ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Como cada otoño, Paris Photo invita a repensar la mirada. Cada obra, cada proyecto expositivo y cada libro proponen entender la fotografía no como un objeto de consumo, sino como una forma de pensamiento visual en perpetua transformación. Fiel a ese impulso de renovación, en su 28ª edición la feria revalida su capacidad de reinventarse con éxito, desplegando un fértil territorio donde se mezclan nombres consagrados con nuevas voces afirmando la fotografía como un proceso en continua evolución, donde la huella del pasado se integra en dinámicas que expanden sus lenguajes y modos de representación.
El taxista se llevó anoche una impresión equivocada. En medio de una de estas avenidas gigantes y solitarias, prototipo de nueva zona residencial en las afueras de Madrid, Antonio le pidió a su conductor que detuviera el coche frente a un gran supermercado. El hombre, antes de cobrar el viaje, asomó la cabeza por la ventanilla y trató de alcanzar con la mirada el último piso de una moderna urbanización contigua de 10 plantas. “Aquí las casas deben costar una barbaridad, ¿no?”, preguntó impresionado. Antonio se encogió de hombros y rio para sus adentros. El taxi se marchó y Antonio dio esquinazo al edificio donde ya solo quedan disponibles estudios de 20 metros cuadrados por 210.000 euros —en este barrio del norte de la ciudad, un inmueble de una habitación ya cuesta casi 600.000 euros— y se dirigió hacia un parking de arena discreto y rodeado de vegetación donde Antonio tiene su casa, la más barata de este enclave y probablemente de toda la ciudad: una autocaravana Fial Ducato Carioca del año 2003 que compró en 2019 de segunda mano por 22.000 euros. Allí, como cada noche, volvió a dormir a pierna suelta.
El juicio en el Tribunal Supremo por supuesta revelación de secretos contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, quedó ayer visto para sentencia un año y medio después de los hechos que dieron origen a un caso que ha afectado como pocos a la política española reciente. Con el juicio oral, los ciudadanos han podido ver el caso expuesto por sus protagonistas y desde todos los puntos de vista. A García Ortiz se le acusa de haber filtrado a la Cadena SER el correo electrónico en el que el abogado del empresario Alberto González Amador —pareja de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso— ofrecía a la Fiscalía un posible acuerdo a cambio de admitir dos delitos fiscales. Las sesiones, en las que no ha aparecido ninguna prueba de cargo de la filtración, han venido a confirmar las dudas sobre la calificación delictiva de los hechos juzgados y la fragilidad de los supuestos indicios incriminatorios.
Vox ha decidido desafiar al Little Miami de Isabel Díaz Ayuso. Es decir, haber convertido Madrid en el paradigma de una derecha globalizada, amiga de los impuestos bajos y atractiva para las élites hispanoamericanas de alto poder adquisitivo. Frente a ese modelo de los ganadores del sistema, el partido de Santiago Abascal opta ya por presentarse como el partido de quienes se sienten sus perdedores. La cuestión es si ese giro obrerista —que algunos tildan de falangista— constituye una amenaza para el Partido Popular a largo plazo.
No se descubre nada si se afirma que comprar hoy entradas para un concierto de una primera figura del pop puede resultar una aventura con un desarrollo y un final muchas veces frustrante. Lo único que se sabe con certeza es el nombre del artista al que se va a ver y que uno se va a dejar los dedos actualizando información en su portátil. El precio final o las condiciones de la ubicación (de la que depende la visualización y la óptima llegada del sonido) no son siempre precisas. En los últimos años, el público ha protestado por la proliferación de plataformas no oficiales de reventa, que muchas veces acaban en estafas. Este mismo jueves, artistas ingleses como Coldplay, Dua Lipa o Radiohead instaron al primer ministro británico, Keir Starmer, a cumplir su promesa electoral de poner freno a estos sitios web “extorsivos y perniciosos”, entre los que citan a Viagogo o StubHub. Pero no siempre la reventa es ilícita: hace tiempo que Ticketmaster ofrece a sus usuarios la posibilidad de revender su entrada, como ocurre en los conciertos de Bad Bunny en España. Y esto ha derivado en una paradoja: aunque se anunció que las entradas estaban agotadas, todavía hay algunas a la venta.
Tan contundente como su propia figura fue la respuesta de Orson Welles cuando en 1960 fue preguntado por la ciudad en la que elegiría vivir. “Ávila”, dijo sin titubeos. Ante el desconcierto del periodista, el cineasta añadió la siguiente aclaración: “Está en el centro de España. El clima es horrible, muy cálido en verano, muy frío en invierno. Es un lugar extraño y trágico. No sé por qué siento algo tan especial”.
Las obras de Grillo Demo (Rafaela, Santa Fe, Argentina, 69 años) decoran las mansiones de reinas del pop y los palacios de princesas europeas. Sus pinturas, collages y diseños de mobiliario tienen un sitio de honor en los salones de Madonna, Elton John, Kate Moss, Naomi Campbell, Elle Macpherson y Gloria von Thurn und Taxis. Pero la casa-taller de Demo, donde crea esas piezas llenas de color y surrealismo que tanto gustan a los ricos y famosos, es una humilde vivienda de dos dormitorios en Santa Eulalia, en medio del campo ibicenco, escondida entre arbustos donde crecen rosas, jazmines y bignonias.
La nueva modernidad amorosa es ser un conservador. Las generaciones más jóvenes, como todas las precedentes, se rebelan contra sus mayores. Y qué subversión más punzante que romper con lo anterior en materia sexual y afectiva: abandonar el sexo libre y sin ataduras; huir de la falta de compromiso sentimental; quitarse de la cabeza eso de querer seguir siendo joven a pesar de no tener edad para ello. Y, en consecuencia, decidir casarse a los 21 años con una persona del otro sexo de la que se está profundamente enamorado. En la realidad de la sociedad española de hoy, la tesitura puede no tener maldita la gracia en según qué hogares y círculos, pero en una comedia la tiene, incluso como exageración. Al menos como punto de partida.
Todos los lados de la camaDirección: Samantha López Speranza.
Intérpretes: Ernesto Alterio, Pilar Castro, Jan Buxaderas, Lucia Caraballo, Secun de la Rosa, Alberto San Juan, Leire Aguiar.
Género: musical. España, 2025.
Duración: 103 minutos.
La Junta de Andalucía ha tenido publicados en su página web durante varios meses datos personales y clínicos de los 23 enfermos de mieloma múltiple del Hospital Virgen del Rocío que estaban a la espera de recibir una innovadora terapia CAR-T —llamada Carvykti— y cuyo retraso en ser administrado ha tenido un impacto negativo en la expectativa de vida de los pacientes, según avanzó EL PAÍS este miércoles.
El Gobierno tenía la convicción de que el Abogado General del Tribunal de Justicia de la Unión Europea traería buenas noticias, pero el informe ha sido aún mejor de lo esperado. En el Ejecutivo se percibía este jueves una evidente euforia ante una decisión que, si se consolida en el propio tribunal, algo altamente probable dados los antecedentes, supone abrir el paso definitivamente al regreso de Carles Puigdemont a España. Los cálculos para esta ansiada realidad, sobre todo en Junts, decisiva para la legislatura, se sitúan ahora alrededor de la llegada de la primavera, al final del primer trimestre de 2026, cuando está previsto que el Tribunal Constitucional resuelva —se supone que favorablemente gracias a la mayoría progresista― el recurso de amparo que ha presentado el ex president, que lleva ocho años en Waterloo para evitar a la justicia española.
Antonio Castillo Algarra es dramaturgo, actor, traductor, profesor de oposiciones… y ahora también el hombre en la sombra que maneja todos los hilos de la educación madrileña, desde las escuelas infantiles a la universidad pública. Sin estar en plantilla, ha llenado de sesgo ideológico la polémica ley de educación superior (Lesuc) que pretende aprobar Isabel Díaz Ayuso, además de poner y quitar cargos a su antojo. “Es el Rasputín de Ayuso. A la altura de Miguel Ángel Rodríguez”, coinciden cinco fuentes.
Este jueves por la mañana, apenas había rastro de la borrasca Claudia en Mogán, uno de los principales municipios turísticos de Gran Canaria. La localidad ha amanecido con un sol radiante. La Playa del Cura, uno de sus principales reclamos; sin embargo, está casi igual de desierta que si estuviese diluviando. El motivo: restos de materia orgánica en descomposición de miles de lubinas muertas en una piscifactoría en Melenara, en el este de la isla, han obligado al cierre de esta y de otra docena de playas en la isla. Sobre todo en Mogán, que amenaza con acudir a los tribunales.
Los niños necesitan ritmos estables para crecer con confianza, pero encontrar el punto medio entre mantener el orden y la capacidad de adaptación no siempre es fácil. “Cuando nuestros hijos son pequeños, aprenden a regularse emocionalmente a través nuestro ejemplo, el de los padres y madres. Un ambiente calmado, seguro y predecible ayuda a que el menor perciba que todo está bajo control”, sostiene Laura Álvarez Chamorro (Castellón, 37 años), pediatra que trabaja en su clínica de Vila-real, centrada en el cuidado multidisciplinar de la infancia, y conocida en redes como La pediatra Laura, cuyo perfil en Instagram cuenta con 415.000 seguidores.
El aval del Abogado General del Tribunal de Justicia de la Unión Europea a la ley de amnistía supone un paso importante, aunque no definitivo, en la aplicación de una medida que debe servir para pasar página del desafío sinsentido que supuso el fallido proceso independentista catalán. El abogado considera que la norma no perjudica los intereses financieros de la UE ni atenta contra el derecho comunitario en materia de terrorismo. Y recalca algo muy significativo en clave española: que la ley fue aprobada siguiendo todos los cauces y las garantías parlamentarias “en un contexto real de reconciliación política y social”.
En el Kunsthistorisches Museum de Viena hay un cuadro que siempre me ha gustado mucho, Juegos de niños, pintado por Brueghel el Viejo en 1560. Parece un maravilloso catálogo de juegos infantiles (hasta : de la taba a la gallina ciega, de las canicas a los bolos), pero en realidad produce al espectador un efecto inquietante. ¿Por qué? ¿Será porque Brueghel reúne en un espacio abierto una multitud, como en El triunfo de la Muerte? Busco a alguien que sienta lo mismo que yo y por fin lo encuentro. “He mirado este cuadro cientos de veces”, escribe la pedagoga Heike Freire, “y lo más curioso es que no veo niños por ninguna parte: veo personas de todas las edades. Veo cuerpos que más bien parecen de adultos”. Es eso, en efecto: no es la multitud la que remeda el triunfo de la muerte; es que se trata de los mismos cuerpos, robustos, adultos, pecadores. Brueghel el Viejo pinta a adultos jugando como niños, que invocan y aplazan así el inevitable triunfo de la muerte.
Exigen que los inmigrantes se integren, se adapten a “nuestra” cultura (a saber lo que es eso) pero en realidad es lo último que desean: ¿que los hijos de moros, negros y latinos compartan aula con sus propios hijos? ¿Que vivan en los mismos barrios que ellos? ¿Que les toque uno de esos como compañero de habitación con todos sus olores raros? ¿Tenerlos al lado compitiendo por los mismos puestos de trabajo? No, para nada, buena parte de los que se llenan la boca con la palabra “integración” lo que quieren en realidad es la desaparición de cualquier elemento distintivo en ese otro que detestan que les recuerde precisamente su diferencia. “Que se desintegren” sería una expresión más precisa. Lo demuestra el hecho de que mientras gritan “integración” no solo no hacen nada por favorecerla sino que contribuyen a los mecanismos que generan segregación. Que se tilde de fascismo esa hipocresía como hizo en su día Pau Luque es tomarse muy en serio a los racistas de toda la vida y no tener en cuenta que lo deseable para los que procedemos de otros países es, precisamente, la integración. Queremos integrarnos porque queremos tener los mismos derechos que todos los demás, vivir en viviendas que no estén apartadas de todo, en barrios donde solo viven los “nuestros”. Queremos integrarnos para que la democracia no nos quede lejos, que los políticos nos tengan en cuenta y también nos interpelen en vez de hablar de nosotros como si estuviéramos en una pecera cerrada desde la que no oímos ni entendemos lo que dicen sobre nosotros. Hoy hay niñas viviendo en barriadas degradadas haciendo un esfuerzo titánico por sobreponerse a esas barreras que les ha impuesto el sistema: de raza, de género y de clase, por supuesto. Estudian con ahínco porque saben que no les queda más remedio y a la que puedan huirán de ese lugar al que las han relegado para incorporarse a la sociedad que no es gueto y que tan lejos queda desde donde están ahora. El movimiento por los derechos de los negros en EE UU luchó contra la segregación establecida por ley y reivindicó su integración. Aquí ocurre que quienes se supone que defienden los derechos de los inmigrantes (sin haber pisado nunca uno de estos barrios en la periferia de la periferia) nos dicen que la integración es de derechas. Pero si es todo lo contrario. A la derecha ya le va bien que estemos encerrados, que tengamos que traspasar esas fronteras invisibles para llegar al centro, allí donde seríamos ciudadanos sin más, sin menos.
Leo en un extraordinario libro sobre arquitectura y catástrofe (Catedral de escombros, de Pedro Torrijos) que “la relación señal/ruido se define, de forma aparentemente aséptica, como la proporción existente entre la potencia de la señal que se transmite y la potencia del ruido que la corrompe”.
Estoy cómodamente instalada en el sofá de mi piso de la rue Keller en el XI distrito de París. Son las diez de la noche del viernes 13 de noviembre de 2015 y recibo una llamada de mi mejor amiga, Charlotte, que vive en las Antillas francesas, a miles de kilómetros. “Tía, ¿dónde estás? ¡Que están disparando a gente en tu barrio!”. No entiendo nada. “Enciende la tele”, me dice. Pongo BFM TV, un canal de información continua. Un comando terrorista está llevando a cabo atentados en diferentes puntos de la ciudad, hay ya decenas de muertos, las autoridades piden a la población que no salga de casa. Tengo la sangre helada. Uno de los atentados ha ocurrido rue de Charonne, a 500 metros de mi casa, en la terraza del muy querido y popular bar La Belle Équipe; los cadáveres, cubiertos con mantas de aluminio, yacen esparcidos por el suelo. Solo hay muerte y estupor. No parece real. Las imágenes y los relatos que llegan desde el Bataclan terminan de sumir a todo el país en el horror. Entiendo, como todos los franceses, que a partir de esta noche nada seguirá siendo igual.
Mi madre nació en un pueblo de la ribera de Navarra en 1942, tierra de agricultores. Era una niña inquieta, pero cuando cumplió 15 o 16 años (no tengo clara la edad exacta, ella no lo recuerda ya) sus padres decidieron que dejara de estudiar. Una de las monjas que llevaba la escuela fue a hablar con mi yaya, pero no lo consiguió. Mi madre fue educada para ser ama de casa. Y así transcurrió su vida. Siendo ella como era, llegó a la excelencia, a pesar de su frustración, y educó a su hija para que jamás fuese como ella. “Estudia hija, estudia. Sé independiente. No dependas jamás de un hombre”. Gracias a mujeres como ella, las mujeres de hoy hemos podido pensar en nuestro propósito de vida y elegir si queremos quedarnos en casa o tener un futuro profesional fuera. Y así educamos a nuestras hijas. Por ello, cuando leo las noticias de Afganistán, se me hiela la sangre. Mujeres y niñas encarceladas en sus casas, atrapadas entre ropajes que muchas veces no dejan ver ni sus ojos, reducidas a receptáculos para engendrar hijos. No pasa en una esquina oculta del mundo. Sucede en el escaparte global, y lo vemos gracias a los pocos que luchan para que su situación no caiga en el olvido. Yo puedo hacer poco y unos pueden hacer mucho. Lo que puedo hacer hoy es traer este tema de vuelta a la agenda y rogar a nuestros políticos para que ayuden a las mujeres y niñas de Afganistán. Sus hijas podían haber tenido la mala suerte de nacer allí.