ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Cuando a los 10 años Irene Rodríguez vio cocinar un teppanyaki, le dijo a su padre que quería ser cocinera de teppanyaki (teppan significa “placa de hierro”, y yaki, “asado” o “a la parrilla”). Su padre era Luis Rodríguez, el primer camarero español en Yamadori, junto a Tokyo Sushi, decano de los restaurantes japoneses en Barcelona, abierto en 1979. Cuando en 2010 Luis decidió montar Bi.En en Terrassa, tiró de contactos para adiestrar a su equipo, entre los que se contaba Irene, que se había formado con un cocinero japonés en el restaurante Yashima.
Especial Gastro de ‘El País Semanal’Este reportaje forma parte del Especial Gastro elaborado por ‘El País Semanal’ y EL PAÍS Gastro, que se publica en su edición impresa el domingo 23 de noviembre.Comer mandarinas es la manera perfecta de sentir en el pecho el estallido de alegría de vivir que da ir por el mundo en camisa hawaiana, sin tener que pasar por la vergüenza de ponerse una. Sobre todo, ahora que refresca.
Especial Gastro de ‘El País Semanal’Este reportaje forma parte del Especial Gastro elaborado por ‘El País Semanal’ y EL PAÍS Gastro, que se publica en su edición impresa el domingo 23 de noviembre.Netflix tiene en su catálogo una serie bajo el título Una nueva jugada, inspirada en la relación de Jeanie Buss y sus hermanos Jesse y Joey, que heredaron Los Angeles Lakers de su padre, el legendario Jerry Buss. La actriz Kate Hudson interpreta a la presidenta de un club de baloncesto, una alocada heredera, modelo, fiestera y ex portada de Playboy, que mantiene serias discrepancias con sus hermanos sobre cómo debe gestionar el equipo. La comedia televisiva tiene muchos paralelismos con la realidad.
Tuve un pariente que tras jubilarse, e hiciera frío o calor, se sentaba cada tarde en la terraza de su casa acompañado de una copa de vino y unos frutos secos y permanecía dos o tres horas con la mirada perdida en el vacío. A mí, que en aquella época era un estudiante de bajo rendimiento, me fascinaba contemplar su quietud improductiva. En cierta ocasión le pregunté qué hacía y dijo que esperar. “¿Esperar qué?”, insistí. “Que se me aparezca Dios, o una ecuación”, respondió.
La cruzada contra las mujeres es casi tan antigua como el vermú, pero se mantenía la creencia de que todo iba hacia delante. Esa ilusión se desmorona al escuchar el “váyanse a otro lado a abortar” de la presidenta de la Comunidad de Madrid: una joya léxica con un imperativo de cortesía utilizado con un matiz autoritario para referirse a un lugar distinto del que se encuentra la persona, con el complemento de finalidad de apelar al artículo 15 de la Constitución donde se recoge el “derecho a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. Según el último informe de Sanidad, en 2024 casi el 100% de los abortos en Madrid se realizaron en clínicas privadas. Qué razón tenía la filósofa Simone de Beauvoir al advertir que una crisis política sería suficiente para poner en cuestión los derechos de las mujeres, que, desde este lunes, trabajamos gratis hasta el 2026 y que vivimos en un país en cuya capital parece ser necesario exiliarse para interrumpir un embarazo.
Suena Sweet Harmony de The Beloved, “Is it right or wrong / Try to find a place / We can all belong?” (¿Está bien o mal? / Tratar de encontrar un lugar / ¿Todos podemos pertenecer?). Mientras, Nicola Formichetti (Numazu, Prefectura de Shizuoka, Japón, 48 años), orgulloso, muestra en primicia su primera campaña como director creativo global de MAC: I only wear MAC. Una serie de imágenes en blanco y negro firmadas por el prestigioso dúo Inez & Vinoodh y protagonizadas por un elenco variopinto (de Kris Jenner a Doja Cat, pasando por las modelos Amar Akway y Kristen McMenamy). Todo parece imbuido de un espíritu noventero; incluso el propio Nicola, que cuenta que en su Spotify suena, sobre todo, música de esa década: “Pop y R&B de los noventa… También me gusta la música clásica. Toco el piano, así que me encantan Rachmaninoff, Beethoven, Chopin o Debussy. Pero principalmente escucho a artistas como Kate Bush, Massive Attack… Soy muy de los noventa”.
El pasado 9 de septiembre, Jonathan Andic abandonaba en coche el cuartel general de Mango, en un polígono de Palau-solità i Plegamans, una localidad industrial a menos de 30 kilómetros del centro de Barcelona. Un coche patrulla de los Mossos d’Esquadra le cerró el paso y uno de los agentes se le acercó, se identificó como policía y le pidió que entregara el teléfono móvil. Jonathan accedió a la petición sin rechistar, pese a que no tenía ninguna obligación de hacerlo. Pocos días después, y de forma indirecta, supo que para los Mossos ya no era un simple testigo: le estaban investigando como sospechoso de haber matado a su padre, Isak Andic, en el marco de la causa judicial abierta para aclarar las circunstancias de su muerte. El fundador de Mango falleció el 14 de diciembre de 2024, al caer desde una altura de unos 100 metros durante una excursión con su hijo mayor por un sendero de la montaña de Montserrat. Tenía 71 años y era el hombre más rico de Cataluña.
Justo una semana después de que el presidente de la Sala de lo Penal, Andrés Martínez Arrieta, pronunciara el “visto para sentencia”, los siete magistrados del Tribunal Supremo avanzaron este jueves el fallo de una condena histórica al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. El tribunal se ha fragmentado, como le ha ocurrido a la sala segunda en las últimas decisiones con carga más política. Una mayoría de cinco togados ha votado a favor de la inhabilitación de dos años para el cargo de jefe de Ministerio Público por un delito de revelación de secretos sobre el procedimiento contra la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Alberto González Amador. Las magistradas progresistas Susana Polo y Ana Ferrer redactarán un voto particular y la sentencia se hará pública “lo antes posible”.
En La Moncloa, en los ministerios, en las sedes de los distintos partidos que componen la mayoría del Gobierno, se escucharon palabras muy gruesas en cuanto se conoció que el Tribunal Supremo, por 5-2, condenaba al fiscal general por revelación de secretos. Algunos lo temían, otros incluso lo daban por hecho, pero había aún muchos dirigentes, especialmente los juristas, que pensaban que una condena era imposible porque no había pruebas, que habría algún rasgo de sensatez y buscarían una absolución aunque fuera con reproches duros al fiscal para cubrirse de las críticas en la derecha.
Este jueves, cuando apenas faltaban unos minutos para las 14.00, el Tribunal Supremo anunció que, por primera vez en la historia de la actual etapa democrática, condenaba penalmente a un fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Lo hace solo siete días después (con un fin de semana de por medio) de que el magistrado-presidente, Andrés Martínez Arrieta, declarase “visto para sentencia” un juicio que duró seis jornadas. Los argumentos de los cinco magistrados que firmarán esa resolución aún se desconocen, ya que el alto tribunal solo ha hecho público el sentido de su fallo y ha comunicado que próximamente notificará la sentencia, “pendiente de redacción”. El Gobierno ya anunció que activará los mecanismos para nombrar a un sucesor.
El Tribunal Supremo ha condenado al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, a dos años de inhabilitación para ejercer su cargo por “un delito de revelación de datos reservados”, según el fallo anunciado este jueves tras solo una semana de deliberación. La sentencia está pendiente de redacción, por lo que el fiscal general queda, por un lado, obligado a cesar en su puesto, y por otro, sin capacidad de contestar públicamente a una resolución cuyos argumentos no conoce mientras quienes le han atacado celebran el fallo como una victoria política. La sentencia no tiene efecto hasta que se notifique.
Tengo por costumbre no comentar las resoluciones judiciales hasta que no son conocidas en su integridad, y en el caso de la sentencia condenatoria del fiscal general del Estado ―se dice pronto―, voy a hacer exactamente lo mismo. Tampoco comento los múltiples cotilleos que suelen existir sobre el sentido de una sentencia, ni antes ni después de haber sido dictada. Esas intrigas y cábalas, que han existido desde hace muchos meses en este caso, creo que no ayudan a conservar algo que como ciudadano debería importarle a cualquiera: la imagen de independencia de la Justicia. Y es que para que se produzcan esos cotilleos, intrigas y cábalas tiene que haber magistrados indiscretos, y eso es algo que ofende a cualquier persona que cree en las instituciones y tiene un mínimo sentido de Estado. Por consiguiente, voy a limitarme a comentar solamente dos hechos muy llamativos en este caso, y que no ayudan, en absoluto, a la conservación de esa imagen de institucionalidad.
La escena se produjo en el Tribunal Supremo hace dos semanas. Alberto González Amador, testigo en la causa que investigaba el delito de revelación de secretos del fiscal general del Estado, pidió “un minuto” a los siete magistrados para exponer una última idea: “A raíz de la filtración del fiscal general del Estado me han destrozado la vida”, dijo. Y, sin medias tintas, soltó:
La noche del 23 de febrero de 1981 a nadie le importaba la ropa. Cuando se está escuchando el sonido de las metralletas, en medio de lo que parece ser en un intento de golpe de estado, y cuando una democracia recién nacida se tambalea no es momento de despistarse. Sin embargo, 44 años después, con la distancia que da el tiempo, sí podemos hacerlo. De hecho, observar cómo vestían los que estuvieron presentes (y ausentes) ese día nefasto de la historia en el hemiciclo del Congreso de los Diputados es también observar cómo era esa España, la golpista, la antigolpista y la que no sabía si era lo uno o lo otro.
En un país gobernado por un casi octogenario con impulsos de niño tenía que ser un musical basado en un mito fundacional como El mago de Oz el que hablase de los peligros de un dirigente embustero y xenófobo cuya presunta magia consiste en manipular la realidad con el poder de las mentiras. Ese musical es Wicked: parte II, que cierra el gran espectáculo de su primera parte con una emocionante alegoría política sobre el bien y la verdad y que confirma a Cynthia Erivo y Ariana Grande como las inolvidables Elphaba, la bruja malvada del Oeste, y Glinda, la bruja buena del Sur.
Wicked: parte IIDirección: Jon M. Chu.
Intérpretes: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Jonathan Bailey, Jeff Goldblum, Michelle Yeoh.
Género: musical de fantasía. Estados Unidos, 2025.
Duración: 138 minutos.
Estreno: 21 de noviembre.
Reconozco que el título de esta película, o documental, o como cada espectador quiera definirla, es evocador y poético. Muy turbador lo de Ciudad sin sueño. También me abruman las referencias críticas sobre su belleza y su autenticidad. No dudo de lo segundo. Creo que lo que veo y escucho es de verdad, no hay manipulación del espectador, se trata de una ficción, o de un documental, o de ambas cosas a la vez. Pero eso no implica que me apasione o me conmueva el material que ha creado el director Guillermo Galoe. No dudo de la veracidad de la comunidad gitana, y también aparece al principio una familia musulmana, habitantes todos ellos de la Cañada Real, un asentamiento irregular cercano a Madrid que carece de variadas cosas elementales para sobrevivir dignamente, como la luz y el agua natural. Nunca he visitado lugar tan duro, pero sí conozco a gente que ha pasado por allí buscando alimento para sus maltrechas venas. O sea, droga dura. Y también por circunstancias de su trabajo. Y cuentan que el panorama es sombrío.
Ciudad sin sueñoDirección: Guillermo Galoe.
Intérpretes: Antonio Fernández Gabarre, Bilal Sedraoui, Jesús Fernández Silva, Luis Bértolo.
Género: drama. España, 2025.
Duración: 97 minutos.
Estreno: 21 de noviembre.
La reciente guía Conocer para cambiar la mirada, publicada por el Instituto de las Mujeres, afirma que la violencia machista “trasciende culturas, países, clases sociales o edades.” Cualquiera puede ser víctima, independientemente de su perfil socioeconómico. Esta es una idea que hoy se asume con naturalidad, pero no siempre fue así. En un pasado no tan lejano, la sociedad no creía a las mujeres que no encajaban en un perfil determinado. Y esto era especialmente patente en las mujeres famosas de las que mucha gente tenía una imagen preconcebida. No ayudó una industria del entretenimiento que pasó de la omertà a la frivolización más extrema, tratando la violencia machista como un mero entretenimiento sobre el que todo el mundo podía opinar. Aun así, se vislumbra una evolución en la forma en la que la sociedad ha ido tratando el asunto. Estos han sido los casos más mediáticos de las últimas décadas.
Durante 34 años, el tiempo que va desde que Antonia dell’Atte denunció hasta el pasado martes, la historia de Alessandro Lecquio se ha contado en los platós de televisión como escándalos y relleno de parrillas, pero nunca como un caso de violencia machista. Él ha vivido con un silencio protector a su alrededor, ella sin que el maltrato que había sufrido fuera tomado en serio. El domingo 12 de octubre, EL PAÍS publicó una entrevista a Dell’Atte en la que contaba cómo Lecquio la había maltratado durante los tres años que estuvo casada con él. En ese momento, una grieta se abrió en Mediaset, que después de un mes ha acabado por prescindir de uno de sus colaboradores estrella. Un movimiento impensable hace no mucho tiempo y que podría sentar un precedente para el reconocimiento de la violencia machista dentro de la cultura popular.
EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.