los escritos de Pica, que causó un terremoto político y social en Bolivia. Allí viajó Núñez después para informar sobre aquello. Un viaje al encuentro con sus propios miedos, inseguridades y demonios. El viaje, el diario, las historias de las víctimas de Pedrajas, la de su novio, la de su sobrino. Historias todas extraordinarias que se entrelazan en el libro Padre Pica, que publica ahora Debate.
Sant Cugat del Vallès se ha unido a la batalla emprendida por algunos municipios para fiscalizar el acceso al padrón municipal. Tras destapar este verano un fraude masivo, con más de 320 contratos falsos de alquiler, el ayuntamiento impulsará un nuevo protocolo que busca “endurecer las condiciones de acceso” al trámite. El alcalde, Josep Maria Vallès (Junts per Catalunya), explica a EL PAIS que el nuevo protocolo supondrá, entre otras cosas, un incremento de las inspecciones previas por parte de la policía local para asegurar que la persona interesada reside efectivamente en el municipio. “No haremos efectivo el empadronamiento hasta que se haga esa comprobación. El padrón no puede ser un coladero”, zanja.
La nueva consejería del Interior, que dirige Núria Parlon, ha normalizado el uso del gas pimienta por parte de los Mossos d’Esquadra. Se trata de un espray, que contiene agua y pimienta, y que forma parte de la equipación autorizada de los antidisturbios desde 2013. El hecho de que los Mossos hayan utilizado el arma tres veces en dos semanas, y en tres protestas de apoyo a Palestina, ha levantado una polvareda política: ERC, Comuns y la CUP piden la comparecencia de Núria Parlon, y del director de la policía catalana, Josep Lluís Trapero. Antes de esto, la última vez que se usó el gas pimienta fue en agosto de 2024, en la visita fugaz y posterior huida de Puigdemont al Parlament, con ERC en el Gobierno.
Se trataba de salir a bailar con él otra vez, la penúltima. Él decía que sería su último videoclip y yo no quería perdérmelo. Así que preparé dos, tres ideas, y nos quedamos con esta, la más sencilla, la más compleja. Recuerdo haberlas compartido antes con Leiva en un restaurante. Leiva hace que las cosas pasen; el ímpetu que tú le transmitas te lo devuelve multiplicado por diez, sin intereses. Es difícil sustraerse a su entusiasmo sin condiciones, su predisposición a embarcarse en empresas de dudoso éxito le convierte en el cómplice ideal de todos los crímenes. Su implicación fue aquí, otra vez, esencial. Tanta, que se vino conmigo a contarle a Joaquín la idea.
El dramaturgo Wajdi Mouawad usa una imagen para explicar los conflictos y arcos narrativos de sus personajes: la hipotenusa. Dos puntos superpuestos, unos sobre el otro, están unidos, todo va bien. Dos hermanos, dos hermanas, un padre y una hija, una madre y un hijo. De pronto, algo ocurre, la traición, la tragedia, el dolor y cada uno de los puntos empieza a trazar una línea y a avanzar en direcciones distintas. Se separan –¿Cómo pudiste? Ya no te reconozco ¡No quiero volver a verte!– y dejan de hablarse. El diálogo está roto, no hay forma de reencontrarse. Ante ellas, solo vacío. Lo único que puede deshacer el odio y encaminarlas de nuevo hacia la paz es un gesto, el trazo de una hipotenusa que salve el abismo.
Algunas escultoras saben crear desde el lugar donde la filosofía desterró el arte y la poesía: la cueva. No desde los muros sobre los que se reflejan las sombras engañosas, sino rodeadas de plenitudes y hendiduras, viendo con la mente, el oído y el tacto. Cristina Iglesias pertenece a ese universo. La Pedrera lo exhibe a través de una obra intensa, de rigor implacable y asombrosa por su conexión y encaje en la arquitectura de Gaudí. Pozos, manantiales, columnas, laberintos, corredores y bosques de espesura inquietante destilan una sensibilidad autosuficiente bajo cuya mirada el silencio de las formas, la fidelidad al material, la penetración de la contemplación y la escala son simplemente una.
El sector del arte no se desploma, pero sí se enfría. Con el mercado global en retroceso y el estatus intocable de Londres en entredicho, la nueva edición de Frieze, una de las grandes citas mundiales del arte contemporáneo, se celebra esta semana en la capital británica con menos estridencia de la habitual. En los pasillos se impone la tendencia observada en las ferias de los últimos meses: precios más moderados, compras menos compulsivas y una sensación de cambio de ciclo, tras los años de bonanza vividos por el sector en las últimas dos décadas. No es una caída dramática, sino tal vez un cambio de marcha.
En 1974 Meredith Monk (Nueva York, 82 años) se instaló en una quinta planta del barrio neoyorquino de Tribeca. “Por entonces este precioso loft que ves no era más que un almacén viejo, destartalado y lleno de ratas”, cuenta la cantante, compositora posminimalista y performer estadounidense mientras gira la pantalla de su ordenador para mostrar un enorme salón despejado de muebles que aún conserva los tablones originales (“madera indestructible”, celebra) de las antiguas fábricas textiles de la zona baja de Manhattan. “Cuando llegué aquí no había más que un retrete y un lavabo, que era todo lo que podíamos permitirnos los artistas que empezábamos a abrirnos paso”. Al Teddy’s de la esquina, “un restaurante regentado por la mafia”, iban a comer Philip Glass, Trisha Brown y Laurie Anderson. “Luego todo se volvió caro y chic”, protesta sin dejar de sonreír. “Por suerte, mi alquiler está protegido y no pago demasiado…”.
Janet Novás (O Porriño, Pontevedra, 43 años) sale por la boca del metro de Bilbao, en Madrid, un jueves de octubre a mediodía. Hace una semana, junto a Guillermo Weickert, recibió el Premio Nacional de Danza, ella en modalidad de interpretación y Weickert en la de creación. Y en 2024, Novás ganó el Goya a la mejor actriz revelación por O corno, la película de Jaione Camborda. Entra en el Café Comercial, donde se encuentra a una vecina de su pueblo, O Porriño, y pide un agua con gas. Su nombre se lo debe a Jeanette y aquel éxito suyo, Por qué te vas. También Novás, antes de rodar una película que le dio el premio Goya, pensó en irse. De la danza, y hasta creó una pieza de despedida.
En el sur de Florida se está empezando a escuchar un nuevo dialecto. Una jerga que suena a inglés, pero que incorpora giros sintácticos y traducciones literales del español. Es una especie de spanglish pero al revés, que para decir “pon la luz” dice “put the light”, o para bajarse del coche, “get down the car”. Los filólogos llevan tiempo siguiendo con fascinación la pista a esta nueva criatura, nacida de la riqueza e inevitable contaminación idiomática en una de las zonas con más presencia de hispanohablantes de Estados Unidos. Pero el entusiasmo de los lingüistas no lo comparte tanto el Gobierno de Donald Trump. Para el republicano es el típico ejemplo de la invasión latina que amenaza con corromper una supuesta esencia anglosajona del país. Sus políticas de english only (solo en inglés) pretenden ahogar el español en EE UU. Una nueva amenaza para una lengua a prueba de bombas.
Del 29 de noviembre al 7 de diciembre, Barcelona se traslada a México, Diada de Sant Jordi incluida. La periodista Anna Guitart (Barcelona, 49 años) ha sido la encargada de comisariar para la FIL de Guadalajara el programa de Barcelona como invitada de honor, que se puede resumir en dos ideas: la novedad y la multidisciplinariedad. La propuesta de Guitart pretende ir más allá del boom y el exilio, temas evidentes si uno piensa en la conexión literaria entre Barcelona y México, para ofrecer al público la oportunidad de descubrir una nueva ciudad. Lo hará con los 70 escritores invitados, pero también con un programa que incluye música, teatro o gastronomía bajo el lema “Vindran les flors” (Vendrán las flores), una frase de Mercè Rodoreda que habla de ciclicidad y renovación.
Jorge Moreira da Silva, director ejecutivo de la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS), celebra, con alivio, la noticia del alto el fuego en Gaza, pero está ya inmerso en la fase siguiente de la gestión de la crisis: hacer entrar la cantidad suficiente de combustible y tiendas de campaña, reparar las tuberías de agua, gestionar la recogida de basuras...
Los romanos siempre fueron muy astutos a la hora de elegir lugares para instalar sus asentamientos. Y aquella península formada por la confluencia de dos grandes ríos, en las fértiles pero lejanas llanuras de la Germania Superior, era perfecta para instalar un destacamento militar avanzado. Lo llamaron Castellum apud Confluentes. Fue el origen de la actual ciudad alemana de Coblenza, la tercera ciudad más poblada del Estado de Renania-Palatinado, cuyo topónimo hace honor aun a aquella palabra latina, confluencia, usada para nombrar el lugar donde el Mosela vierte sus aguas en el Rin.
Cuando muchos de nosotros éramos pequeños y nos alejábamos de nuestros padres de manera acordada, el único sistema de control era quedar en un sitio a una hora o usar un teléfono fijo para llamar a otro fijo del que recordásemos el número y avisar de un retraso. Y si alguien llegaba más tarde, el otro esperaba un rato sin necesidad de alertar a todas las fuerzas del orden. Ahora, por suerte, la tecnología permite saber en cada momento dónde está nuestro retoño, ya sea un niño pequeño, indefenso, o el típico adolescente de respuestas ambiguas, que dice que irá “por ahí… con unos”, sin concretar nada.
La suerte, la comedia de seis capítulos creada (junto a Borja González Santaolalla y Diana Rojo) y dirigida por Paco Plaza y Pablo Guerrero, que se estrenó el pasado miércoles en Disney+, se adentra en las relaciones personales entre un veterano matador de toros y sus hombres de confianza y un joven opositor a abogado del Estado, antitaurino y taxista ocasional, convertido inesperadamente en chófer de los toreros, convencidos de que les trae fortuna.
Desde un punto de vista económico, la recién estrenada The Smashing Machine no va a ser el mejor recuerdo en la carrera de Dwayne Johnson. En su primera semana apenas ha recaudado seis millones de dólares, una cifra muy alejada de otras producciones de La Roca como la saga Fast & Furious (de la que forma parte desde 2011) o San Andrés (2015), y así lo ha reconocido el propio actor. “Desde lo más profundo de mi agradecido corazón, gracias a todos los que han visto The Smashing Machine”, escribió en sus redes sociales. “En nuestro trabajo, no se pueden controlar los resultados de taquilla, pero me di cuenta de que lo que sí se puede controlar es tu interpretación y tu compromiso de desaparecer por completo en el personaje y trasladarte a otro lugar. Y siempre aprovecharé esa oportunidad”.
Empotrado dentro de un armario sin puertas como si fuera una alacena, a la vista y coqueto entre baldas de madera al más puro estilo hygge (término danés para definir una forma de vivir en calma), sobre una encimera y junto a dos taburetes para recrear un breakfast nook (rincón de desayuno), oculto del trasiego diario tras un mueble de despensa… ¿En qué momento un desayunador pasó a ser tan imprescindible en una cocina como un horno o un frigorífico? ¿Qué incita a mostrarlo con tanto orgullo en reels de Instagram?
Dice Juan del Val que él escribe para la gente, no para una supuesta élite intelectual. Y yo digo que es un insulto a los lectores, al pueblo y a la literatura comercial decir tal cosa. Porque ¿quién es según Juan del Val esa gente para la que escribe y que, por lo que sea, no puede formar parte de una supuesta élite intelectual? La gente del discurso de Juan del Val no tiene identidad, no tiene clase social, no tiene oficio ni beneficio, no es sujeto político y es, en definitiva, una masa indiferenciada. Gente son, para el discurso ganador del Planeta, los consumidores, los clientes, las bases de datos… Gente son números, gente es algoritmo, gente es la chusma que nunca será élite. Sin embargo, la gente de la que habla no es lo contrario de ninguna élite, sino de las personas, de los trabajadores, de todas aquellas personas que sí tenemos nombre e identidad.