ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Al canciller alemán, Friedrich Merz, le gusta enseñar un gráfico muy expresivo para demostrar que Alemania necesita un giro económico. El gráfico muestra tres curvas y su evolución en las últimas décadas. De las tres curvas, solo una sube, la del gasto público. Baja la curva de las inversiones privadas. Y está estancada la del crecimiento del producto interior bruto. El democristiano Merz, según el diario Bild, les dijo a los diputados de su grupo parlamentario que la coalición con los socialdemócratas debía acercar las tres curvas. Es decir, aumentar las inversiones privadas, disminuir la parte del gasto público no dedicada a inversiones e impulsar el crecimiento. Si no lo logra, solo habrá una conclusión posible: “Habremos fracasado”.
Pasan unos minutos de las diez de la mañana del sábado 18 de octubre de 2025. Rosalía Vila Tobella (Sant Esteve Sesrovires, 33 años) se sienta en un sofá de una de las salas de este estudio fotográfico al norte de Madrid. Está cansada, lleva días durmiendo poco (y lo que le falta). Pero tiene unas ganas enormes de hablar de su cuarto disco, Lux, del que en este momento ya está medio mundo teorizando sin haber escuchado una nota de él —saldrá (salió) el 7 de noviembre—. Un nivel de análisis abrumador, que en ocasiones dice más del que lo formula que de quien es su objeto. Rosalía no es solo grande, es importante. Con todo lo que eso conlleva en la era del evento y la hipérbole.
EstilismoJuan Cebrián
ProducciónCristina Serrano
MaquillajeIsabella Ching
PeluqueríaSerpiente
ManicuraMartina Martínez (Nailztomeetyou)
Diseño de set (y asistente de set)Adrià Escribano (y Diego Lillo)
Asistentes de fotografíaAndrés Paduano, Adrián Ramos y Noelia Soto
Asistentes de estilismoPaula Alcalde y Carmen Cruz
ConstructorWodom Studio
Asistente de producciónMarina Marco
Hace ahora cuatro años publiqué en estas mismas páginas un artículo sobre acoso escolar titulado Porque lo permitimos. No era el primer texto que escribía sobre el tema, que siempre me ha horrorizado de manera especial. El bullying en la infancia y la adolescencia es un infierno clamoroso y cercano, una tortura cotidiana de cuya existencia todos somos conscientes, aunque, no entiendo por qué, parece que preferimos ignorarla. Precisamente por eso perdura: porque lo permitimos. Y el caso de Sandra, la niña sevillana de 14 años que se ha suicidado tras ser sometida por otras tres chicas a un largo tormento, demuestra dicha permisividad: ese colegio de las Irlandesas de Loreto que no activa los protocolos y que mientras escribo esto aún no ha asumido de modo suficiente la responsabilidad, esas redes que nadie controla y que multiplican el suplicio de las víctimas hasta el infinito.
A primer cop d’ull, Antoni Bernad. De 1960 a 2010 podria semblar un recull de fotografies de 50 anys de professió del fotògraf. Una antologia de dues-centes imatges de retrats i moda d’un dels grans de la història de la fotografia recent del nostre país. Ara bé, en el moment que ens endinsem entre retrat i retrat, d’Antoni Tàpies a Manolo Blahnik, de Salvador Dalí a Carolina Herrera, d’Elsa Peretti a Oriol Bohigas, és inevitable copsar que, en la seva obra, treball i vida són indestriables.
Antoni Bernad. De 1960 a 2010. Retrat i modaBlume 264 pàgines. 60 eurosHabía llegado puntual a una cena de alta gama que daba una anfitriona millonaria a gente muy escogida. Había financieros, artistas, cineastas, periodistas, jóvenes empresarios, todos guapos. Este individuo estaba hecho a esa clase de encuentros y le bastaba con sonreír levantando ligeramente la copa para responder al saludo de otros invitados durante el cóctel que ofrecían unos sirvientes de esmoquin. En los corrillos se hablaba de la política española como los poceros que chapotean en el albañal de una alcantarilla, aunque todos parecían sentirse muy contentos de estar tan cabreados. Este individuo no abrió la boca salvo para degustar los montados de caviar, de paté y de otras delicadezas. Cuando pasaron a la mesa, una vez aposentados, entre los comensales se estableció una competición por ver quién ahondaba más en la degradación en que, al parecer, se hallaba sumido este desgraciado país. Las grumosas memorias del exrey Juan Carlos, el enredo judicial del fiscal general del Estado, las prostitutas de Koldo, el dinero en sobres entre compinches, el novio de Ayuso, el misterio de El Ventorro, la corrupción de unos y otros, semejante basura iba cayendo de viva voz sobre el mantel blanco impoluto, la vajilla de Limoges, las copas de cristal tallado, los cubiertos y las soperas de alpaca hasta ponerlo todo perdido. En una esquina de la mesa este individuo permanecía callado, no había hablado durante toda la cena, pero se preguntaba cómo era posible ser tan negativos ya que los invitados chupaban con los ojos cerrados llenos de placer las cabezas de los langostinos. De hecho, le admiraba la forma cómo los exquisitos manjares que degustaban, de pronto, se convertían en mierda al hablar. A los postres alguien le pidió su opinión sobre este país que se estaba cayendo a pedazos. Por fin, este individuo habló, pero solo dijo: “Por favor, no os perdáis la magnífica exposición de Warhol y Pollock. Es una buena asa para agarrarse”.
El partido de Carles Puigdemont ha conseguido estas dos últimas semanas un intenso protagonismo mediático, pero la notoriedad alcanzada es inversamente proporcional al peso político ganado. Porque al anunciar que a partir de ahora no votará ninguna ley promovida por el Gobierno de Pedro Sánchez, cuya investidura votó, está haciendo una apuesta por la irrelevancia. Lo que Junts ha decidido hacer es paralizar la institución de la que forma parte con una oposición sistémica, de principio, que implica el veto a todas las leyes sin tener en cuenta su contenido y su necesidad. La negación de la utilidad de la política. Los votantes que eligieron a sus siete diputados pueden preguntarse para qué sirve ahora su voto. Porque las 46 leyes afectadas por esta decisión contienen sin duda mejoras para los catalanes, y Junts tendrá que explicar por qué las veta y también por qué se niega a negociar unos presupuestos que son vitales para mantener y mejorar los servicios públicos.
Es jueves por la mañana y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de 53 años, llega a la sala Miró de La Moncloa enfundado en un traje azul y de buen talante. Se le ve con ganas de seguir en la lucha. Ni el feroz cerco judicial ni el bloqueo parlamentario de Junts, que se acaba de conocer una hora antes, parecen haberle hecho mella. Por el contrario, en la entrevista afirmará que se vuelve a presentar a las elecciones generales de 2027 e incluso se permitirá un destello sarcástico con el libro de Juan Carlos I: “Todavía no lo he leído, pero también le diré que no va a ser uno de los que recomiende para estas navidades, visto lo visto”.
Si el juicio del fiscal general del Estado fuera un partido de fútbol, estaría en el descanso. Se han celebrado tres de las seis sesiones previstas y han declarado 20 de los 40 testigos citados. ¿Con qué resultado se ha llegado a la mitad? En un juicio no hay un marcador y cada parte confía en que los primeros días de la vista le han sido favorables. Fuentes jurídicas consultadas consideran que ha habido aspectos beneficiosos para la acusación y otros para la defensa, y advierten de que es pronto para hacer un pronóstico. Lo que parece evidente, transcurrida la mitad de la vista, es que no hay una prueba fehaciente de que fuera Álvaro García Ortiz quien filtró el correo del 2 de febrero de 2024 en el que el abogado del empresario Alberto González Amador admitía la comisión de dos delitos fiscales. Y hay varios testimonios que apuntan a que el contenido de ese mail ya era conocido por varios periodistas antes de que lo recibiera el fiscal general (a las 21.59 del 13 de marzo de 2024).
El interrogatorio a la ex alto cargo de La Moncloa y dirigente del PSOE madrileño Pilar Sánchez Acera había consumido ya un cuarto de hora. La acusación particular en el juicio al fiscal general del Estado porfiaba en hurgar en el pantallazo con el famoso correo en que el abogado del novio de Isabel Díaz Ayuso admitía sus delitos fiscales y que Sánchez Acera recibió el 14 de marzo de 2024 de un periodista de cuyo nombre, según ella, no puede acordarse. La pretendida implicación de La Moncloa en la filtración del correo había quedado hace tiempo fuera del caso, después de que la Sala de Apelaciones del Supremo constatase que el juez instructor, Ángel Hurtado, la dio por hecha sin más. Así que el pasado miércoles, en la vista oral del juicio, el presidente del tribunal, Andrés Martínez Arrieta, intervino para recordar al abogado de la acusación que ese era asunto cerrado.
En su obra Introducción a la historia, el gran investigador y héroe de la resistencia francesa Marc Bloch recogía un proverbio árabe que rezaba que “los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”. Sin duda tenía razón.
El amor es una derivada muy sofisticada del sexo, dice Miguel Pita. Este doctor en genética y biología celular se ha arremangado para tratar de explicar en un libro uno de los grandes y más hermosos misterios que rodean la mente humana: cómo y por qué nos enamoramos y nos desenamoramos, y por qué nos fijamos, en concreto, en esa persona que es la culpable de nuestros desvelos durante todo ese proceso. El cerebro enamorado (Periférica) no es un libro de autoayuda, ni lo pretende, y se lee como una novela que narra la historia de Raquel e Íñigo, la pareja de ficción de la que se sirve Pita para contar los cambios cerebrales y hormonales de los que disfrutan y por los que sufren, desde su flechazo a su separación.
María Antonieta lleva más de dos siglos muerta, aunque no siempre lo parezca. En Londres, el Victoria & Albert Museum la ha convertido en la gran protagonista del otoño cultural. La exposición Marie Antoinette Style, un recorrido por la moda y las artes decorativas de su tiempo, se acerca a las 100.000 visitas y tiene todas las entradas agotadas hasta enero. En sus abarrotados pasillos, con una clara mayoría de mujeres de todas las edades, la muestra reúne cerca de 300 obras, vestidos y objetos, incluidos 17 préstamos de Versalles que nunca habían salido de Francia. No se limita al inventario de reliquias, sino que propone un análisis de esa devoción que nuestra época sigue proyectando sobre la consorte de Luis XVI, pese a su final en la guillotina.
Un flujo turbulento de coches, miles de coches, infinidad de coches que se enredan entre sí, trata de escapar de Madrid un viernes por la tarde en el que llueve mucho y la gente sale escopetada de sus trabajos. Esa masa metálica se va atascando en torno a centros comerciales, grúas, urbanizaciones, descampados o esa discoteca de famosos en la que el taxista asegura haber visto una vez a Guti, el futbolista. Esto es la ciudad, esta maraña de gente, deseos y metal, este caos lo suficientemente ordenado para llamarlo civilización.
Desde hace años, incluso antes de que se encontraran sus restos, hay un grupo de mujeres a las que se les llama las 12 costureras del barranco de Víznar. Fueron 12 fusiladas por el franquismo al inicio de la Guerra Civil, a las que se les asignó ese nombre a pesar de que no todas pertenecían a la misma profesión. Quizá porque lo normal era que los asesinos mataran por gremios: hoy camareros, mañana bordadoras, pasado, agricultores. Sin embargo, estas 12 mujeres quedaron para siempre unidas en las últimas horas de sus vidas y a lo largo de 89 años enterradas en la misma fosa. También el 31 de octubre, cuando las homenajeó el gobierno de España, con su presidente, Pedro Sánchez, a la cabeza.
La Humanidad ha quedado atrapada en una peligrosa disonancia cognitiva: mientras el calentamiento global se acelera y ningún rincón del planeta escapa a sus destructivos zarpazos, la lucha internacional contra el cambio climático en el seno de la ONU atraviesa el peor momento desde, al menos, la firma del Acuerdo de París hace una década. La gran paradoja es que el mundo nunca ha estado mejor preparado que ahora para desplazar a los principales responsables del problema —los combustibles fósiles— gracias al avance de las renovables y de la movilidad eléctrica.
Vivir en la periferia de una gran ciudad y no tener un pueblo al que te mandaran tus padres en verano te convertía en aquellos setenta en una desgraciadilla. Si algo nos curtió como personas capaces de albergar en nuestro corazón dos universos, el rural y el urbano, era ese lazo con el pueblo. Cuando nuestro Seat 124 avanzaba por la calle estrecha hasta la casa de mi tía sentíamos los gritos enajenados de las mujeres que ya habían sido avisadas de nuestra llegada. Tías primeras, segundas, lejanas, un comité de recepción espontáneo que inauguraba el verano. Había que dar besos. Entonces no se les preguntaba a los niños si querían o no darlos; era un ritual obligatorio, inconcebible que te negaras. Besos precipitados y sonoros, besos a aquellas verrugas santas de las que salían pelos negros y duros como clavos, besos a aquella pobrecica a la que se le caía la baba, besos como ventosas, y nuestras cabezas apresadas entre las manos de aquellas mujeres que las hacían chocar contra sus pechos enfundados en batas de flores que olían a comida a diario y a colonia Joya los domingos. No deseo hacer comparaciones, hoy todo se convierte en un debate enconado y ridículo, pero en mi recuerdo aquellos besos eran como el salvoconducto que nos permitía a los niños de ciudad entrar en unas calles que eran suyas en los temibles inviernos. Una vez que se acababa la ceremonia de bienvenida, te soltaban de sus brazos para dejarte libre, aunque jamás podías sentirte ajena a sus miradas.
Imagina que quieres modernizar tu casa e instalas sistemas inteligentes: calefacción, electricidad, seguridad. Contratas una empresa y todo funciona bien, pero un día decides cambiar un proveedor y descubres que los sistemas están tan íntimamente integrados que separarlos es imposible. Llevaría años y una fortuna. Pero tú necesitas que la casa siga funcionando. Técnicamente, eres el dueño, pero si suben los precios o cortan el servicio, no hay nada que hacer: has perdido el control de tu casa sin percatarte, contrato a contrato. Imagina ahora que esa empresa no cree en tu derecho a decidir sobre tu propia vida. Un escándalo, ¿verdad? Pues eso es lo que pasa hoy con los Estados democráticos, donde un puñado de multimillonarios tecnológicos que abjuran de la democracia están comprando, pieza a pieza, sus infraestructuras críticas. Así lo refleja un informe de la economista Francesca Bria, quien documenta cómo los Peter Thiel y Elon Musk del mundo están construyendo lo que denomina autoritarismo tecnológico: una arquitectura de poder que controla las funciones básicas del Estado creando dependencia infraestructural y obviando el control de la política.
Tras la dimisión de Carlos Mazón por su gestión de la dana, el PP vive un déjà vu. Otra vez, como en 2023, la Comunidad Valenciana hace de avanzadilla en la nueva generación de acuerdos con Vox. Con el riesgo de que se repita el guion.