ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
El público ha hablado: Lindsay Lohan está definitivamente de vuelta. Con unos óptimos resultados a nivel de venta de entradas y crítica, el estreno de Ponte en mi lugar de nuevo, secuela más de 20 años después de aquel clásico adolescente, supone el hito definitivo en el largo camino de redención de la actriz. La niña prodigio que acabó convertida en “la chica mala de Hollywood”, sumida en una espiral autodestructiva de adicciones y problemas con la justicia, víctima a su vez del escrutinio inmisericorde de la época, ha conseguido rehabilitar su imagen hasta el punto de permitirse liderar un taquillazo familiar de Disney este verano. Pero no es el único regreso que presenta la comedia. Otro icono milenial, casi tan brillante y al mismo tiempo tan postergado como la propia Lohan, la acompaña en su renacimiento particular: Chad Michael Murray (Búfalo, 43 años).
En la noche del 14 de febrero pasado, el presidente de Argentina, Javier Milei, difundió entre sus casi cuatro millones de seguidores en X la criptomoneda $Libra. Dijo que se trataba de un nuevo emprendimiento destinado a financiar pequeñas empresas argentinas y copió el contrato del proyecto para quien quisiese invertir en él. $Libra resultó ser un memecoin que, tras dispararse en su cotización, se desplomó en menos de cinco horas y provocó pérdidas millonarias a cientos de inversores. Consumado el escándalo, se supo que detrás de la criptomoneda había un ignoto estadounidense de 28 años que se presentaba como “experto” en el mundo cripto llamado Hayden Davis.
El mes pasado, el comediante estadounidense Jimmy Kimmel cedió por unos días la conducción de su programa nocturno en la cadena ABC al actor mexicano Diego Luna. Al final de su semana al frente, Luna agradeció la oportunidad recordando el privilegio que supone ejercer libremente la sátira política, noche tras noche, en televisión. Su observación, tan natural para quienes conocen de cerca los riesgos de cuestionar al poder, probablemente resultó ajena para buena parte de la audiencia estadounidense. Después de todo, la sátira política televisiva es un elemento histórico de la cultura popular en Estados Unidos.
Si viviéramos en Badajoz y estuviéramos en 1936, este fin de semana irrumpiría en nuestra tierra una horda de hombres salvajes, como la que vimos en Torre Pacheco hace días blandiendo machetes, y les abrirían las carnes a nuestros padres, horadarían las frentes de nuestros hermanos pequeños y desaparecerían a nuestros amigos. Los amontonarían en el ruedo de la plaza de toros y los fusilarían, y llenarían la calle del Obispo de sangre y el río Guadiana, que se tintaría de encarnado desde las Tablas de Daimiel hasta el Atlántico. Los extranjeros hospedados en la ciudad huirían con el estómago plegado y ya no podrían ingerir sólido alguno, y sus testimonios sobre la barbarie serían puestos en duda por los descendientes de un luengo Estado fascista, testimonios como el siguiente de Jay Allen:
En Israel hay un muro al que llaman barrera de separación con Palestina. Está compuesto por largas paredes de cemento que alcanzan los ocho metros de altura, zanjas y vallas con alambradas. Este muro, que se adentra por zonas en territorio palestino —el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya lo declaró ilegal en 2004—, es el primero que vi en directo. Asomaba a cada rato por la ventanilla del coche en el que me desplazaba por Israel durante un viaje de trabajo. No hay palabras para describir la desolación ante esta infraestructura hecha para separar de manera radical a los humanos de ambos lados.
Durante la primera Administración de Donald Trump, la Casa Blanca desmanteló el panel científico que asesoraba a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) sobre la contaminación atmosférica. El objetivo del presidente, obviamente, era acabar con los márgenes de contaminantes que la EPA regulaba, puesto que reducían los beneficios de muchas empresas, incluidas las constructoras a las que los Trump deben su inmensa fortuna. La reacción de los científicos del disuelto panel fue interesante. Lejos de desmoralizarse, siguieron trabajando por su cuenta y publicaron en The New England Journal of Medicine sus recomendaciones sobre el material particulado y su gran efecto en la calidad del aire. Trump no les hizo caso, naturalmente, pero el artículo sirvió después para diseñar acciones legales. El mensaje de fondo es lo más importante, porque dice que un Gobierno no puede amordazar a sus científicos.
Elena, Pepi, Paula y Sara se bajan de un taxi poderosas y maqueadas de punta en blanco. Vestidazos de colores complementarios —verde, corinto, blanco y rosa—, pendientes y colgantes dorados, bien de maquillaje y sandalias de tacón. Cualquiera diría que el calor de las cinco de la tarde no pesa como una losa. Pero la fama nacional de los cuatro beach clubs de Puerto Sherry (El Puerto de Santa María, Cádiz) es que o vas bien arreglado o no pasas de la puerta. Así que ellas no se la han jugado: vienen en tren desde Córdoba dispuestas a estar 13 horas de fiesta y no quieren imprevistos. Escoger modelito ha costado lo suyo, confiesa Elena, pero dan el pego. Aunque Pepi aclara por si acaso: “No somos pijas, solo bien vestidas. Es que si no aquí ni entras”.
A estas alturas de 2025 es difícil no haberse dado cuenta de que estamos en el año en que se celebra el 250 aniversario del nacimiento de Jane Austen (Reino Unido, 1775-1817). Desde hace meses, en las vitrinas de los escaparates relucen nuevas ediciones de sus novelas, algunas publicadas en estuches conmemorativos, como los que han lanzado en español Planeta, Penguin Random House, Alianza, Nórdica o Alba, un sello que siempre ha tenido a Austen como uno de sus buques insignia.
Las spoof movies, o pelis de parodias, son tan viejas como el propio cine quizás porque el séptimo arte nació con vocación popular y no hay nada más popular que la risa. La primera, El pequeño robo del tren (1905), no es más que una versión humorística de El gran robo del tren (1903), el cortometraje más popular de su tiempo. Su director, Edwin S. Porter, vio el potencial de rodar de nuevo con actores infantiles y de esa forma tan sencilla dio el pistoletazo de salida a un género en el que destacó también Buster Keaton con sus parodias del cine de trenes y del oeste. Años después, llegarían Mel Brooks que vertebró su carrera en torno a las parodias, siempre desde el cariño, de distintos géneros, y los ZAZ, el trío formado por Jim Abrahams y los hermanos David y Jerry Zucker, que le insuflaron nueva vida con Aterriza como puedas (1980) y sentaron las bases de la parodia moderna, basada principalmente en la acumulación de gags, pero siguiendo una premisa que a veces se olvida: “Si estás haciendo una parodia de una escena de una película, tiene que funcionar independientemente de que entiendas o no la referencia”.
El fracaso de la reunión de la ONU para alcanzar un tratado global sobre la contaminación con plásticos no solo refleja la dificultad de poner de acuerdo a 180 países, sino también el mal momento que el mapa geopolítico impone a los intentos de mirar un poco más allá de los intereses nacionales para ocuparse de las grandes cuestiones ambientales que afectan a toda la población humana.
Juan XXIII usaba la silla gestatoria y el papa Francisco llegó a utilizar un Cinquecento, pero —de unos pontificados a otros— son más las cosas que no cambian. Por ejemplo, ese extra de legitimidad terrena que da el ganarse los afectos del pueblo de Roma. Quizá el propio Juan XXIII los gozó más que nadie, al menos desde aquella noche de otoño del 62 en que, con ayuda de la RAI, conmovió hasta a las almas más volterianas de Italia con su “discurso de la luna”: “Al volver a casa, dad un abrazo a vuestros niños y decid: ‘Este es el abrazo del Papa”. Por eso hay todavía alguna hostería romana donde cuelga su retrato. De Pablo VI, sin embargo, en vano buscaremos merchandising, aunque sus sucesores lo hayan admirado primero y canonizado después. En cuanto a Juan Pablo I, algo así como el Román Escolano de los papas, no tuvo tiempo ni de causar una primera impresión, mientras que Juan Pablo II conectó con la plaza de San Pedro como hubiera conectado con la explanada de Woodstock: las mismas masas que sonrieron con el italiano de su alocución inicial intentarían proclamarlo santo subito a su muerte. Por su parte, las faldas de la sotana del cardenal Ratzinger iban a ser bien conocidas entre los gatos de Roma, pero en las tiendas de souvenirs los imanes de nevera con la imagen de Benedicto son ya raros como cuerno de narval. No, algunas cosas no cambian: tras la elección de Prevost, los libros de Francisco —amigo de Borges— están al 50% de descuento. Y en la ciudad quedan ya pocas iglesias que no hayan quitado el escudo de Francisco para poner el de León.
Mientras algunas películas presentan extraterrestres con emociones humanas —como Yoda en Star Wars o E. T., el extraterrestre—, otras muestran criaturas radicalmente distintas, como los heptápodos de La llegada, cuya forma de comunicación y percepción del tiempo desafían toda lógica humana. Más allá de estas fantasías cinematográficas, surge una pregunta fundamental que ha intrigado a la humanidad durante siglos: ¿existe vida extraterrestre?
Coyoacán proviene del náhuatl, significa “lugar de los coyotes” y su nombre resuena en todo el mundo por la Casa Azul que heredó Frida Kahlo. En época prehispánica fue un señorío del pueblo mesoamericano tepaneca, sometido posteriormente por los mexicas en el siglo XV. Así, en el momento de la conquista española era una comunidad organizada con centros ceremoniales, canales y chinampas en plan Xochimilco. Hernán Cortés instaló aquí su cuartel general tras la caída de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, antes de establecer el gobierno virreinal en el centro de la nueva ciudad. Durante la colonia se construyeron iglesias, conventos y casonas que se conservan igual de bien que su trazado colonial. En el siglo XIX se mantuvo como una zona semirural y de descanso para las élites. A partir de los años veinte del siglo XX, Coyoacán se consolidó como un centro artístico e intelectual, barrio residencial al sur de Ciudad de México, bohemio, reconocido por su arquitectura colonial, sus museos, plazas, cantinas, mercados, parques ajardinados y un urbanismo respetuoso con sus habitantes que sigue empeñado en preservar una envidiable armonía espacial. Pese a la inevitable gentrificación, conserva su esencia tradicional. Es uno de los centros históricos más visitados de la capital y vale la pena un paseo por su historia más allá de Frida Kahlo y Diego Rivera.
Tiene cierto morbo entrevistar a un autor de autoficción en su casa, más aún cuando la casa es escenario de parte de su obra. El chalecito del comiquero quebequense Michel Rabagliati en el barrio montrealés de Ahuntsic no decepciona. Rodeado de arbustos, con un pequeño mirador y un porche toldado (“lo construí yo cuando nos mudamos aquí hace 26 años”, cuenta), es casi idéntico a los dibujos que aparecen en su última obra publicada en España, Paul en casa.
Paul en casaMichel Rabagliati Traducción de Óscar Palmer Astiberri, 2025 208 páginas. 23 euros.Otros títulos del autorPaul en el campo
Michel Rabagliati
Traducción de Lorenzo F. Díaz
Fulgencio Pimentel, 2020
152 páginas. 21 euros
Paul en el norte
Michel Rabagliati
Traducción de Óscar Palmer
Astiberri, 2016
184 páginas. 18 euros
Paul en los scouts
Michel Rabagliati
Traducción de Óscar Palmer
Astiberri, 2014
160 páginas. 16 euros
Paul en Quebec
Michel Rabagliati
Traducción de Óscar Palmer
Astiberri, 2013
192 páginas. 18 euros
Paul va de pesca
Michel Rabagliati
Traducción de Óscar Palmer
Astiberri, 2012
208 páginas. 19 euros
Paul se muda
Michel Rabagliati
Traducción de Óscar Palmer
Astiberri, 2010
112 páginas. 14 euros
Paul va a trabajar este verano
Michel Rabagliati
Traducción de César Sánchez
Fulgencio Pimentel, 2012
152 páginas. 17 euros
Cada día, cuando Dina Rajab deja a sus tres hijos para ir a hacer sus directos para la televisión iraquí para la que trabaja, siente la misma angustia en el estómago. “¿Los volveré a ver? ¿Me pasará algo mientras trabajo? ¿Soy un blanco de Israel solo por ser periodista?”, se pregunta esta reportera gazatí que dio a luz a su tercer hijo en una tienda de campaña hace pocos meses.
Trabajar desde la imaginación es siempre un trabajo desde los bordes. Las ideas aparecen y desaparecen con la misma velocidad en que las cosas son y no son al mismo tiempo. Pasa igual con las metáforas. Por eso son tan poderosas, porque tienen la capacidad de activar fuerzas desde lugares oscilantes. Ahí, Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937) se mueve como nadie. Hacer una exposición que sea una conversación entre desconocidos. Pedirle al Gobierno que defina qué es el arte. Rellenar un formulario oficial con datos poéticos. Decir una frase a alguien y marcharse. Crear un recorrido que solo existe mientras lo caminas. Creer en una forma de caminar acorde a lo que uno quiere contar, siempre saliéndose del camino fijado. Querer hacer algo. Celebrar el movimiento de esa idea. Cumplir, por encima de todo, con ese compromiso personal.
El verano siempre me evoca el amor. Quizá porque mis primeros escarceos románticos se despertaron durante esta estación, y fue en una feria de San Juan donde una vez se inició el idilio que acabó por durar las intermitencias de varios años, a medida que el sol evapora los arroyos y el sol inflama los campos, presagio desatándose de unos fragores incontenibles que ya forman parte de nuestro imaginario colectivo y regresan, puntuales a su calendario, devolviéndonos las filigranas del recuerdo, o bien renovadas intenciones libidinosas. “Cuando llega el calor, los chicos se enamoran” —entonaban Sonia y Selena dos décadas atrás—, como si todo fuese a desvanecerse a partir de las primeras hojas rojizas, luego caídas del árbol. Tal vez, al fin y al cabo, seamos presas de unos ciclos naturales que afectan igualmente a otros animales: la mayoría de las aves extienden sobre los meses estivales su temporada de apareamiento, la cual comienza normalmente en primavera: palomas torcaces, gorriones, gaviotas… se recrean, sin saberlo, en las habilidades reproductivas y de crianza. Y nosotros, criaturas moldeadas asimismo por las ansias de juntarnos al otro, reacción hormonal a la luz, vamos construyendo mitos alrededor de las noches tórridas, a lo largo de siglos.
Adriana Murad Konings (Madrid, 1997) publica Los idólatras y todos los que aman (Anagrama, 2025), una novela de aires góticos sobre el duelo y las ficciones necesarias para sobrevivir a lo real.
[Esta pieza es una versión de uno de los envíos de la newsletter semanal de Televisión de EL PAÍS, que sale todos los jueves. Si quiere suscribirse, puede hacerlo a través de este enlace].