ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
Iker Jiménez mira a su derecha. El presentador estrella de Cuatro da paso a un mecánico que se sienta en la mesa de debate del programa Horizonte. De pronto, la cámara enfoca a Ángel Gaitán, un mecánico de Aranjuez de 38 años que mira al objetivo con naturalidad. Gaitán saca una bandera de España, sabedor de cómo funciona el negocio de la televisión. “Me llamo Ángel Gaitán”, dice, “y soy facha”. Qué más se puede pedir para ser viral. “Me he enterado”, continúa, “de que ser facha era algo parecido a lo que yo pensaba que era ser normal. Ser español, trabajar, hacer cosas por los demás. Este facha llevaba recaudados 676.000 euros para la gente [de la dana en Valencia]”. Parece sencillo ser facha en España, y lo es. Pero, ¿de dónde sale Gaitán?
Cristóbal Colón fue español. También inglés, francés, portugués, croata, griego e incluso suizo. A lo largo de los siglos, investigadores y escritores lo han hecho nacer en más de una docena de tierras. Esteban Mira Caballos, doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla, rebate todas esas hipótesis para sostener, “indiscutiblemente, porque las fuentes y evidencias son abrumadoras”, que el navegante era genovés. El resto, insiste, no pasan de ser “fábulas moldeadas según los intereses de cada cual, muchas veces alentadas por sentimientos nacionalistas, sin aportar pruebas científicas”.
La inscripción está labrada en piedra en el dintel de una ventana de un edificio municipal que acoge el consultorio médico de Baños de Ebro, una pequeña localidad de Álava. En ella se puede leer “Caídos por Dios y por España”, junto a los nombres de cuatro vecinos que murieron durante la Guerra Civil. El alcalde de Baños de Ebro, Francisco Javier García, del PP, ha recibido varias peticiones para retirar esa leyenda franquista que vulnera la Ley de Memoria Democrática, pero se niega. “Es una piedra que no molesta a nadie”, ha llegado a decir en una entrevista en Onda Cero, “y por voluntad propia no la voy a quitar”.
Al pasar por su lado, los tripulantes de la lancha pudieron leer lo que Philippe C. había escrito en la vela: “Tengo hambre y necesito agua”. Un mensaje suficientemente claro como para que avisasen a Salvamento Marítimo. Eran las once de la mañana del martes, y la embarcación daba tumbos a unos siete kilómetros de la costa de Arenys de Mar (Barcelona). Cuando los rescatadores se aproximaron, no tardaron en reconocer al velero Esteban y a su patrón Philippe C.: era la tercera vez que lo sacaban del mar, en situaciones complicadas. El hombre, francés, de 59 años, es un nómada que vaga desde mayo por las aguas catalanas a bordo de un barco que a duras penas se mantiene a flote.
Con una excusa barata cogen los bártulos y se van todos a la guerra de Troya. Entre los que dejan su vida mundana y se suben al barco de los guapitos está Aquiles, que desea como nada el kleos, la fama, la gloria. Solo el kleos le dará la inmortalidad así que se tira de cabeza a hacer la guerra hasta que un flecha le alcanza en su famosísimo talón y la palma antes de entrar en la susodicha ciudad fortificada. Aunque no alcanza la victoria ni la victoria es gracias a él (le daremos ese mérito al maldito caballo de madera) la historia de Aquiles y su talón es tan buena que el tipo acaba por conseguir el kleo que buscaba. Lo consigue hasta tal punto que todavía a día de hoy estamos hablando por aquí de su persona y sus hazañas. Es tan glorioso Aquiles que incluso Brad Pitt hace de él en una peli. Una de las mayores estrellas de Hollywood interpreta, por supuesto, a una de las mayores estrellas de la narrativa universal. Claro que sí. ¡Es que Aquiles es la hostia! ¡Menudo uno! ¡Vaya campeón!
Una cinta flexible de medición y una cifra: 125 milímetros, que marca la frontera entre la salud y la desnutrición en un niño o niña menor de cinco años. Si el perímetro de la parte superior del brazo de los pequeños es inferior a este número, sufren desnutrición aguda, como sería el caso de más de 54.000 niños de entre seis y 59 meses de edad (casi cinco años) en Gaza. Son las conclusiones de un estudio publicado este jueves en The Lancet, que estima que 12.800 de estos menores ya presentan cuadros graves, que necesitarían alimentación terapéutica intensiva y hospitalización. Pero en una Franja devastada y con un sistema sanitario hecho trizas tras dos años de bombardeos y donde la ayuda humanitaria que Israel autoriza es insuficiente, su vida corre peligro y las secuelas de esta emaciación grave afectarán negativamente a su desarrollo futuro.
De la a de academia a la z de zozobra —por la infancia sin padre, que no conoció hasta los 11 años—, hay palabras clave para conocer la vida del escritor Mario Vargas Llosa, fallecido en abril, y entender su monumental obra. Un libro con cien de esos términos, glosados por familiares —sus tres hijos—, amigos, escritores, filósofos o cineastas, y una letra, la ñ —sobre cuya historia escribe Martín Caparrós—, componen el Diccionario Mario Vargas Llosa. Habitó las palabras. El libro lo publica el Instituto Cervantes con motivo del X Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebra del 13 al 17 de octubre en Arequipa, ciudad natal del premio Nobel de Literatura.
En el colegio de la pequeña Kathryn Bigelow, y en muchos más de Estados Unidos en los sesenta, a veces sonaba una alarma. No la del recreo o la vuelta a casa. Una distinta, que la cineasta aún recuerda. Cualquiera, niños incluidos, conocía de sobra el protocolo: colocarse debajo de los pupitres y esperar. Solo podían salir cuando los profesores les autorizaban, señal de que el enésimo simulacro atómico había pasado. Hasta el siguiente. “Así de inmediato se percibía. Durante y después de la Guerra Fría hubo conversaciones, acuerdos, y luego todo se detuvo. Se firmaron tratados de desarme, pero también han desaparecido. La amenaza solo ha escalado y, aun así, no hablamos de ello”, lamentaba la directora ante un grupo de periodistas internacionales hace un mes, en el festival de Venecia. De esas reflexiones surgió Una casa llena de dinamita, un thriller nuclear que se estrena este viernes, 10 de octubre, en las salas españolas, antes de pasar a Netflix dentro de dos semanas. A sus 71 años, Bigelow ya no se esconde bajo el escritorio. Al revés, se ha puesto de pie encima de él, para avisar a todo el mundo. Ahora, es ella misma la que hace sonar la alarma.
Corría el año 1766 cuando el rey Carlos III mandó instalar la Real Fábrica de Municiones en lo que hoy es el municipio de Eugui (Navarra). Fue la primera fábrica en cuyo recinto residían los operarios y sus familias. Eligieron este lugar, a pocos kilómetros de la frontera con Francia, por las materias primas: minas de hierro, arbolado para el carbón y el río (entonces Esteribar o Gambeleta, hoy denominado Arga). Años después, en 1788, empezó a funcionar el primer horno de una fábrica similar construida en Orbaiceta, a 56 kilómetros de distancia, siguiendo las carreteras actuales. Las dos sirvieron como centros de innovación, fueron símbolo de empleo y tuvieron una producción notable. De hecho, se sabe que municiones fabricadas en Eugui llegaron a usarse en la guerra de independencia estadounidense.
Recitar la lista de la treintena de reyes godos que gobernaron Regnum gothorum es posible, no así el listado de sus esposas y reinas. La historiografía no ha conservado todos sus nombres, o bien porque su papel político resultaba irrelevante, o bien porque los documentos donde se daba cuenta de ellas han desaparecido. Quizás el hecho de que la maternidad de una reina no implicase la automática designación de su vástago como sucesor real, como ocurre en la mayoría de las monarquías, reducía el papel de la mujer a simple esposa del rey y no la convertía en reina madre. En el mundo godo, el sucesor del monarca fallecido era elegido por la nobleza, siempre dividida y peleada, por lo que ser descendiente del rey no confería ningún derecho, aunque ayudaba. O no. A veces abocaba directamente a la muerte.
Reinas godas. Las mujeres que pusieron la semilla de EspañaDaniel Gómez Aragonés La Esfera de los Libros, 2025 296 páginas. 20,90 eurosGonzalo García asegura que sigue siendo “un chaval normal de 21 años”, pero la realidad es que el Mundial de Clubes con el Real Madrid del pasado verano disparó su carrera. Aprovechó la gastroenteritis aguda de Kylian Mbappé para acabar como Bota de Oro del torneo (cuatro goles y una asistencia), renovar hasta 2030, instalarse en la primera plantilla y, al menos de momento, estar por delante del brasileño Endrick, un fichaje de casi 50 millones. Este delantero madrileño, de rostro afable y -según él mismo- “discreto”, se enfrenta este viernes en un amistoso con la sub-21 a Noruega en Guadalajara (21.00, Teledeporte). Ni sus últimos meses han sido muy normales ni su día a día encaja en la rutina habitual de un futbolista de élite.
No hace falta ser un niño para enfadarse cuando otro juega con tus cosas. De hecho, es una de esas cuestiones que empeora con el paso de los años, como que te sigan llamando Carlitos cuando ya has superado los ochenta o te pasen por delante en la cola del supermercado. A los clubes —adultos en su mayoría, aunque siempre hay excepciones— les cabrea sobremanera que las selecciones nacionales dispongan de sus futbolistas y en las últimas semanas hemos visto un repunte en las hostilidades a cuenta del caso Lamine Yamal, también conocido en Barcelona como el caso Diclofenaco o, para que nos entendamos todos, el caso Voltaren.
Nadie como Eugenio López-Chacarra (Madrid, 25 años) simboliza el terremoto que ha vivido el golf en las cuatro últimas temporadas tras la irrupción del capital saudí. El camino del jugador español lo reúne todo: estrella amateur en Estados Unidos, salto al mundo profesional de la mano de LIV, victoria multimillonaria en sus primeros pasos, bajón deportivo, salida por la puerta de atrás y regreso a la casilla de salida, al origen de los circuitos tradicionales. El madrileño es el primer golfista que firma un recorrido a la inversa, de un equipo de la Liga saudí al tour europeo, una autopista de ida y vuelta que ahora le sitúa en el Open de España.
“Espero que no tengas pesadillas”. Con esa frase se despedía el actor Charlie Hunnam (Newcastle, Reino Unido, 45 años) de la entrevista por videollamada con EL PAÍS la semana pasada. Lo decía a pocas horas de que se estrenara en Netflix la nueva temporada de la serie Monstruo, de los guionistas Ryan Murphy e Ian Brennan. Tras dos entregas centradas en los casos de Jeffrey Dahmer y los hermanos Menéndez, ahora la ficción inspirada en asesinos reales dirige la mirada a Ed Gein, que aquí encarna Hunnam. En él, como se cuenta también en la serie, se basaron el Norman Bates de Psicosis, el Leatherface de La matanza de Texas y el Buffalo Bill de El silencio de los corderos, entre otros.
Pongamos un ejemplo: Raúl acude con sus padres a la consulta de su pediatra porque ya no pueden más. Le explican que Raúl, de 5 años, no para quieto ni un momento, es incapaz de estar más de unos pocos minutos centrado en una tarea y se muestra impulsivo y agresivo con sus compañeros de clase. Sus profesores también están preocupados. Con esta superficial descripción que hacen sus progenitores, el pequeño se lleva en una consulta de apenas cinco minutos el diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, más conocido como TDAH. En otra consulta de psicología, Silvia le acaban de diagnosticar, en una única sesión. Silvia, una adolescente de 13 años, le comenta a la especialista que cualquier actividad de su vida diaria le inquieta y le pone nerviosa, ya sea ir al instituto, hacer un examen, salir con sus amigas o estar en casa con sus padres viendo una película. La psicóloga, sin ahondar más en su sufrimiento, le diagnostica de Trastorno de Ansiedad Generalizada. Y todos tan contentos (aparentemente).
La semana pasada le dije a una conocida: “Si me necesitas, silba”. Al ver extrañeza en su rostro, añadí: “Sabes cómo se hace, ¿verdad? Uno junta los labios y sopla”. Ante el aumento de su estupefacción, le aclaré que era de una película de Bogart y Bacall. Ignoraba de qué le hablaba. La conocida es joven, no demasiado, pero lo suficiente como para no haberse tragado clásicos, no solo por devoción, sino porque no había otra cosa en televisión. Bendita escasez. No sé si me habría aficionado al cine si hubiese escogido yo lo que veía y no los exquisitos programadores de TVE que poblaron mis noches de ciclos de Mankiewicz, Newman o Garbo. Como para no enamorarse de aquel arte.
En 1995, R.E.M. era una de las bandas más grandes del mundo. Sus álbumes Out Of Time, en 1991, y Automatic For The People, en 1992, habían llevado al cuarteto de Athens (EE UU) a lo más alto de su popularidad, avalada por 25 millones de discos vendidos entre ambos, el reconocimiento unánime de la crítica y la adoración de sus compañeros de profesión. Pero, sorprendentemente, Michael Stipe (voz), Peter Buck (guitarra), Mike Mills (bajo) y Bill Berry (batería) decidieron no salir de gira con ninguno de esos dos discos. Tras la publicación de Monster, en 1994, cambiaron las tornas y pusieron en marcha su primer tour mundial en seis años, también el primero de su carrera en el que darían el salto a grandes estadios. Las expectativas ante esa gira monstruo eran, por tanto, altísimas.
Huabing Xie, un migrante indocumentado de China, se convirtió el 29 de septiembre en la última persona en morir bajo custodia del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por las siglas en inglés) en el año fiscal de 2025. Con él fueron al menos 22 los extranjeros fallecidos tras ser detenidos por la agencia migratoria entre octubre de 2024 y el 30 de septiembre pasado, la cifra más alta en 20 años. Más de la mitad eran latinos y en el total están incluidos los dos migrantes muertos por los disparos de un francotirador en una oficina del ICE en Dallas el mes pasado.