ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
La política debería ser la búsqueda de la normalidad, pero la política posmoderna es un manojo de nervios, una historia de aceleración, de vértigo, de violencia, un estado de excepción permanente en el que reinan un puñado de autócratas, encabezados por Donald Trump, que se afirman en medio del caos patrocinado por las plataformas tecnológicas. Los autócratas, además, son como los enanos del cuento de Monterroso: se reconocen en cuanto se ven. Vladímir Putin encarna una Rusia patriótica, cristiana, ortodoxa, marcial, carnívora, heterosexual y machista, y acusa a Europa de articular un proyecto decadente, posnacional, multicultural, vegetariano, pacifista, pro LGTBI y que acoge musulmanes. La historia de amor entre Trump y Putin, y la historia de desamor entre Trump y Bruselas, son fáciles de entender con esos argumentos en forma de bate de béisbol.
Alassane Ouattara, actual presidente de Costa de Marfil, parte como gran favorito en las elecciones presidenciales que se celebran este sábado en su país. La exclusión de la carrera presidencial de sus dos principales rivales, Laurent Gbagbo y Tidjane Thiam, así como el enorme peso e influencia del partido en el poder frente a una oposición dividida, son los dos factores más importantes que despejan el camino para la reelección de Ouattara, de 83 años, quien llegó al poder en 2011 y opta a un cuarto mandato, pese a la existencia de un límite legal de dos. Algunos episodios de tensión preelectoral han calentado el ambiente, pero muy lejos aún de la violencia vivida durante los comicios de 2020.
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Los amigos, y los colegas en el Consejo Europeo, están para eso. Friedrich Merz le ha hecho un favor a su colega Pedro Sánchez al responder esta semana positivamente a la petición española para “abrir un diálogo” sobre la oficialidad de la lengua catalana en la UE. La estabilidad del Gobierno español podía depender de este asunto. Merz, pese a haber mantenido hasta ahora un nein bastante rotundo al catalán, lo sabía. Y entendió que, en estas circunstancias, una señal positiva desde Berlín podía ayudar a su homólogo.
El Ministerio de Trabajo ha comunicado esta semana a los agentes sociales los detalles de su propuesta de alargar el permiso por fallecimiento del cónyuge, pareja de hecho o parientes hasta el segundo grado de consanguinidad. Este pasaría de dos días (ampliables a cuatro en caso de desplazamiento) a 10, distribuibles en un periodo de cuatro semanas a partir de la muerte o la entrega de los restos. Igualmente se proponen permisos adicionales en caso de familiares en cuidados paliativos o que vayan a someterse a un proceso de eutanasia.
Ay, amigos. Solíamos creer que la sanidad pública era un gran factor de cohesión y, la educación, un potente ascensor social en el que bastaba apretar el botón: el nivel 1 te llevaba a la escuela; el 2, al instituto o la FP; el 3 te dejaba directo en la universidad y, el 4, en el infinito y más allá, allá donde te pusiera tu valía. Ambos pilares —sanidad y educación— sostenían el Estado de derecho y un sueño de igualdad que funcionó durante décadas en España. Podíamos nacer en Villaverde o Moncloa (Madrid), en Las Tres Mil Viviendas de Sevilla o en El Sardinero de Santander, pero, si venían mal dadas, todos nos íbamos a encontrar ante el mismo oncólogo. Mientras, nuestros hijos educados en la escuela y en la universidad públicas podían aspirar al mismo desarrollo profesional que los ricos de cole privado.
El Gobierno andaluz (PP) ha eludido explicar la razón de los graves fallos en el cribado de cáncer de mama durante 27 días desde que saltó la polémica. Y sigue sin hacerlo. Pero responsables del programa de detección precoz y las administrativas encargadas de avisar a las pacientes afectadas con diagnóstico dudoso, por fin arrojan luz al problema: algunos altos cargos dieron la orden en 2022 de no avisar más a esas mujeres por teléfono o por carta, ya que se haría de manera automática por el nuevo sistema informático. Pero no se hizo. En paralelo, se desactivaron algunas comisiones de seguimiento donde los expertos compartían información relevante durante al menos dos décadas, y donde se podía haber dado la voz de alerta.
Dentro de Junts per Catalunya conviven corrientes políticas distintas que han dado lugar a corrillos autónomos y a grupos de WhatsApp interno a gusto del usuario. Los hay más identificados con el pragmatismo que perfeccionó Convergència, pactando a conveniencia con PSOE y PP, y otros alientan el bombo y platillo discursivo que puso banda sonora al procés independentista. Pero, cualquier debate queda supeditado a la figura de Carles Puigdemont y a las instrucciones que mande el líder e ideólogo del partido. El expresidente catalán ha convocado este domingo en Perpiñán (sur de Francia) al núcleo de la dirección de la formación, y el lunes al resto de cargos de la ejecutiva, para comunicar que conviene dar un giro a la relación que hay que tener con el Gobierno de ahora en adelante. Sobre la mesa, abandonar las reuniones con el PSOE en Suiza y forzar el aislamiento del Ejecutivo en el Congreso de los Diputados.
Junts está en la hora de decidir en qué consiste el cambio que demanda al Gobierno de Pedro Sánchez para este momento de la legislatura pero los demás grupos de la mayoría de investidura del Congreso no le acompañan aún en esa estrategia de “tensar la cuerda” al límite. No están ahí ERC, ni Podemos ni el PNV, expresamente, ni otros aliados como BNG o EH Bildu. Los socios habituales del Gobierno entienden que Junts fuerce así la máquina y reclame que se cumplan todos sus acuerdos. Esos partidos no han mantenido contactos con Junts sobre esa posición.
No sé si habrá alguien que en el fondo de su corazón no admire la maestría y la limpieza profesional de esos ladrones que han robado las joyas en el Louvre y no desee que se salgan con la suya, escapando al castigo seguro que reciben ese tipo de maestros consumados en todas las películas de atracos, aunque no siempre en la realidad. Con las películas de atracos funciona una ley parecida a la que gobernaba las novelas de adulterio en el siglo XIX, y algunas de las historias de amor más populares del cine: al éxtasis de la transgresión sucedía de inmediato el castigo, la pena máxima de la vergüenza pública y el suicidio. Cuando el amor no era adúltero, como en muchas de las películas que en los primeros setenta imitaron el éxito de Love Story, no por eso escapaba al castigo, aunque al tratarse de una pasión no legalmente culpable no lo causaba el crimen ni el suicidio, sino la ecuánime enfermedad mortal, que por algún motivo fulminaba preferiblemente a la mujer enamorada. Pero donde el índice de mortandad pasional y femenina llegó a ser más alto fue en la ópera del siglo XIX y principios del XX, aproximadamente entre Bellini y Puccini. Hemos asistido los aficionados a tantas arias femeninas de agonía amorosa que corremos el peligro de que se nos endurezca el corazón. Es curioso que ese fatalismo penitencial no diezmara a las protagonistas de las grandes óperas del siglo XVIII. En las que Lorenzo da Ponte escribió para Mozart, las mujeres enamoradas utilizan todo tipo de astucias para salirse con la suya, y aunque alguna de ellas sufra el acoso prepotente de un aristócrata lujurioso, ninguna es humillada sin remedio, ni se quita la vida, ni contrae oportunamente la tuberculosis.
Son inolvidables las cuatro primeras páginas de Cero cero cero (Anagrama, 2014), la crónica de Roberto Saviano sobre el modo en que la cocaína rige la economía global desde la parte del crimen y coloniza casi todos los ámbitos de la experiencia humana. En ellas Saviano recita una lista larguísima, casi una salmodia, de gente que puede consumir coca en el entorno de cualquiera de nosotros, un profesor, tu escritor favorito, el vecino, la jefa de sección, tu oncólogo, alguien de la familia, quien sea, realmente, para rematar: “Si crees que ninguna de esas personas puede esnifar cocaína, o bien eres incapaz de verlo, o mientes. O bien, sencillamente, la persona que la consume eres tú”.
Es muy difícil encontrar hoy en día a una persona que esté libre de pantallas. Dentro de la jaula interconectada que nos hemos construido, buscamos una llave que nos libere de la dictadura de la notificación. Pero el reto de la interconexión constante y transversal (atraviesa nuestras vidas en lo personal y en lo profesional, en lo privado y en lo público) no es solo escapar de ella: también controlar cómo nos afecta. Para huir, cada cual tiene sus trucos y fórmulas maestras, desde el que archiva y silencia al que se autolimita (hay funcionalidades para esto) el tiempo de exposición. Pero para enfrentar esta comunicación no elegida sin acabar como un paria social, solo hay una estrategia: perder el miedo.
La historia se repite. Poco más de un año después del pacto para la renovación del Consejo General del Poder Judicial entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el único gran acuerdo entre los dos partidos en esta legislatura, que supuso un reparto 10-10 de los vocales entre los dos sectores, el bloque conservador es una piña que va ocupando posiciones y el progresista ya se ha roto hasta en tres, lo que permite al otro grupo jugar con las votaciones para tratar de imponerse en muchas decisiones trascendentes.
En medio de un frenesí de saludos nazis, Núcleo Nacional consigue armar un revuelo hace una semana en una protesta xenófoba mayoritariamente juvenil en Madrid. Antes han abierto una flamante sede y lanzado la convocatoria de la nueva temporada de asedio a Ferraz. Los acompañan en la manifestación sus camaradas de Democracia Nacional, que preparan una cumbre en Madrid de extremistas europeos, rusos incluidos. Dos fuerzas falangistas, que en mayo lograron reunir a una multitud de jóvenes y adolescentes también en la capital, se citan el Día de la Hispanidad en Vitoria a cantar el Cara al sol en una jornada que culmina con disturbios. Todas estas escenas desde mayo al pasado fin de semana muestran cómo la ultraderecha más allá de la ultraderecha, la que llama “derechita” a Vox, ha salido del rincón marginal y vive un momento de efervescencia y alta visibilidad antes de lo que en estos círculos llaman “noviembre nacional”, su mes grande, que este año incluye el 50º aniversario de la muerte de Franco.
Esta es la historia de cómo nueve familias de Vallecas estaban un sábado tranquilamente en sus casas preparándose para comer y hoy rozan la indigencia. Sucedió el 13 de septiembre a las tres de la tarde, cuando en el bar de abajo los clientes apuraban el aperitivo y en la panadería bajaban la cortina metálica. Fue entonces cuando todo saltó por los aires en la calle de Manuel Maroto, 3, y las costuras del Madrid del parque temático salieron a relucir.
Celia García Malo (Madrid, 1988), doctora en Neurociencias y coordinadora del Grupo de Estudio de Sueño de la Sociedad Española de Neurología, ha dedicado buena parte de su vida al análisis del insomnio y sus desencadenantes. Como la amplia mayoría de la comunidad científica, incide en que el cambio de hora no aporta “ningún beneficio” a la población, e insiste en que puede impactar de forma negativa en la higiene del sueño, especialmente en las personas más vulnerables. Desde su consulta en Madrid, donde atiende a decenas de pacientes con problemas para dormir, apuesta, “sin ninguna duda”, por mantener de forma permanente el horario de invierno.
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Los aficionados al surf saben que la ola perfecta puede llegar en el momento menos pensado. Lo mismo sucede en el mundo audiovisual. Cada proyecto implica tantas euforias como vértigos. El actor Miguel Bernardeau (Valencia, 28 años), aficionado a atrapar olas, está acostumbrado a la adrenalina. “Hay un salto al vacío a la hora de confiar en ti y en el equipo. Es el mismo miedo que cuando remas la ola. Te sometes a una fuerza mayor. Hay que saber separar las técnicas de los entrenamientos actorales de los ritmos de un rodaje. Pero no he abandonado la formación. Entre pausas de rodaje, surfeo y estudio. Ojalá se mantenga así”.