ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
El próximo miércoles se cumplirá un año desde que un término propio del léxico meteorológico —depresión aislada en niveles altos: dana— se instaló dramáticamente en el vocabulario de los españoles, pero sobre todo en el de los valencianos. Desde el 29 de octubre de 2024, las heridas personales, económicas y políticas siguen abiertas en miles de familias que vieron quebrada su vida para siempre y en todo un país que asiste, entre indignado y atónico, a las artimañas del presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, para eludir su papel como responsable último del operativo encargado de gestionar la emergencia aquella tarde fatídica.
Solo unos pocos de los que la temen la han visto. Pero ella no se ha escondido nunca. Los únicos detalles que coinciden con el estereotipo de jueza son dos: un Mercedes mal aparcado en la puerta del garaje y una maletita de ruedas. Pero cuando uno se acerca un poco, observa que el coche tiene más de 15 años, algunos rasguños, y que su maleta carga con los mismos kilómetros. Lleva un vestido rosa por debajo de la rodilla, una chaqueta de punto roja y negra, el pelo enredado en la parte alta de la nuca en un recogido rápido, como el de una madre que trabaja y no tiene tiempo para tonterías, la cara lavada y cansada, y entra caminando como cualquier vecino por la puerta principal de los juzgados de Catarroja (Valencia, 30.142 habitantes). Se llama Nuria Ruiz Tobarra, nació en Valencia, tiene 52 años, y desde este juzgado pequeño no solo dirige la macrocausa penal por la gestión de la dana, sino que también desenreda la verdad histórica de lo que sucedió en la catástrofe natural más grande de este siglo en España.
Un año después de que sucediera la catástrofe de las inundaciones en Valencia, sigue su curso la indagación emprendida por la jueza de instrucción de Catarroja. Se investigan más de dos centenares de posibles homicidios imprudentes. Son las diligencias de la instructora —y no los canales de información de la Generalitat Valenciana— las que han ido desbrozando, poco a poco, qué es lo que realmente sucedió en los diversos organismos públicos que estaban a cargo de la gestión de la situación. Un trabajo que no ha sido bienvenido por todos: hemos visto cómo diversos actores políticos y sus terminales mediáticos han sometido a un acoso —el lawfare es una vía de doble sentido— realmente llamativo e intenso a la jueza, atribuyéndole un interés político personal en sus actuaciones. En este caso, los defensores de oficio del respeto a las resoluciones judiciales y a la independencia de los tribunales han guardado silencio.
El colegio privado concertado Irlandesas de Loreto de Sevilla empezó el curso envuelto en un ambiente festivo con motivo del 50º aniversario de su fundación. Ese espíritu de celebración se truncó el 14 de octubre, cuando Sandra, una de sus alumnas, se quitó la vida poco después de salir de clase. La conmoción por su muerte se mezcló con el estupor, al trascender que su familia había informado al centro de que la niña, de 14 años, estaba sufriendo acoso por parte de tres compañeras. Ese estupor se transformó en rabia e impotencia cuando la Junta de Andalucía constató que la dirección no había activado el protocolo preceptivo. La indignación prendió rápidamente y se extendió por las redes sociales en forma hostigamiento hacia las supuestas acosadoras, también menores de edad, y sobre los muros del centro, que no han dejado de amanecer, desde entonces, con pintadas que señalan a las chicas como “asesinas” y al colegio como “cómplice”.
La cosa duró dos o tres meses en un instituto valenciano. Durante ese tiempo, Rober y tres amigos se dedicaron a insultar en un chat a una compañera de tercero de la ESO. La llamaban “puta, zorra, cosas así” debido, afirma, a su supuesta promiscuidad. Rober, que no se llama así, estudia FP y aún es menor de edad. Siempre consideró todo “una broma”. Ella, en cambio, no. Denunció los hechos al centro, mostrando capturas de pantalla de WhatsApp, la dirección activó el protocolo de acoso y expulsó a los tres. Rober cree que aprendió la lección. “Es verdad que fuimos unos bestias, ahora lo veo, y ya no haría algo así. De hecho, si estamos en un chat de un grupo de amigos y empiezan a insultar a uno todos a la vez, les digo: ‘Eh, chavales, relajarse”.
Llámenlo acto de fe. Quienes peregrinaron la noche del pasado lunes a la madrileña plaza de Callao esperaban un mensaje divino. Y lo encontraron: envuelta en su blanca pulcritud y ascendida por las masas, santa Rosalía, patrona del pop español, alumbró el camino a seguir para cualquiera que quiera liberarse de los dictados terrenales en la industria musical. Bajo un manto mesiánico, desató la mística para hallar la luz promocional y evitar los infiernos del olvido en la era de la sobreinformación. De entre las infinitas plegarias atendidas online, el influencer Alex Sinos daba en el clavo: “Desde hoy, todas las agencias de publicidad intentando vender a los clientes ‘una presentación tipo Rosalía en Callao”. Quizá por eso, para evitar una futura avalancha de superestrellas liándola parda por sorpresa en el centro de Madrid, el Ayuntamiento se precipitó a abrir expediente sancionador a la artista por falta de permisos, con la amenaza de una multa que nadie sabe cifrar exactamente.
Francia se ha acostumbrado a vivir catástrofes profundas provocadas por accidentes fugaces. Una desastrosa disolución de la Asamblea Nacional poco después de una derrota, un primer ministro de apenas 836 minutos o un asalto dramático a su gran museo de apenas 420 segundos. Este último, el que terminó hace una semana y concluyó con el robo de las joyas de Napoleón, valoradas en unos 88 millones de euros, quizá sea un nítido resumen de la sensación de descomposición que atraviesa al país desde hace algún tiempo. También la de su presidente, Emmanuel Macron, empeñado en ligar su suerte a la de la pinacoteca desde que accedió al cargo.
El miércoles 22 de octubre llegaron a Madrid desde México más de 400 piezas de arte. Los camiones que las transportaban las repartieron de manera simultánea por el Museo Arqueológico Nacional (MAN), el Instituto Cervantes y el Museo Thyssen. A partir de ese momento, comenzó la cuenta atrás para el trabajo de desembalaje y montaje de La mitad del mundo. La mujer en el México indígena. Este es el nombre de una gran exposición que se inaugurará el 31 de octubre en estas sedes. En cada una de ellas se contará una parte del relato en femenino de las comunidades originarias del país latinoamericano. Y a la vez, esta muestra sin precedentes es la forma por la que ha optado el Gobierno de Claudia Sheinbaum, que desde diversas instituciones y museos ha cedido las obras, como acercamiento a España después de que las relaciones entre los dos países —con una historia de siglos compartida— quedaran congeladas después de que el expresidente Andrés Manuel López Obrador exigiese en 2019 al Rey que pidiese perdón por los desmanes de la conquista.
Durante meses, cuando amenazaba con sanciones al presidente ruso, Vladímir Putin, Donald Trump, sonaba como una de esas madres que advierten a sus hijos que contarán hasta tres: “A la de dos… a la de dos y medio… dos y tres cuartos…”. El presidente estadounidense concedió al ruso “dos semanas” que jamás terminaban. Hasta ahora. Esta semana, de forma repentina, canceló la reunión que había anunciado días antes con Putin en Budapest. Y de modo aún más sorprendente, aprobó castigos contra las dos principales petroleras rusas. Las dos medidas paralelas abren una nueva fase en su hasta ahora comprensiva relación con Moscú.
Hace justo un año, cuando apenas quedaban dos meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos que dieron a Donald Trump su segundo mandato, se estrenó The Apprentice, una película sobre la vida del millonario republicano. La obra repasa la relación que tuvo con Roy Cohn, un abogado sin escrúpulos, y describe la influencia que este ejerció sobre el joven Trump y desvela su forma de entender los negocios. Fue tal el impacto que algunos asesores aseguran que, aún hoy, el difunto Cohn sigue siendo su principal consejero. Los mismos colaboradores recuerdan que Trump aprendió de él tres reglas de oro: “Atacar, atacar y atacar”, “No admitir nada, negarlo todo siempre” y “Reclamar la victoria, nunca admitir la derrota”.
“Patria o Milei”, se lee en una pared de un barrio popular de Buenos Aires. A pocas calles de allí, un afiche apócrifo de La Libertad Avanza, el partido del presidente Javier Milei, lleva impresa una bandera de Estados Unidos. Debajo, en celeste y blanco, se lee Fuerza Patria, la alianza peronista que este domingo se enfrentará al Gobierno en las elecciones legislativas de medio término.
Hamás afronta estos días una de sus principales encrucijadas en cuatro décadas de vida. Al nacer en 1987, al inicio de la Primera Intifada palestina, renunció inicialmente al poder político y, más tarde, por estrategia, a los atentados suicidas de la Segunda Intifada. Acabó presentándose a las elecciones en 2006, ganándolas y tomando por la fuerza el control de Gaza. Durante casi dos décadas y cuatro ofensivas israelíes, buscó sin éxito el favor de Occidente, hasta que, en 2023, su liderazgo en la Franja sorprendió al mundo con su sangriento ataque contra Israel, que dio pie a la invasión de Gaza. El alto el fuego, que rige desde hace dos semanas, le enfrenta ahora a un dilema existencial: ¿Renuncia a las armas, como se ha comprometido, mientras el Gobierno de Benjamín Netanyahu se las da y protege a clanes familiares de la Franja con un pasado delictivo? ¿Lo hace sin horizonte alguno de creación de un Estado palestino? ¿Acepta un organismo internacional supervisor presidido por Donald Trump, una de sus históricas líneas rojas?
No podía durar mucho. El Gobierno ha vivido un regreso de vacaciones dulce, con un septiembre en el que recuperó con claridad la iniciativa política mientras el PP se enredaba en sus divisiones internas alrededor de la masacre en Gaza o sus batallas con Vox. El entorno del presidente dio por superada la crisis de junio, que estuvo al borde de hacer caer al Ejecutivo por el caso Cerdán, y salió a la ofensiva con todo tipo de iniciativas. La economía además sigue ofreciendo datos récord de empleo y mejora de las expectativas.
Leire Díez (52 años, Bilbao) ha pasado de moverse entre las sombras a concentrar todos los focos, convertida en la protagonista de un enorme embrollo por donde desfilan empresarios, políticos, abogados, periodistas, guardias civiles, presuntos delincuentes y fiscales y exfiscales anticorrupción. Quien fuera una desconocida militante socialista, que pasaba desapercibida en los cargos de responsabilidad a los que era aupada por el PSOE, es ahora el epicentro de una investigación judicial. Según ha trascendido esta semana, el ministerio público le atribuye el “liderazgo” de un “plan delictivo” para “desacreditar” a la cúpula de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil y de la Fiscalía Anticorrupción con el objetivo de “anular” causas que “afectan a políticos y empresarios”. Ella, que se presenta como una reportera de investigación que lleva años indagando en las llamadas cloacas del Estado, niega irregularidades y se defiende: “Parece que el activismo periodístico lo inventé yo”, exclamó el miércoles en una entrevista de televisión.
Juan Bravo (Palma, 51 años) es un hombre pegado a un iPad repleto de tablas e informes económicos, que utiliza siempre para apoyar sus argumentos. Inspector de Hacienda y exconsejero de la Junta de Andalucía, Bravo es la cabeza de la política fiscal del PP de Alberto Núñez Feijóo. Moderado en las formas, el vicesecretario de Hacienda del PP defiende que España es un “infierno fiscal”, pese a que la presión esté por debajo de la media europea. Bravo se opone a la senda de déficit para las comunidades autónomas, y afirma que es posible cumplir con el 5% del presupuesto en defensa sin tocar el gasto social.
Al igual que ocurre con las de médicos o las de espías, las series de periodistas parecen no pasar de moda. La ficción idealiza el oficio: una pizquita de drama, algunos idilios y unos pisazos de escándalo crean el combo perfecto para enganchar al espectador. The Morning Show (Apple TV) lleva seis años y cuatro temporadas haciéndolo. Pero de paso, también coloca al público al filo de la caída en picado del periodismo.
La oscura mañana en que Ernest Hemingway cargó su escopeta Boss calibre 12 y se voló los sesos en su cabaña de Idaho, convencido de que nunca podría volver a escribir como se debía escribir, el novelista tenía 62 años y ya hacía tiempo los servidores de Finca Vigía y otros conocidos se referían a él como El Viejo. La tarde turbia de agosto de 1940 en que Ramón Mercader le clavó un piolet, Liev Davídovich Trotski tenía 61 años y desde hacía bastante sus allegados y hasta algunos de sus correligionarios le llamaban El Viejo. En un relato que escribí en 1988 y titulé Adelaida y el poeta, califico a la protagonista como una anciana de 62 años. Cuando redacté ese cuento yo tenía 33, la famosa edad de Jesús, y creo que me consideraba incombustiblemente joven. Ahora, mientras estreno mi estancia en los 70 años, compruebo que he vivido casi una década más que los “viejos” Trotski y Hemingway. ¿Qué soy yo?
Señoras y señores del Gobierno: en esto no nos podéis fallar. “Esto” es mantener el listón del espectacular doble récord que ha conseguido España, en siete años, vuestro mandato hasta hoy: en economía y empleo. Vuestras torpezas amenazan con malograr vuestros éxitos.
Ocurre que una niña en un colegio de Sevilla decide algo tan extremo como quitarse la vida. Nuestra mente vuelve entonces la mirada a aquel episodio infantil en el que por ser la nueva, torpe, tímida, formal o extravagante, envidiable, cualquier rasgo que de pronto despertó agresividad en una compañera, te viste rodeada de inquina y burla. Aún más escuece este asunto si dedicamos el pensamiento a la vida escolar de nuestros hijos, al sufrimiento que durante un tiempo fue secreto y que nos desvelaron cuando el peligro había cesado.