ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
En Arre (Antonio Maura, 31, Castellón) el territorio no sólo se intuye, se respeta y se recuerda. Se ve, se saborea, se huele, se disfruta y se palpa. Y todo bajo el cobijo de un horno del siglo XIV, patrimonio cultural protegido, alma escénica del restaurante, lugar de peregrinaje de historiadores y testigo de excepción de la apuesta por la gastronomía costumbrista de la provincia de Castellón. Esa sobre la que gira, desde que abriera sus puertas un 10 de marzo de 2022, el proyecto del chef valenciano Pedro Salas —con parte de su trayectoria en El Celler de Can Roca, Riff o Aqua— y de la “castellonera de pro” y jefa de sala Bea Villalba.
ArreEn algunos hogares se repite esta conversación después del colegio: “¿Qué tal en clase? ¿Has participado?”. Y un rotundo “no” como respuesta. Ese dato aparentemente inofensivo de no levantar la mano en el aula, de no tomar parte, se convierte con el tiempo en un motivo de inquietud para muchos padres. Los profesores lo confirman en las tutorías y muchos progenitores se preguntan qué hay detrás de ese silencio. ¿Timidez? ¿Inseguridad? ¿Desinterés? ¿O es miedo?
La crisis del cribado de cáncer de mama es la falla más evidente y urgente del deterioro de la sanidad pública andaluza. Pero el sistema tiene muchas grietas y una que sobresale es el retraso para ver al médico de cabecera, un dolor de cabeza para cada día más pacientes y que se dispara hasta las tres semanas en muchas comarcas de la comunidad. Las demoras han sido prolongadas en zonas costeras en verano, pero ahora se han extendido incluso en octubre, un mes sin especiales complicaciones, a las puertas del aluvión de infecciones respiratorias que cada invierno atasca los 1.514 centros de salud y las 51 urgencias hospitalarias de Andalucía.
Esta pregunta tiene un problema porque, en su formulación, parece que considera que los átomos del cristal están vacíos pero no los del agua. Es decir, hace una distinción entre los átomos dependiendo de si son de una materia sólida —el cristal— o líquida —el agua—. Y, en la realidad, no podemos hacer esa distinción: todos los átomos de la materia tienen las mismas características básicas, a pesar de que las diferentes sustancias que forman esos átomos tengan propiedades diferentes: el agua como líquido puede deformarse y el cristal como sólido no puede.
He pasado unos días de fiebre intensa bajando al búnker subterráneo de Hitler en Berlín, lo que no creo que haya acelerado precisamente mi recuperación. He aprovechado la postración para leer En el búnker con Hitler (El Desvelo Ediciones, 2025), el testimonio directo del joven capitán de la Wehrmacht, el ejército regular alemán, Gerhard Boldt, de 27 años, que tuvo el dudoso privilegio de estar en aquel antro de pesadilla, el Führerbunker bajo el jardín de la Cancillería, que fue el último lugar en la tierra de Adolf Hitler y donde se vivió en toda su intensidad surrealista y su espanto el colapso último del III Reich, si se quiere su Gotterdammerung, su Crepúsculo de los dioses, aunque aquí el dramatis personae no estaba a la altura.
Que yo sepa, solo hay algo peor que un sanchista histérico, de esos que llevan al cuello un escapulario de Pedro Sánchez, y es un antisanchista histérico, de esos que consideran a Pedro Sánchez la personificación del Maligno. El problema es que el debate político en España parece monopolizado por esos dos fantoches, y que todo conspira para desterrar cualquier discusión racional o matizada; quien la intenta es demonizado con el peor insulto: equidistante. Basta con ver esos debates televisivos donde los tertulianos de izquierdas regurgitan el argumentario de la izquierda y los tertulianos de derechas regurgitan el argumentario de la derecha. Por supuesto, este envenenamiento deliberado del debate público no es privativo de nuestro país, sino solo la versión carpetovetónica del espejismo de debate universal propiciado por las redes sociales, cuya prosperidad depende de mantener nuestra atención fija en la pantalla el máximo tiempo posible, con el fin de que las empresas puedan acceder a nuestros datos personales y vendernos todo lo vendible a través de nuestros dispositivos digitales. Se trata de un modelo de negocio perverso que está corroyendo la democracia, porque, como dice Michael Sandel, “nos separa en burbujas de afinidad y alienta la forma más inflamatoria y sensacionalista de debate ideológico, destruyendo la posibilidad de discusión y desacuerdo público razonable”. ¿Resistirán nuestras democracias esta embestida de sectarismo furioso? ¿Nos dejaremos arrastrar al matadero de una histeria inducida por el poder, que necesita una sociedad dividida y polarizada, donde nadie escucha y todos gritan? ¿Permitiremos que nos sigan enfrentando artificialmente?
Tal vez para compensar que ha sido responsable de algunas de nuestras mayores bellezas, la Iglesia también ha sido cómplice de algunos de nuestros peores espantos. Pensemos en la música: las guitarras comenzaron a entrar en la parroquia y, como un automatismo, los fieles empezaron a salir de ella, quizá porque no hay ninguna fe que pueda aguantar sin contusiones el paso del canto gregoriano al “alabaré, alabaré”. Para el místico Eckhart, si hay algo que se parezca a la divinidad, es el silencio. Por el contrario, si hoy tuviéramos que representarnos la condenación eterna, habría que pensarla —como un Bosco 2.0— bajo la especie de un centro comercial con la megafonía en pleno trueno. Ahí quisiéramos ver arder al inventor del politono, a ese macarra que pasa rugiendo con la moto de cross como quien manda al cuerno la armonía de las esferas.
Al habla la madre superiora, Rosalía para las amigas. Dice así: “Yo tengo como un deseo dentro de mí que yo sé que este mundo no puede satisfacerlo”, luego también: “Me he pasado toda la vida con esta sensación de vacío (…) ¿Será que este espacio, quizá, es el espacio de Dios?”. Y después: “Admiro mucho a las monjas, son increíbles, son como ciudadanas celestiales”. Lo decía en su entrevista para el podcast Radio Noia, presentado por Mar Vallverdú, las dos tumbadas en la cama, en pijama. Después vendría su revelación mariana en Callao y el desvelamiento de la portada de su último disco vestida de monja, con su blanca toca y los brazos prisioneros dentro del hábito. El resto es puro arrebato. Porque Rosalía no es la única: las chicas del siglo XXI quieren ser monjas.
En el jardín del Palacio de Liria hay diez esfinges. Nadie sabe con exactitud desde cuándo están ahí. Puede que en 1785, cuando se inauguró este palacio, decorasen el friso de la fachada principal de este edificio concebido por el francés Guilbert y concluido por Ventura Rodríguez. Los historiadores creen que su ubicación actual, custodiando senderos o flanqueando escalinatas, pudo decidirla Jean-Claude Nicolas Forestier, el arquitecto paisajista más importante de la belle époque, autor de buena parte de las promenades de París, pero también del Parque María Luisa de Sevilla o los jardines de Pedralbes de Barcelona. De hecho, una de esas esfinges aparece en una fotografía que el propio Forestier tomó en 1916, cuando rediseñó el jardín, distribuyó fuentes y esculturas y creó un intrincado parterre que hoy conserva su forma original. Es una excepción: durante la Guerra Civil, un avión del bando sublevado destruyó los interiores del palacio, del que solo quedaron las cuatro fachadas. Por eso, con las esfinges sucede como con todos los demás elementos del palacio: su historia exige ser contada con varias voces, en distintos tiempos, a partir de visiones no siempre coincidentes. Y aun así, una vez unidas todas las piezas, el puzle sigue guardando más de un secreto.
La muerte no nos suele pillar preparados, ni la propia ni la ajena. Probablemente por desconocimiento de lo que viene después o por estar excesivamente acostumbrados a historias de muerte revestidas de ficción que vemos, leemos, oímos y, en general, consumimos tratando de dejar a un lado que algún día nosotros mismos seremos los protagonistas. Estos relatos no suelen tener demasiado que ver con la sencilla complejidad de, simplemente, dejar de vivir. La realidad indiscutible es que la muerte es parte de la vida. La última, sí, pero parte al fin y al cabo. Y que hablar de ella no debería ser un tabú. “Solo hay dos días con menos de 24 horas en nuestra vida, que esperan como dos paréntesis abiertos que cierran nuestra existencia: uno de ellos lo celebramos cada año, aunque es el otro el que hace que atesoremos la vida”, escribe la doctora estadounidense especialista en cuidados paliativos Kathryn Mannix en su libro Cuando el final se acerca (Siruela, 2020).
Viviendas que apenas consumen energía —haciendo una equivalencia pueden llegar a gastar como un mechero—, que aseguran la habitabilidad durante olas de calor sin necesidad de un aporte masivo de electricidad y que contribuyen al bienestar de los que viven en ellas. No son unicornios; existen y su construcción no es ni un euro más caro respecto al modelo de edificación convencional. La clave de estas casas está en el uso de la arquitectura bioclimática, una forma de hacer que va mucho más lejos que la mera eficiencia energética.
Los datos son preocupantes: con solo tener el móvil en la mesa, nuestra capacidad cognitiva disminuye un 12%, la atención se fragmenta (tardamos apenas 47 segundos en dispersarnos) y necesitamos 23 minutos para volver a concentrarnos. Cada vez que nos conectamos a un dispositivo nos desconectamos del mundo, advierte Marta Romo, directora general de la consultora de recursos humanos BeUp y experta en neurociencia. Atrapados en la velocidad, en la dictadura de los estímulos efímeros, el cerebro, que no está preparado para procesarlos, colapsa por agotamiento, se erosiona el pensamiento crítico y provoca el mayor aislamiento social de la historia; el que vivimos ahora. La pedadoga comparte sus reflexiones en el libro Hiperdesconexión, que acaba de publicar Roca Editorial, donde invita a ralentizar el ritmo de vida y eliminar compromisos de la agenda para reconectar con nosotros mismos, con nuestros valores.
La economía rumana vive en la actualidad una encrucijada. Los draconianos planes de ahorro aprobados en julio por la coalición gubernamental proeuropea destinados a reducir el déficit fiscal del 9,3% registrado en 2024 —el más elevado de la UE— que la sitúan continuamente a las puertas de la ruptura, suponen en cambio un enorme atractivo para la gran banca. Las subidas de impuestos —entre ellos, el IVA— ahogan a los hogares, que también padecen una inflación galopante: un 8,5% anual hasta septiembre. Además, el Gobierno congeló las pensiones a cinco millones de jubilados y los salarios a 1,3 millones de funcionarios. Sin ser suficiente, el Ejecutivo anunció privatizaciones y la revisión de pensiones especiales que gozan profesionales como magistrados, militares y policías. Todo ello, además, ha dado alas a la extrema derecha: los sondeos le dan un 40% en unas hipotéticas elecciones.
Cae la noche, se prenden los neones y las lámparas chinas a lo largo de la calle Yaowarat, la arteria principal del Chinatown de Bangkok (Tailandia). Y bajo la atenta mirada de los dragones fluorescentes en un soi (callejón) adyacente, unos actores camuflados bajo otro dragón de tela serpentean en medio de un estruendo de gongs y tambores, iluminados por velas y envueltos en aromas de incienso. Yaowarat, su paralela Charoen Krung y varias otras calles del barrio chino de la capital tailandesa están tomadas durante esta última semana de octubre —del 20 al 29 de octubre en 2025— por hileras de puestos de cocina donde sirven fideos, sopas especiadas, dumplings de verduras y otras delicias que no deben incluir ajo, cebolla, chiles ni, por supuesto, rastro alguno de proteína animal.
“Mi alimento no es como el de los hombres; yo no destruyo al cordero ni al cabrito para saciar mi apetito. Las bellotas y las bayas me proporcionan suficiente alimentación”. Quienes opinen que el vegetarianismo y el veganismo no son más que modas surgidas hace dos días, quizá se sorprendan al descubrir que estas palabras, que bien podría haber pronunciado hoy mismo una persona que ha decidido dejar la carne fuera de su dieta, tienen más de dos siglos. Salen, nada menos, que de la boca del monstruo de Frankenstein, la criatura creada por Mary Shelley en 1818, y dicen mucho del contexto en el que se gestó esta historia y también de las ideas de su propia autora.
Si hace más de medio siglo la ciencia miraba expectante el potencial de la quimioterapia para combatir el cáncer; o hace tres lustros, los oncólogos hacían lo propio con la novedosa inmunoterapia, que espabilaba las defensas del propio sistema inmune para atacar las células tumorales; ahora los focos han virado a un tratamiento innovador que está recogiendo prometedores frutos: son los fármacos inmunoconjugados (ADC, por sus siglas en inglés), unos tratamientos que funcionan como un caballo de Troya, llevando la quimioterapia al interior de las células tumorales para acabar con ellas. El congreso de la Sociedad Europea de Oncología Médica (ESMO, por sus siglas en inglés), la gran cita europea de la investigación clínica sobre el cáncer que se ha celebrado esta semana en Berlín, ha dado un espaldarazo a una nueva generación de estos misiles de precisión con la presentación de estudios que muestran su potencial en varios tipos de cáncer de mama y en diversos estadios, no solo en fases metastásicas.
Hace apenas una década, descubrir música nueva implicaba esperar la recomendación de un amigo, escuchar la radio tradicional con la esperanza de encontrar un tema interesante o seguir las listas de éxitos de la televisión y la prensa especializada. Hoy día esa labor la realizan los algoritmos de las plataformas de streaming musicales: son los que se encargan de analizar nuestros hábitos de escucha, anticipar nuestros gustos y recomendarnos canciones que podrían encajar con nosotros. Spotify, YouTube Music y Apple Music son tres de las más importantes y utilizadas, y todas ellas tienen funciones específicas que ayudan a descubrir música nueva.
Cuando faltan menos de dos semanas para el inicio del Smart City Expo en Barcelona, la Fira garantiza que no habrá pabellón de Israel en este salón. No estará ni el estand, que otros años representaba al Israel Export Institute y solía tener más de 200 metros cuadrados; ni ninguna de las ocho empresas que hubiera albergado este paraguas oficial. Sí participará una empresa israelí, Aiola, que no figura en el listado de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los derechos humanos de compañías que operan en asentamientos ilegales israelíes en la Cisjordania ocupada, ni tiene vínculos con el Estado de Israel, aseguran fuentes de Fira de Barcelona. El consorcio que gestiona los salones sí ha vetado la participación en Smart City Expo de la firma francesa Egis, incluida en la lista.
El Santander vuelve a tropezar en la piedra de Reino Unido. El regulador británico de los servicios financieros, la FCA, ha publicado este mismo mes unas primeras conclusiones sobre un pleito sobre la financiación a automóviles de Reino Unido. Ha concluido que las entidades involucradas, entre las que se encuentra la que pilota Ana Botín, deberán indemnizar a los consumidores con unos 8.200 millones de libras (9.400 millones de euros). Esto ha supuesto que la mayoría de los bancos implicados hayan elevado sus provisiones vinculadas a este tema tras la decisión del regulador, excepto el Santander. Los inversores contienen la respiración a la espera de que dé señales al respecto en los próximos meses.