ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Respeto y coherencia. Son las palabras que más repite Nuria Renom al hablar de su pasión, que la mantiene ocupada de sol a sol: la elaboración de vinos naturales en un bucólico rincón del Alt Penedès (Barcelona). Esta viticultora que va por libre no duda en reconocer que ha encontrado su lugar en el mundo entre viñedos, en una finca rodeada de bosque y con un centenar de olivos. La compró en 2021 junto a su pareja, Arola Tous Galí, y el sueño común es asentarse aquí, rodeándose de amigos, familia y visitantes que compartan el mismo entusiasmo por la sencillez. Su anhelo es que la finca Can Barceló, en el barrio de Les Cantarelles del municipio de Sant Martí Sarroca, llegue a producir íntegramente unas 50.000 botellas de vino al año y, a la vez, se convierta en un pequeño alojamiento de enoturismo. Pero sin pijadas de hotel opulento, matizan. No quieren ningún lujo que importune la paz de este paraje.
Especial Gastro de ‘El País Semanal’Este reportaje forma parte del Especial Gastro elaborado por ‘El País Semanal’ y EL PAÍS Gastro.Después de muchos años de sobriedad, las tendencias en el diseño de restaurantes, y en consecuencia de sus sillas, cada vez se están situando más en el extremo opuesto, con proyectos muy locos que exploran hasta dónde se puede llegar formalmente sin perder en comodidad, sobre todo, en el caso concreto de los asientos. Superadas ciertas limitaciones, han aparecido propuestas con toda su estructura acolchada y tapizada, como si fueran pequeños sofás en versión individual. Asimismo, se ha recuperado el sillón club, reintroducido y adaptado a este nuevo contexto por su capacidad para aportar elegancia y confort. Por su parte, las sillas se mueven entre registros opuestos. Por un lado, se han vuelto gruesas y musculadas, como si su trazo hubiera sido puesto en negrita. Por otro, son tan finas y gráciles que casi parecen insectos.
Especial Gastro de ‘El País Semanal’Este reportaje forma parte del Especial Gastro elaborado por ‘El País Semanal’ y EL PAÍS Gastro.Un año después del salvaje asesinato de Jamal Khashoggi -asfixiado en el consulado de Arabia Saudí en Estambul y luego descuartizado para hacer desaparecer el cadáver-, amigos y colegas del periodista se congregaron en el último lugar donde fue visto con vida. Por el escenario, instalado frente a la legación diplomática saudí, pasaron intelectuales y defensores de los derechos humanos, disidentes de variados países autoritarios de Oriente Próximo -que entonces hallaban refugio en Turquía-; la relatora de la ONU Agnès Callamard, cuya investigación vincula directamente al príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, con el asesinato; o el entonces hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, propietario del diario, The Washington Post, en el que escribía Khashoggi. Todos coincidieron en que, incluso en su muerte, el periodista había infligido una derrota al absolutismo saudí, al mostrar al mundo el rostro verdadero y cruel de su hombre fuerte, condenado por ello a ser un paria. No podían estar más equivocados.
Las autoridades sanitarias internacionales y los expertos en nutrición han lanzado un grito de alerta acerca de la creciente prevalencia de los alimentos ultraprocesados en la dieta global. No existe aún un consenso sobre qué es un “alimento ultraprocesado” —la OMS ha iniciado la convocatoria de una comisión de expertos para establecer sus criterios sobre el tema— pero las definiciones más consistentes afirman que se tratan de productos elaborados a base de materias primas ya preparadas a los que se incorporan aditivos para mejorar su sabor o facilitar su preparación o conservación. La popularidad de este tipo alimentos no es difícil de explicar. En las economías más desarrolladas, las características del mercado de trabajo hacen que cada vez más personas carezcan de tiempo para cocinar. En el mundo en desarrollo (donde más crece el consumo), la creciente urbanización hace atractivas la comodidad y el prestigio de los alimentos ultraprocesados. Y, en todas partes, la industrialización hacen que sean en muchos casos más baratos que los ingredientes frescos.
Un cuarto de siglo da para mucha música. En esta columna de La Ruta Norteamericana, bien lo sabemos porque, desde sus comienzos en formato blog musical, allá por 2008 -¡se dice pronto!-, hemos recomendado muchos discos y artistas de todo pelaje, siempre bajo el criterio del gusto personal. La transformación de La Ruta Norteamericana en una columna periodística, abierta a otros géneros sonoros fuera de la música de raíces americana, más centrada en la actualidad y con propósito narrativo en ocasiones, derivó en un espacio menos sujeto a las recomendaciones discográficas.
La fotografía captura un instante decisivo: una estatua monumental del filósofo Friedrich Engels ha quedado suspendida en el aire. En el fondo, los bloques de pisos conviven con la torre de la iglesia de Santa María y la Torre de Televisión en el histórico barrio de Mitte, en el Berlín oriental, subrayando el contraste entre el pasado y el presente. Su autora es la fotógrafa alemana Sibylle Bergemann (1941-2010), una de las grandes referencias de la fotografía alemana de las últimas décadas del siglo XX. Vista hoy, la imagen invita a pensar que estamos ante otro documento más del ocaso de un ídolo; a leer la escena como una retirada, la consecuencia de un giro histórico. Sin embargo, la imagen fue tomada durante el proceso de la instalación del Marx-Engels Forum, dedicado a las dos figuras centrales del relato oficial. Un detalle que desarma nuestras primeras certezas y revela hasta qué punto la historia —y nuestra mirada— pueden invertir el sentido de una misma imagen.
En España, la atención paliativa pediátrica avanza más lentamente que las necesidades reales de los niños con enfermedades incurables, y las diferencias entre comunidades evidencian una desigualdad que afecta tanto a la calidad de vida de los pequeños como al bienestar de sus familias. A pesar de que la mayoría de estos menores vive largos periodos con síntomas complejos que requieren acompañamiento médico, psicológico y social continuo, no se dispone todavía de equipos suficientes ni de especialistas formados para atenderlos. En ese contexto ha nacido este mes de noviembre la alianza entre la Fundación Aladina y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos Pediátricos (PEDPAL), que pretende dar un paso decidido hacia un cambio estructural a través de la formación avanzada de nuevos profesionales.
Casi 40 años de dictadura y, por tanto, de propaganda; la tardía reacción de las administraciones democráticas respecto a la enseñanza ―es la ley de memoria democrática de 2022 la que obliga a incluir entre sus fines el conocimiento de la represión franquista―; el auge de la extrema derecha y de los discursos negacionistas o revisionistas han hecho mella en la sociedad española. Así lo refleja la encuesta monográfica del instituto 40dB. para EL PAÍS y la Cadena SER con motivo del 50 aniversario de la muerte de Franco. El sondeo (2.000 entrevistas online) analiza (según el género, la edad y la intención de voto) el grado de conocimiento de los españoles sobre el pasado traumático; la huella de las consecuencias de la Guerra Civil en las familias; la valoración del régimen franquista, de la Transición y de las políticas de memoria. Y deja algunos porcentajes preocupantes. Puede consultar todos los datos de la encuesta aquí.
A los tres profesores de Historia del mismo instituto del sur de Madrid los alumnos de primero de la ESO (12 años) los atosigan siempre, desde hace unos años, con la misma, recurrente, pregunta: “¿Y lo de Franco, profe?” “¿Cuándo damos lo de Franco, profe?” El dictador que murió hace exactamente 50 años se ha convertido para muchos estudiantes de este centro, según aseguran estos profesores, no sólo en una figura histórica que despierta un creciente interés, sino una también floreciente simpatía. “Antes, hace 15 años, estaba el facha de la clase, que era el raro, pero ahora es una tendencia casi general, sobre todo entre los chicos, no tanto las chicas. Y estos no se esconden a la hora de proclamarlo”, asegura la profesora Dolores Chincolla, de 56 años, con más de 30 de experiencia enseñando Historia a adolescentes en el aula de un instituto público. Este interés -y esta admiración- se traduce en varias cosas: pulseritas con la bandera de España y el lema de “¡Arriba España!”, calendarios de Franco llevados un poco de tapadillo en el bolsillo, la interpretación con el metalófono en clase de música a espaldas de los profesores del Cara al sol o la petición de conectar en clase a la retransmisión en directo, en octubre de 2019, de la exhumación de los restos de Franco en el Valle de los Caídos. “Se lo puse, claro. Porque era de interés. Pero no me han pedido ver en directo ninguna otra cosa nunca”, comenta la también profesora de Historia del mismo centro Mercedes Medina, de 56 años. Un tercer colega, David Campos, de 29, añade que no pocas veces, cuando les pregunta a sus alumnos de la ESO o de bachillerato que elijan un personaje histórico favorito, muchos eligen al dictador: “Y ninguno a Cervantes”, añade con cierta tristeza. Mercedes Medina agrega, con la misma tristeza pero con algo de prevención en el tono de la voz: “Es una moda. Hubo unos años en los que Franco estuvo muerto, pero ahora ha resucitado”. “Lo malo es que con esa moda, y a esa edad, pueden ser manipulados con mucha facilidad”, matiza Pablo Juárez, profesor de Lengua y Literatura.
Este artículo forma parte del especial de EL PAÍS sobre los 50 años de la muerte de Franco.Paco Roca, premio Nacional de Cómic en 2007, relata sus recuerdos de la muerte de Franco, hace hoy 50 años. Los momentos de desconcierto e incluso de temor de sus padres se tradujeron para un niño que tenía entonces seis años en un día sin colegio, pero también sin sus programas favoritos de televisión.
Este artículo forma parte del especial sobre los 50 años de la muerte de Franco publicado por EL PAÍSRecuerdo el día de la muerte de Franco. Lo veo en gris. Quizá porque el recuerdo me lleva a Santander, la lluviosa ciudad en la que nací. Por segunda vez en mi corta vida mi padre me acompañó al colegio en coche. La primera fue el día del atentado contra Carrero Blanco. En ambas, el viaje fue de ida y vuelta tras comprobar que no había clase. El 20 de noviembre de 1975 había fallecido el anciano de voz gangosa al que escuchaban mis padres en la televisión con respeto. Luego comprendí que había en ello la sombra discreta del miedo.
Este artículo forma parte del especial sobre los 50 años de la muerte de Franco publicado por EL PAÍSEn apenas unos años, España iba a convertirse en una democracia avanzada, en miembro de la OTAN y de las Comunidades Europeas, pero el 20 de noviembre de 1975 no era un día para ser determinista. “Cuando hablamos de Salamina”, escribe Huizinga, “hay que hacerlo como si los persas aún pudieran ganar”. Y hace hoy 50 años, nadie podía saber quién iba a ganar el futuro en España. Al recordar aquel tiempo, el hispanista Trevor Dadson incidía en una paradoja: si el mundo celebró la Transición española, fue precisamente porque nadie en el mundo tenía demasiada confianza en que la Transición saliese bien. No era una cautela inútil, como se vio, años después, en las transiciones del espacio pos-soviético. Y en la España de 1975 también podían ganar los persas. A Franco le sucedía, según lo estipulado, una Monarquía tradicional, de amplios poderes y alineada con los principios del Movimiento. Y desde su kilómetro cero, la Transición se iba a ver acompañada, sobre un fondo de crisis económica, del ruido de sables y de los bombazos de una ETA que, por ejemplo, saludó el año auroral de 1978 con 65 muertos. Por supuesto que hubo presiones externas y, ante todo, una mayoría interna que quiso poner al país en hora con las democracias occidentales. A la vez, no había certezas como para justificar las esperanzas. Y una España que llevaba siglo y medio surtiendo a Europa de pintoresquismo y anomalías bien podía seguir siendo different un tiempo más.
Las cuentas de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil cercan a Santos Cerdán, ex secretario de Organización del PSOE (2021-2025), a quien el magistrado Leopoldo Puente ha ordenado excarcelar este miércoles al considerar “mitigado” el riesgo de destrucción de pruebas tras el último informe presentado por el instituto armado contra él. Aunque los agentes aún no han enviado al juez el informe patrimonial que se les pidió sobre el exdiputado, los investigadores ya dan por “acreditado” que la trama desvió, al menos, 181.000 euros al exdirigente socialista y a su entorno, mediante contrataciones sospechosas, el pago de alquileres de dos pisos en Madrid y sufragando la compra de muebles y gastos en restaurantes y viajes.
El informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil detalla la relación triangular entre el ex secretario de Organización del PSOE Santos Cerdán, su amigo y dueño de la empresa Servinabar, Joseba Antxon Alonso, y el que fuera ex consejero delegado de la división de construcción de Acciona Justo Vicente Pelegrini, quienes se reunieron en distintas ocasiones en 2019 para establecer las “relaciones contractuales” con las que luego presuntamente alimentaban de comisiones ilegales a la trama. Los agentes sospechan que la trama tenía expresamente alquilado un piso en el centro de Madrid, en la calle Fuencarral 94, para este tipo de encuentros.
Ay, nuestra querida España, esa España nuestra. ¿Dónde están tus ojos?, ¿dónde están tus manos?, ¿dónde tu cabeza? En la empresa Servinabar 2000, dónde van a estar. Vaya pregunta. La patria está conmocionada —quizá con un poco de razón— por las presuntas corruptelas de los dos últimos secretarios de Organización del PSOE, que se dice pronto. Las búsquedas del nombre “Santos Cerdán” se han multiplicado en Google; sobre todo en su tierra, Navarra, pero también en La Rioja, Aragón, Galicia y Castilla y León. En Cataluña muy poco, por cierto. A saber los motivos.
La presión de la extrema derecha está llevando al PP a suprimir de las escuelas un programa de lengua árabe y cultura marroquí puesto en marcha en 2012 por el Gobierno del popular Mariano Rajoy, en el que el año pasado participaron cerca de 8.000 alumnos en 400 centros educativos. Murcia y Madrid lo han suprimido este curso, y otras comunidades del Partido Popular barajan hacerlo. En Cataluña, donde su eliminación no está sobre la mesa, el Govern ha pedido al Ministerio de Educación que oculte la relación de centros que participan en el programa por el señalamiento amenazante, por parte de ultras, de algunos de ellos. Así lo ha hecho el Gobierno, vaciando de contenido la página que permitía consultar la lista de centros de toda España.