ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Cuatro años después de que la fundación de Amancio Ortega, impulsor de Zara, anunciara la donación a Galicia, Andalucía, Canarias, Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana y País Vasco de 10 de las máquinas más avanzadas del planeta para combatir el cáncer, valoradas en 280 millones de euros, ninguna está funcionando. Galicia, según la Xunta, se convertirá en el último trimestre de 2026 en el primer territorio que trata a pacientes con este acelerador de protones en la sanidad pública. Ya en 2027 está previsto que le sigan Madrid y Comunidad Valenciana, según los cálculos de la fundación, que incluye en ese calendario a Santiago de Compostela. Para que todas las máquinas estén activas habrá que esperar, previsiblemente, hasta 2029. Para entonces se habrá cumplido casi una década desde el anuncio de la operación. La mezcla entre la alta complejidad técnica del proyecto, y la burocracia que lo acompaña, tiene una consecuencia: la sanidad privada viene recibiendo millones cada año por atender a los pacientes de la pública, como demuestra que Madrid esté licitando ahora mismo un contrato que valora este servicio en una media de 1,9 millones anuales durante un máximo de tres años.
La agenda ambiental ganó peso en el poder blando de Brasil, en la proyección internacional del mayor país amazónico, a medida que su selección de fútbol perdía brillo. Por eso, cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ganó las elecciones, en 2022, su primer viaje fue a la cumbre del clima de la ONU en Egipto para proclamar que Brasil volvía la primera línea de la batalla por el medio ambiente. Se empeñó en acoger una cumbre climática y hacerlo por primera vez en la Amazonia, pese a la pesadilla logística que supone. El día ha llegado. Desde este jueves y durante dos semanas largas, la ciudad de Belém, en la cuenca del río Amazonas, será la sede del debate mundial para combatir el calentamiento global.
El escritor mexicano Gonzalo Celorio, Premio Cervantes 2025, usa en sus memorias una sentencia que, cuenta, Montaigne escribió en las vigas de lo que él ha llamado el retiro ebúrneo del filósofo francés: “Disfruta del presente, lo demás no te incumbe”. El versículo adaptado del Eclesiastés bien podría definir lo que Celorio (Ciudad de México, 1948) ha llamado como la búsqueda de un carpe diem “invernal”, es decir, el aprovechamiento del presente con la llegada de la vejez. “Es poco el tiempo que nos queda para disfrutar la vida”, afirma en Ese montón de espejos rotos (Tusquets editores), su libro de memorias recién publicado y que coincide con la concesión del Cervantes.
La casa de Gran Hermano 20, edición que estrena Telecinco este jueves, es más grande que nunca. Mucho más grande. Techos muy altos, cien metros de cristalera que recibe luz natural, un jacuzzi interior, una cocina varias veces más amplia de lo habitual, falsos patios de luces que dan sensación de mayor amplitud, con un diseño colorido pero acogedor. El concepto de este año es como vivir en un hotel de lujo en el que no te importaría pasarte días enteros sin salir de él. La intención es que los concursantes se encuentren lo más cómodos posible para que no se sientan extraños y sus conversaciones fluyan sin que ni siquiera el resto de compañeros puedan escucharlos. Y así las tramas se disparen.
Un musulmán neoyorquino autoproclamado “socialista democrático” se convirtió el martes en el rostro de la esperanza para los millones de ciudadanos en Estados Unidos que necesitaban recuperar la confianza en su país ante la exhibición de autoritarismo de Donald Trump. El inmigrante naturalizado Zohran Mamdani, de 34 años y desconocido por la mayoría de los habitantes de Nueva York hace solo un año, ganó las elecciones a la alcaldía con una enorme diferencia de nueve puntos sobre su principal rival, el exgobernador Andrew Cuomo, heredero de una dinastía política de medio siglo y representante del establishment demócrata de la ciudad. La irritación de Trump con Mamdani le llevó incluso a pedir el voto para Cuomo y a insultar a los votantes. La respuesta masiva es una bofetada en el orgullo del presidente, que es un notable de la ciudad, y una muestra del efecto tóxico de sus formas.
De todas las supuestas y sensacionales revelaciones de la autobiografía del rey Juan Carlos, solo una me ha hecho izar una ceja. No es el hecho de que admirara y apreciara al dictador Franco. Ni que sostenga con todo su real aplomo que fue él y solo él quien, tras la muerte del tirano, trajo personalmente la democracia a España. Ni que piense que su heredero, Felipe VI, es un ingrato por no reconocer solemnemente todo lo que le debe a Su Majestad su padre. No. Todo eso estaba claro para cualquiera que, además de tener ojos y oídos, supiera leer entre líneas sus gestos y sus discursos. Lo que me tiene patidifusa es que el Emérito tenga los santos atributos de referirse públicamente a su aún esposa desde hace 63 años como “Sofi”, como la llamaba en la intimidad, igual que ella le llamaba “Juanito”, y que, después de medio siglo de infidelidades y humillaciones, pregone que la reina Sofía es la mujer de su vida y le reproche no haber ido a verle a su exilio de Abu Dabi por no enfadar a su hijo. Ahí está la clave de los cientos de páginas del tocho. Ese pasaje no es uno más de la edulcorada autobiografía de un personaje histórico, sino un autorretrato al ácido úrico de un hombre machista y pasivo agresivo, y de un monarca tan acostumbrado a que sus deseos fueran órdenes dentro y fuera de palacio, que aún no le cabe en la testa que ya no se obedezcan.
Hoy en día, si no tienes un hater, no eres nadie. Yo cuento con uno. Es una señal definitiva de éxito social. Además, mi hater no es un cualquiera, se trata de un señor distinguido, que escribe en un periódico y publica libros.
Primero creímos que internet serviría para bajar de su torre de cristal a los poderosos. Durante unos breves momentos parecieron escuchar. Fue fascinante, por ejemplo, ver a Alex de la Iglesia cambiar de opinión sobre la ley Sinde hasta el punto de dimitir como presidente de la Academia por coherencia interna: el diálogo público en Twitter le había transformado. “Esta gente me dio una lección. Es cómodo hablar con los que te siguen la corriente: te reafirmas en tus ideas, te sientes parte de un grupo, protegido, frente al resto de locos que se equivocan. Por vez primera, aprendí que dialogar con personas que te llevan la contraria es mucho más interesante. Puede resultar incómodo al principio, sobre todo si eres soberbio, como yo. Pero cuando aprendes a encajar, la cosa fluye, y las ideas entran. En este país cambiar de opinión es el mayor de los pecados”, escribió en 2011.
A un periodista que estaba haciendo su trabajo en Pamplona unos abertzales le dieron una paliza. Ni el Gobierno ni sus ministros han encontrado tiempo para condenar esa agresión. En esta época unos tuits o un libro pueden ser violencia, pero a veces la violencia no es violencia y además quien la recibe la merece. Tampoco han alzado la voz periodistas y ciudadanos que suelen preocuparse por estas cosas. Algún mensaje puntualizaba que la víctima, José Ismael Martínez, de El Español, iba a cubrir una manifestación no autorizada. ¡Acabáramos! ¿A quién se le ocurre? Como si el hecho de que la concentración —un acto del agitador ultra Vito Quiles en la Universidad de Navarra que la institución había cancelado— no estuviera autorizada fuese relevante. Cubrir un acontecimiento no implica que lo apoyes: no señala que lo apoye tu medio, no significa que lo apoyes tú y que lo apoyases no justificaría la violencia. La FAPE y la APM han denunciado la agresión. En Televisión Española ha habido tertulianos que defendían el ataque. Una comentarista (de aquellos que Pablo Iglesias se jactaba de haber colocado en la cadena pública) decía que así es como se le paran los pies al fascismo (luego ha habido muestras de solidaridad con ella tras un aluvión de insultos). En estas páginas, Diego Garrocho se preguntaba qué habría pasado si unos “cachorros de Alvise” hubieran agredido a un periodista. La cosa podría haber generado tanta alarma mediática como los cánticos del colegio Elías Ahuja o la “paliza” a un muñeco que representaba a Pedro Sánchez. En estos años ha circulado el meme de que “está bien pegarle a un nazi”: una de las razones por las que se puede desconfiar de esa afirmación es que, si lo que te gusta es pegar, entonces solo tienes que decir que alguien es un nazi para que el ataque esté justificado. Ahora se diría que, para personas como Ione Belarra o Irene Montero, ni siquiera hace falta llamar al otro fascista: con autodenominarte antifascista, ya le puedes partir la cara a quien quieras, aunque sea uno que pasa por allí o un periodista que está trabajando. Sorprende más el silencio en otras fuerzas políticas y otras áreas, que parece obedecer a una combinación de cobardía y sectarismo. Es paradójico que ese silencio vaya acompañado de lamentos desgarrados por la polarización y el odio que se expande. No siempre está claro si temen lo que denuncian o en el fondo lo desean.
La primera precaución que hay que tomar siempre que se habla de unas elecciones es que no hay dos iguales. El lugar en el que se celebran, el espíritu de la época, la cultura política, tradiciones, e incluso la previsión del tiempo, todo eso influye en una campaña electoral. Dicho esto, la campaña en redes de Zohran Mamdani, parte del movimiento que le ha llevado a la alcaldía de Nueva York, va a ser revisada, estudiada e imitada por todo el mundo. Y en ella pueden encontrarse cosas que (esperemos) adaptadas a las idiosincrasias locales y a las circunstancias, veremos mucho en un futuro.
Cuando María García (Teruel, 1989) era solo una adolescente turolense, aquella plataforma que reivindicaba que su provincia también existía estaba en plena ebullición: “Estábamos aislados, no había un kilómetro de autovía y eso me hizo consciente de la importancia de la movilidad. Sin ella no hay desarrollo”, explica esta arquitecta que acaba de ser nominada entre 1.200 candidatos al premio Design Europa por un diseño de gasolinera eléctricas, también llamadas electrolineras, que ha diseñado para la empresa en la que trabaja, la holandesa Fastned, una de las mayores proveedoras de carga rápida de energía para coches eléctricos del continente. Risueña y prudente, acepta las preguntas difíciles con la misma gracilidad con la que enfrenta las “cuñadeces”: “La más frecuente es la de que las baterías contaminan. Hoy en día ya se reutilizan y se reciclan el 99 por ciento y cambiando muy pocos materiales se consigue que vuelva a ser perfectamente operativa”. Defender la movilidad eléctrica es un poco como ser vegetariano: siempre al quite de las impertinencias. “De hecho, soy vegetariana”, dice entre risas.
Ha pasado algo más de un año desde que Samir Haj Tirari despertó en una cama de hospital y supo que no podría volver a caminar. Ahora, en una tarde sin sol, su hijo adolescente abre la puerta para recibir a los visitantes y él aparece empujando su silla de ruedas y mostrando unas enormes ojeras. En el salón, con un vaso de café negro que sirve su esposa Dounia, cuenta que pasa muchas noches en vela, viendo en TikTok a personas que han pasado por lo mismo y que recomiendan paciencia porque los tres o cuatro primeros años son los más difíciles. Si tiene suerte y se queda dormido, a veces sueña que anda de nuevo.
La taquilla pasa por un brete complicado. Pese a la cantidad de propuestas cinematográficas en septiembre y octubre, no solo la cartelera no remonta, sino que cae en picado. Pocas películas parecen captar la atención del público masivo. Por suerte, noviembre ha comenzado con la fiesta del cine (aunque muy tibia en resultados), y seguirá con alguna película familiar como único salvavidas de la cartelera, más allá de algunos estrenos de Netflix que pasan fugazmente por las salas.
Es martes por la mañana. Llueve y se siente un ligero frío otoñal en el este de Madrid, pero en un salón del área de Salud Mental del Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz solo hay calidez. Un grupo de nueve pacientes de psiquiatría ―todos de la unidad de agudos― aplaude al ritmo de la canción Un velero llamado libertad, de José Luis Perales. David, uno de los pacientes, la ha pedido al tiempo que afirmaba: “La música y los animales cuidan el alma”. La sesión tiene dos protagonistas: Cleo y Tiza, dos perras de raza golden retriever que forman parte de la terapia asistida con animales que el hospital implementó en la unidad de agudos en noviembre del año pasado, y que viene realizando en otras unidades desde 2012. Los especialistas que lideran la terapia coinciden en que los pacientes que participan experimentan un “cambio de rol” y pasan a ser “los cuidadores temporales de otro ser”.
El tráfico se detiene cerca del Fuerte Amber, el complejo palaciego de la ciudad que lleva el mismo nombre, a 11 kilómetros de Jaipur (Estado de Rajastán, norte de India), cuando un coro de bocinas anuncia la llegada de una fila de elefantes. Se abren paso entre los tuctucs, cubiertos de bridas y pintura de colores vivos en la trompa y los ojos. A esa hora, el sol cae a plomo y los animales regresan a los santuarios después de una jornada de trabajo. Cada uno lleva sobre el lomo a su mahout, el cuidador que lo acompaña desde su infancia.
La Bolsa y la inteligencia artificial (IA) necesitan darse un tiempo. Como en esas relaciones donde el flechazo inicial se va volviendo tóxico. Inversores de todo el mundo ven con recelo los carísimos precios de muchas compañías tecnológicas. Las acciones de Wall Street se han revalorizado un 36% desde los mínimos de abril al calor de la IA, pero esta semana algunas alarmas empezaron a saltar.
Los primeros segundos de Procesión, el sencillo que estrenó el séptimo disco de Alberto & García, son una magnífica puerta de entrada al universo de la banda asturiana. Lo que parece una bandurria son, en realidad, tres guitarras ―una española y dos acústicas― intencionadamente no muy afinadas. Después entran los saxofones -barítono y alto―. También el acordeón. Y así, en solo 28 segundos, emerge una cierta melancolía festiva. Un sutil anhelo de vivir permanentemente en una fiesta de prao sabiendo que no se puede vivir permanentemente en una fiesta de prao.
La segunda publicación de Lúa Ribeira (As Pontes, Galicia, 1986), nace como un cierre y, al mismo tiempo, como un punto de fuga. Lo que comenzó entre los ritmos y ecos de la emergente escena española del trap y el drill —se mostró primero en el ICP en Nueva York después en el Lázaro Galdiano y ahora en C/O Berlin— creció mientras se exhibía y se transformó a medida que respiraba en público. El proyecto ha quedado depurado formal y conceptualmente hasta condensarse en un libro ligero de páginas, grande y fino como un cuento, pero denso en interrogaciones: Agony in the Garden.
La portada de Brujería para chicas descarriadas (Minotauro), del escritor estadounidense Grady Hendrix (52 años), parece la de una novela para adolescentes. Tiene una lámpara de lava rodeada de mariposas y una pegatina que dice “Edición limitada. Brilla en la oscuridad”. El texto promete ser una historia de terror, con brujas y ficción, pero el mayor terror está en lo que se vivía Estados Unidos entre 1945 y 1973, año en que se hizo legal el aborto en ese país. En la llamada era Baby Scoop hubo un aumento de embarazos fuera del matrimonio y, con ello, se disparó también el ingreso forzoso de madres adolescentes en casas de acogida ―generalmente con valores religiosos— hasta que dieran a luz y sus hijos les fueran arrebatados para entregarlos en adopción. No fue un hecho aislado. Por ejemplo, en España existían las mismas prácticas en el Real Patronato de Protección a la Mujer durante el régimen franquista y en Latinoamérica las dictaduras daban en adopción a los niños nacidos en cautiverio político. La historia de Fern, Rose, Holly y Zinnie, protagonistas del libro, es la misma de muchas mujeres que hasta hoy buscan a sus hijos.