ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Tomarse una cerveza ha sido complicado durante días en la cuarta mayor economía del mundo y los bares, restaurantes y licorerías japonesas han tenido un inicio de octubre complicado. La cerveza Asahi, la más consumida en el país, con una cuota de mercado del 40%, ha escaseado durante dos semanas por culpa de un ciberataque que paralizó la producción y los envíos de género. Eso, a su vez, hizo que competidores como Kirin o Sapporo no dieran abasto y tuvieran que dejar de aceptar comandas de los establecimientos que buscaban marcas alternativas.
España vive una paradoja económica. Es innegable, y así lo ratifican análisis y estadísticas internacionales y nacionales, que es la gran economía avanzada que más crece: tiene más trabajadores que nunca (22,4 millones), el paro más bajo desde la crisis financiera, las grandes empresas presentan beneficios históricos, se atrae inversión de todo el mundo y la Bolsa bate récords, como ha hecho esta semana. Sin embargo, también con las estadísticas en la mano, sigue sufriendo un problema de desigualdad con unas tasas de pobreza insólitas para ese desempeño macro. Esa pobreza se está cronificando y la mejora del empleo y de los salarios no la logran reducir. El 13,6% de la población española, unos 6,7 millones de personas, vivió el año pasado en situación de carencia prolongada, según Eurostat. La definición de pobreza persistente es que fueron pobres ese año (con una renta disponible inferior a 11.584 euros anuales por persona, según la fórmula empleada) y en al menos dos de los tres anteriores. El dato ha crecido dos puntos desde 2023 y es la peor cifra desde la pandemia.
Parece inminente el anuncio de una propuesta de nueva financiación autonómica por parte del Ministerio de Hacienda. Por lo pronto, la titular del departamento, María Jesús Montero, ya ha desvelado algunas pistas de las que se puede inferir que el nuevo modelo no va a basarse en el principio de ordinalidad, para permitir que las comunidades reciban un nivel de recursos acorde con su contribución, y la “singularidad” catalana se salvaría por la vía de hecho, con más recursos a repartir en el sistema. El principio de ordinalidad busca garantizar que una comunidad autónoma mantenga su posición relativa en el ranking de renta per cápita después de la aplicación de los mecanismos de nivelación de fondos. En otras palabras, asegura que, aunque se reduzcan las diferencias de renta per cápita, la posición que ocupa esa comunidad en esa clasificación no cambie tras la redistribución de los fondos estatales. En sus contactos con los medios, los gobiernos español y catalán han hablado de la necesidad de superar lo que para ellos es un estéril debate nominalista y focalizarse en el aumento de recursos disponibles.
A pesar de que las estadísticas lleven años marcando una tendencia en sentido contrario, es muy probable que España esté comenzando a registrar un importante repunte en la práctica del catolicismo que más que un “revival” estético y público consiste en un movimiento silencioso, pero de mayor calado. Tres factores, entre otros, confluyen para hacerlo posible: la llegada de las generaciones del baby boom y X a edades en las que los estudios sociológicos tienen comprobado que la religiosidad aumenta; una revolución tecnológica que —con sus luces y sus sombras— multiplica el acceso a la formación, la oración y la comunidad; y una juventud que, paradójicamente, por no haber tenido prácticamente ningún contacto previo con el catolicismo, se acerca a él sin prejuicios y con curiosidad genuina.
Rubitabig4 es rubita y hace prácticas en una big 4, una de las cuatro consultoras globales que tienen sus oficinas españolas en las Torres de Madrid. Estudia en la privada y suele ir los afterwork más premium con Borja, que no la quiere mucho pero a veces le regala un Hermès, la lleva a los toros o a reservados muy top lejos de los fritos de la charca. Son insufribles: los sigo con ganas. Estos personajes de Instagram y TikTok son una de las pocas creaciones realizadas con inteligencia artificial que me han hecho cierta gracia. Que los mejores personajes de IA parodien a los consultores junior es irónico, porque este septiembre las cuatro grandes tenían previsto contratar hasta un 20% menos, y una excusa ha sido la IA. Lo que me alimenta me destruye, decía aquel tatuaje de Angelina Jolie.
“Es evidente que hoy la acusación popular es una herramienta que utilizan las organizaciones ultras, muy bien financiadas, para perseguir a personas progresistas y a su entorno solo por ser progresistas”, ha dicho el ministro de Justicia, al presentar el anteproyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal. El PSOE se ha personado como acusación popular en el caso de los hidrocarburos, los papeles de Bárcenas, la Púnica, el caso Kitchen, el caso Lezo o el caso González Amador: fue hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. La acusación popular ha sido importante en casos como Nóos, el caso Pujol, la Gürtel o los GAL. La figura de la acusación popular se limitará, explicó el ministro Bolaños, a casos en los que resulte perjudicado el interés colectivo, que obviamente es lo que sucede en los procesos que afectan a la derecha. Es posible que al ministro de Justicia le llame la atención por esparcir bulos y chatarra la Comisión Interministerial de Seguimiento e Impulso del Plan de Acción por la Democracia que él mismo preside y a cuyas reuniones tanto contenido aporta: por ejemplo, tergiversando informes de la Comisión de Venecia o mintiendo a sabiendas sobre rivales políticos. El anteproyecto pretende también que, a partir de 2028, la instrucción penal quede en manos de los fiscales y que la UCO esté a sus órdenes: una vieja propuesta recalentada en un momento indudablemente pintoresco, con un fiscal general del Estado imputado que ha mostrado más lealtad al Gobierno que a su cargo, y mientras conocemos supuestos intentos de desacreditar a mandos de esa unidad por parte de una apparatchik del PSOE que descubrió tardíamente su vocación periodística. Lo más probable es que la ley no salga adelante, porque el Gobierno no tiene apoyos. “No podrán aprobar los presupuestos y no podrán gobernar”, “tendrán el poder, pero no podrán ejercerlo”, ha dicho esta semana Carles Puigdemont, al anunciar una ruptura que no lo es y un cambio que solo es la prolongación de la situación existente. Mientras, se normalizan discursos asombrosos que reniegan de la idea de alternancia democrática, como el del exministro Joan Subirats, y asistimos a un empate de impotencias camuflado por maniobras de ilusionismo cada vez más descaradas: el PSOE busca ganar tiempo esperando los errores y temblores del PP, que suelen llegar. De vez en cuando hay acuerdos, eso sí: 307 votos a favor de una proposición no de ley en el Congreso para regular el uso de la palabra cáncer. Como no se puede actuar sobre la realidad, trataremos de reglamentar las metáforas. Es otra metáfora, pero a saber de qué.
Ha pasado un año ya. Ha pasado un año todavía. Me gustaría que todo aquello no estuviese tan presente. Los gritos de socorro, el ruido ensordecedor del agua rugiendo por la calle, la oscuridad, el miedo, el desamparo, la ira, el sentimiento de culpa, el barro por todas partes. Pero no. Las huellas del horror permanecen. La pizzería no ha vuelto a abrir; el auditorio sigue desvencijado y tantos locales y casas continúan igual, como heridas supurantes. Y pienso, esto no es nada comparado con el rostro triste de mis vecinos a los que el lodo arrebató al marido, al hermano, al padre. Cómo seguir así, con las portadas de los periódicos recordando día tras día el horror vivido. Con las imágenes del que pusimos como centinela y se fue de fiesta. Y sigue ahí, impúdico, indolente, infame. Sigo oyendo por el pueblo las historias que se cuentan unos a otros con los ojos extasiados. ¿Cómo huir de este dolor? Y me acuerdo de aquel amigo que al día siguiente me encontró en la calle y me preguntó: “¿Todos vivos?" Yo le contesté que sí y él dijo: “Adelante”, al mismo tiempo que se alejaba caminando.
A apenas 500 metros del despacho del presidente del Gobierno en el Palacio de la Moncloa se esconde un asombroso tesoro científico, en el que a simple vista destacan un lechón con dos cabezas y un ternero cíclope, con un único ojo en su frente. “Esta es la mayor colección de malformaciones congénitas animales de España”, proclama el veterinario Luis Avedillo, ataviado con una bata blanca con manchas de sangre. Este profesor universitario con aspecto de ratón de biblioteca es en realidad una especie de Indiana Jones de la teratología, la disciplina que estudia las “monstruosidades”, según la arcaica y peyorativa definición del diccionario.
Lo que no habían imaginado los operarios que estaban vaciando la porquería vertida durante años en una sima de Larraul (Gipuzkoa) es que entre esa montaña de desechos se iban a encontrar con un artefacto explosivo viejo y roñoso. Esto sucedió el pasado 8 de octubre. Eran las diez de la mañana. Un equipo de especialistas colgados de unas cuerdas se había adentrado ese día en una gruta infestada de basura. Estaban participando en la limpieza de la sima Leizeta, una cavidad con forma de cono de unos nueve metros de altura que ya había sido catalogada por la asociación Lurpea Garbi como uno un “punto negro” por una gran acumulación de desechos en su interior.
Curiosa, comunicativa y con un humor a prueba de bomba. Ágata Roca (Barcelona, 57 años), actriz con alma de periodista, ha recibido dos de los más grandes premios de la profesión, el Margarita Xirgu y el Max, por su personaje de una profesora de Filosofía que no llega a fin de mes en El imperativo categórico, obra escrita y dirigida por Victoria Szpunberg, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática 2025.
Tras el éxito de su debut literario, Los parques de atracciones también cierran, Ángeles Caballero sentía vértigo cada vez que pensaba en su siguiente proyecto. Las ideas demasiado ambiciosas la bloqueaban, y no podía apartar de la cabeza ese lugar común que asegura que las segundas obras —ya sean libros, discos o películas— están condenadas al fracaso. “Si no publicas algo antes de dos años, el lector se olvidará de ti”, le advirtieron. Hasta que escuchó en casa la clave para salir del atolladero: “¿Por qué no haces algo que te divierta y ya está?”. El resultado es Orfidal y Caballero (Arpa Editores), un dietario sobre la experiencia de la madurez femenina. Una crónica confesional y costumbrista de una “señora bien” —etiqueta que la periodista madrileña lleva incluso estampada en la sudadera con la que acude a nuestro encuentro— que trata de mantenerse cuerda, y con cuerda, en la caótica vida moderna.
Desde el principio de los tiempos, la serpiente habita los umbrales; se desliza entre la vida y la muerte, entre el agua y la tierra, entre el cuerpo y el espíritu. Ligada a los poderes ocultos de la madre naturaleza se convirtió en un símbolo asociado a la mujer. Maya Goded (Ciudad de México, 1967) retoma esa figura antigua y ambivalente en El rastro de la serpiente para explorar las huellas de la violencia y la sanación: un viaje íntimo, político y espiritual que atraviesa desiertos y montañas, revelando la profunda conexión entre el territorio y las mujeres que lo habitan.
“Cuando desde pequeño has visto que un ser humano puede matar a otro, es posible que ya no sientas nada ante la muerte”. La frase pertenece a La frontera de los olvidados (Editorial de Conatus, 2025), la novela recién traducida al español de la escritora iraní con raíces afganas Aliyeh Ataei (Zahedán, Irán, 44 años) en la que condensa las cicatrices invisibles que le dejaron criarse en un territorio en el que las líneas se desdibujan y en el que la violencia es un elemento más del paisaje. “A veces me llaman escritora iraní, otras, afgana; pero en realidad soy de la frontera”, dice Ataei, criada en Darmián. Esta ciudad, en el este de Irán y a unos 100 kilómetros de Afganistán, significa “irónicamente” en persa “entre” o en “mitad de”, apunta la autora.
No es casualidad que hayan visto la luz de manera casi simultánea la última película de Paul Thomas Anderson y Shadow Ticket, la novela más reciente de Thomas Pynchon. Las afinidades entre ambos creadores van más allá de la mera coincidencia. Una batalla tras otra no guarda relación directa con Shadow Ticket, sino con Vineland, la quinta novela de Pynchon, publicada hace 26 años. Anderson, que ya había llevado al cine en Puro vicio otra novela del escritor estadounidense, Vicio propio, en 2014, no adapta Vineland, sino que destila la visión devastadora, grotesca y veraz que tiene el escritor de la sociedad estadounidense. Pynchon lleva décadas profetizando el advenimiento del fascismo en su país. Una reseña de Una batalla tras otra publicada en The Hollywood Reporter antes de que Shadow Ticket viera la luz sostenía que “si alguien ha sabido vaticinar la elección y reelección de Trump, fue Pynchon”. Los Estados Unidos de hoy son cada vez más pynchonianos y muchos de los caricaturescos personajes que se mueven en las esferas de poder en el mundo real parecen arrancados de las páginas de sus novelas.
Papá apenas habla. Ni siquiera responde a un “buenos días”. Se enfada, sin embargo, cuando es su hija la que no dice nada. Lo cuenta la propia joven, en su diario. Y describe el infierno que se desata a continuación: su progenitor explota, grita, tira objetos. “Incluso nos pega”, se lee en el cuaderno íntimo de Hinako Shimizu, protagonista del reciente videojuego Silent Hill f. Así es su pan de cada día, y el de tantos hogares en el Japón rural de los sesenta. Habitual, aunque no por eso menos monstruoso. De ahí que, tras el enésimo abuso, la adolescente huya en busca de sus amigos. Necesita alivio, pero solo encuentra más horror: las calles del pueblo se han llenado de peligros, sombras, criaturas terroríficas. Le susurran “traidora”, tratan de devolverla a su sitio. Hinako se está haciendo mujer. Y, en realidad, le acecha lo mismo que a la mitad de la humanidad: el machismo.
A Christof Loy (Essen, Alemania, 62 años) le ha cambiado la cara. Ni rastro del gesto circunspecto, casi serio, de sus primeras visitas a Madrid. “España me trata muy bien”, reconoce entre risas el director de escena frente a un enorme ventanal del Teatro Real. “No es solo la luz”, dice y señala al exterior. “Hay una vitalidad contagiosa y un orgullo por la tradición que me resultan fascinantes”. Su montaje de Capriccio de Strauss en 2019 marcó un punto de inflexión: desde entonces su nombre se repite como un eco en la programación de los teatros españoles. Esta temporada, sin ir más lejos, ha sido convocado por el Real, el Liceu y el Teatro de la Zarzuela. “Me siento tan cómodo trabajando aquí que era inevitable que acabara hablando español”.
El pianista y director de orquesta João Carlos Martins (São Paulo, 85 años) coge el mando de la entrevista: enlaza respuestas con humor y datos antes de recibir las preguntas. No es escurridizo, está habituado a exprimir los minutos, a sobrevivir y, por eso, acostumbrado a disfrutar de los días, a resistir y a reinventarse. Ha aceptado que la vida le dio un don: “La perseverancia por encima del talento”, aclara. Y que su existencia es como una montaña rusa: ha llegado a Madrid a recoger el Premio Mapfre a toda una vida profesional a los pocos días de que una cirugía le extrajera un tumor.
En agosto de 1942, Edith Stein (1891-1942), encarcelada por la SS junto a su hermana Rosa en el campo de concentración de Westerbork, plenamente consciente de la cercanía de su muerte, acariciaba, limpiaba e intentaba conseguir alimentos para los desgraciados niños judíos y gitanos con quienes compartía su inminente y trágico destino. Dicen que todo en ella era silencio, paz y resignación, y que solo de vez en cuando sus grandes ojos negros se clavaban en su hermana, cargados de una inmensa tristeza; una manifestación de la absoluta aceptación que como católica arrastraba por el amor radical que profesaba a toda la humanidad.
Edith Stein: judía, filósofa, santa Irene Chikiar Bauer Taurus, 2025 768 páginas, 29,90 eurosEl corazón y la cabeza. La pasión y la ciencia. Las emociones y los números. José María Olazabal y Edoardo Molinari.