ARTICULO PRIMERO.- Conformar, el Comité de Dirección de...
"Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”
En el Kunsthistorisches Museum de Viena hay un cuadro que siempre me ha gustado mucho, Juegos de niños, pintado por Brueghel el Viejo en 1560. Parece un maravilloso catálogo de juegos infantiles (hasta : de la taba a la gallina ciega, de las canicas a los bolos), pero en realidad produce al espectador un efecto inquietante. ¿Por qué? ¿Será porque Brueghel reúne en un espacio abierto una multitud, como en El triunfo de la Muerte? Busco a alguien que sienta lo mismo que yo y por fin lo encuentro. “He mirado este cuadro cientos de veces”, escribe la pedagoga Heike Freire, “y lo más curioso es que no veo niños por ninguna parte: veo personas de todas las edades. Veo cuerpos que más bien parecen de adultos”. Es eso, en efecto: no es la multitud la que remeda el triunfo de la muerte; es que se trata de los mismos cuerpos, robustos, adultos, pecadores. Brueghel el Viejo pinta a adultos jugando como niños, que invocan y aplazan así el inevitable triunfo de la muerte.
Exigen que los inmigrantes se integren, se adapten a “nuestra” cultura (a saber lo que es eso) pero en realidad es lo último que desean: ¿que los hijos de moros, negros y latinos compartan aula con sus propios hijos? ¿Que vivan en los mismos barrios que ellos? ¿Que les toque uno de esos como compañero de habitación con todos sus olores raros? ¿Tenerlos al lado compitiendo por los mismos puestos de trabajo? No, para nada, buena parte de los que se llenan la boca con la palabra “integración” lo que quieren en realidad es la desaparición de cualquier elemento distintivo en ese otro que detestan que les recuerde precisamente su diferencia. “Que se desintegren” sería una expresión más precisa. Lo demuestra el hecho de que mientras gritan “integración” no solo no hacen nada por favorecerla sino que contribuyen a los mecanismos que generan segregación. Que se tilde de fascismo esa hipocresía como hizo en su día Pau Luque es tomarse muy en serio a los racistas de toda la vida y no tener en cuenta que lo deseable para los que procedemos de otros países es, precisamente, la integración. Queremos integrarnos porque queremos tener los mismos derechos que todos los demás, vivir en viviendas que no estén apartadas de todo, en barrios donde solo viven los “nuestros”. Queremos integrarnos para que la democracia no nos quede lejos, que los políticos nos tengan en cuenta y también nos interpelen en vez de hablar de nosotros como si estuviéramos en una pecera cerrada desde la que no oímos ni entendemos lo que dicen sobre nosotros. Hoy hay niñas viviendo en barriadas degradadas haciendo un esfuerzo titánico por sobreponerse a esas barreras que les ha impuesto el sistema: de raza, de género y de clase, por supuesto. Estudian con ahínco porque saben que no les queda más remedio y a la que puedan huirán de ese lugar al que las han relegado para incorporarse a la sociedad que no es gueto y que tan lejos queda desde donde están ahora. El movimiento por los derechos de los negros en EE UU luchó contra la segregación establecida por ley y reivindicó su integración. Aquí ocurre que quienes se supone que defienden los derechos de los inmigrantes (sin haber pisado nunca uno de estos barrios en la periferia de la periferia) nos dicen que la integración es de derechas. Pero si es todo lo contrario. A la derecha ya le va bien que estemos encerrados, que tengamos que traspasar esas fronteras invisibles para llegar al centro, allí donde seríamos ciudadanos sin más, sin menos.
Leo en un extraordinario libro sobre arquitectura y catástrofe (Catedral de escombros, de Pedro Torrijos) que “la relación señal/ruido se define, de forma aparentemente aséptica, como la proporción existente entre la potencia de la señal que se transmite y la potencia del ruido que la corrompe”.
Estoy cómodamente instalada en el sofá de mi piso de la rue Keller en el XI distrito de París. Son las diez de la noche del viernes 13 de noviembre de 2015 y recibo una llamada de mi mejor amiga, Charlotte, que vive en las Antillas francesas, a miles de kilómetros. “Tía, ¿dónde estás? ¡Que están disparando a gente en tu barrio!”. No entiendo nada. “Enciende la tele”, me dice. Pongo BFM TV, un canal de información continua. Un comando terrorista está llevando a cabo atentados en diferentes puntos de la ciudad, hay ya decenas de muertos, las autoridades piden a la población que no salga de casa. Tengo la sangre helada. Uno de los atentados ha ocurrido rue de Charonne, a 500 metros de mi casa, en la terraza del muy querido y popular bar La Belle Équipe; los cadáveres, cubiertos con mantas de aluminio, yacen esparcidos por el suelo. Solo hay muerte y estupor. No parece real. Las imágenes y los relatos que llegan desde el Bataclan terminan de sumir a todo el país en el horror. Entiendo, como todos los franceses, que a partir de esta noche nada seguirá siendo igual.
Mi madre nació en un pueblo de la ribera de Navarra en 1942, tierra de agricultores. Era una niña inquieta, pero cuando cumplió 15 o 16 años (no tengo clara la edad exacta, ella no lo recuerda ya) sus padres decidieron que dejara de estudiar. Una de las monjas que llevaba la escuela fue a hablar con mi yaya, pero no lo consiguió. Mi madre fue educada para ser ama de casa. Y así transcurrió su vida. Siendo ella como era, llegó a la excelencia, a pesar de su frustración, y educó a su hija para que jamás fuese como ella. “Estudia hija, estudia. Sé independiente. No dependas jamás de un hombre”. Gracias a mujeres como ella, las mujeres de hoy hemos podido pensar en nuestro propósito de vida y elegir si queremos quedarnos en casa o tener un futuro profesional fuera. Y así educamos a nuestras hijas. Por ello, cuando leo las noticias de Afganistán, se me hiela la sangre. Mujeres y niñas encarceladas en sus casas, atrapadas entre ropajes que muchas veces no dejan ver ni sus ojos, reducidas a receptáculos para engendrar hijos. No pasa en una esquina oculta del mundo. Sucede en el escaparte global, y lo vemos gracias a los pocos que luchan para que su situación no caiga en el olvido. Yo puedo hacer poco y unos pueden hacer mucho. Lo que puedo hacer hoy es traer este tema de vuelta a la agenda y rogar a nuestros políticos para que ayuden a las mujeres y niñas de Afganistán. Sus hijas podían haber tenido la mala suerte de nacer allí.
En el cuerpo de Harris Dickinson (Londres, 29 años) hay varios tatuajes. En su hombro derecho, como se puede ver en alguna de sus películas, se puede leer “KES”, en referencia a la película homónima de 1969 de Ken Loach, que también era el filme favorito de Krzysztof Kieslowski. Eso sí es una declaración de intenciones. Festival de cine de San Sebastián. Urchin, el debut en el largo como director de Dickinson —que se estrena este viernes en salas comerciales—, se proyecta en la sección Perlak, y el londinense atiende a la prensa. Así que cuando se le pregunta por el tatuaje, levanta la manga corta de su camiseta, y luce orgulloso el referente. “Loach es uno de mis chicos”, ríe.
Paqui está sentada en una silla frente a una casa y pegada a la calzada, móvil en mano. Paqui se llama oficialmente Francisca Jiménez Fernández, tiene 49 años, y aunque su cuerpo emite cierta señal de indolencia y en su cara mande una sonrisa triste, sus ojos chispean: le va la ironía. “Yo acepté salir en la película para quitarme de aquí, porque tengo ilusión de ser alguien en el mundo”, dice. En pantalla se vio “muy bien”, aunque acabó harta de tantas repeticiones en el rodaje. “Con la peli se verá que los de la Cañada no somos monstruos, ni personas malas. Queremos salir de aquí y, si es con ayuda, mejor. Así también verán lo que es vivir en el chabolismo y entre drogadictos”.
Ben Collins (Massachusetts, 1988) es el presidente ejecutivo de The Onion, el principal medio satírico de EE UU. “Di que somos como Charlie Hebdo, pero mejores”, advierte para que la audiencia europea entienda lo que hacen en The Onion. Collins fue durante más de una década periodista tecnológico centrado en desinformación y conspiraciones en el Daily Beast y la cadena NBC.
Dice el antropólogo e investigador Tomás Criado (Madrid, 44 años) que una ciudad acogedora es aquella en la que no haya que asimilarse. “La asimilación siempre es un proyecto violento”, advierte el coordinador del Departamento de Umbrología de Barcelona, una institución especulativa para el estudio y la intervención de la vida urbana de las sombras que, durante dos años, realizará una serie de talleres colaborativos y finalizará con un Festival de las Sombras en 2027.
Costa no pensar en el monòleg de Phoebe Waller-Bridge a Fleabag (2013) cada vegada que la narradora de Soc fan (2022) obre la boca. A les dues protagonistes les agermanen la imperfecció, la moral discutible i la confessió sense filtres: són antiheroïnes del segle XXI, arquetips totalment nous que sense la formació d’una consciència feminista, o postcolonial (en el cas de Soc fan), mai no se’ns haurien aparegut en una obra literària.
Soc fan Sheena Patel Traducció d’Elena Ordeig Vila Jaŋde Editorial. 240 pàgines. 22 eurosCircula por Facebook una foto reciente de Georg Friedrich Haas (Graz, 72 años) en un conocido tablao flamenco del centro de Madrid. “No exagero si digo que fue una de las experiencias musicales más intensas de mi vida”, confiesa el compositor austriaco en un salón sin ventanas del Auditorio Nacional. “Me pareció que esa libertad expresiva no pertenecía a ninguna ideología ni canon centroeuropeo”. Haas es hijo y nieto de nazis, por lo que toda su música nace del instinto de supervivencia de lo que en sus memorias describe como el “horror heredado” durante una infancia en la que sufrió abusos físicos y sexuales. “Mis padres fueron unos criminales”, afirma con total serenidad. “Llegué a esa conclusión tras un largo proceso de asimilación, marcado por la vergüenza y el miedo. Durante años no pude hablar de ello con palabras, solo con música”.
“No pareces gitana”. Es el piropo envenenado que más veces ha escuchado a lo largo de su vida Eva Montoya (Madrid, 45 años), guionista de la película documental Pendaripen (historia en lengua romaní) y primera mujer perteneciente a esta comunidad diplomada en la Escuela de Cinematografía y Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM). Pendaripen, que estrenó ayer jueves en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y hoy viernes llega a las salas comerciales, es el primer gran relato audiovisual de la historia del pueblo gitano: sus seiscientos años de presencia en la Península Ibérica, con sus consiguientes seis siglos de leyes de rechazo, persecución y señalamiento.
Pensar en cómo pensamos es un acto vertiginoso que nos precipita en en un abismo sin fin. El neurocientífico británico Iain McGilchrist ha dedicado décadas de estudio a este problema esencial y al parecer insoluble. El resultado es un libro admirable y necesario, y uno de los más importantes ensayos de las últimas décadas. McGilchrist argumenta, apoyado por una colosal biblioteca de pruebas científicas que abarcan en esta edición casi 200 páginas de bibliografía, que los dos hemisferios del cerebro humano pueden considerarse, en términos generales, como lógico y creativo; el hemisferio izquierdo orientado a los detalles y el derecho orientado al conjunto.
El Maestro y su emisarioIain McGilchris Traducción de Dulcinea Otero-Piñeiro Capitán Swing, 2025 Reseña de Alberto Manguel 1.088 páginas, 32 eurosLa guerra de Sudán irrumpió de golpe en abril de 2023, y desde entonces se estima que han muerto unas 150.000 personas. El conflicto enfrenta a las Fuerzas Armadas de Sudán y a las Fuerzas de Apoyo Rápido, que cuentan con apoyo armamentístico y financiación por parte de Emiratos Árabes Unidos y perpetran masacres cuyo rastro sangriento se puede ver desde el espacio. Este conflicto ha quedado enterrado bajo los escombros de la convulsa actualidad. Pero para la periodista y escritora Nesrine Malik, la guerra de Sudán está muy presente. Nacida en Jartum hace 50 años, a los 20 se fue al Reino Unido, donde ha desarrollado su carrera, y ahora es columnista en The Guardian. Explica cómo le afectó: “Me sentía muy afortunada de tener una vida en Occidente, pero yo tenía mi hogar en otro lugar, tenía lo mejor de ambos mundos, con lo cual no me planteaba mucho mi identidad. Cuando empezó la guerra sentí que por fin había llegado a Occidente, porque ya no tenía otro lugar al que ir”, relata Malik antes de participar en un debate en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Hace 20 años, en 2005, la cadena estadounidense NBC estrenó The Office. La comedia que lanzó al estrellato a Steve Carell era una apuesta atrevida. Su estilo de falso documental y su peculiar humor incómodo ya estaba en la The Office original, la que firmaron Ricky Gervais y Stephen Merchant en 2001 para la BBC. El tiempo convirtió a aquella comedia repleta de gags y personajes inmortales, capaces de superar las barreras espaciales y temporales, en una de las series más vistas en plataformas año tras año. Su espíritu, y algo más, está ahora en The Paper (estreno el viernes 14 en SkyShowtime).
En uno de esos planos que un día fueron bonitos —cuando lo compuso el primero de los cineastas o, a lo sumo, el primero y el segundo—, y que ahora no pueden resultar más remilgados, cargantes y derivativos, una mujer pasea por un campo y acaricia con su mano las espigas de trigo, o las flores, o las hierbas altas, en un encuadre que corta las partes de arriba y de abajo de su cuerpo y en el que refulge la luz del sol.
Die My LoveDirección: Lynne Ramsay.
Intérpretes: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Sissy Spacek, Nick Nolte.
Género: drama. EE UU, 2025.
Duración: 118 minutos.
Paul Urkijo se ha hecho un loable hueco en el cine español con un tipo de película que no hace nadie más: fantasía de época, mitología vasca, cuentos ancestrales, terror de bosque, dolor de seres humanos desfavorecidos. Películas tan influidas por la historia de su tierra y la mitología euskaldun como por el cómic, la novela de aventuras y el cine de fantasía. Así eran la singular Errementari (El herrero y el diablo) (2017) y la notable Irati (2022). Con Gaua repite fórmula, pero esta vez con una película de tesis social, y además expuesta desde el inicio: sociedades patriarcales, violencia de género y sororidad, viajando desde el siglo XVII.
GauaDirección: Paul Urkijo Alijo.
Intérpretes: Yune Nogueiras, Erika Olaizola, Elena Irureta, Xabi López.
Género: fantasía. España, 2025.
Duración: 87 minutos.
Belén arranca con una secuencia de genuino terror en la que se ve a una joven escuálida partida por el dolor entrar en un hospital ayudada por su madre. Lo que le ocurre en ese hospital de la provincia argentina de Tucumán cuesta digerirlo: un aborto espontáneo acaba con la joven detenida y acusada de homicidio.
BelénDirección: Dolores Fonzi.
Intérpretes: Dolores Fonzi, Camila Plaate, Laura Paredes, Julieta Cardinali.
Género: drama. Argentina, 2025.
Plataforma: Prime Vídeo.
Duración: 105 minutos.
Estreno: 14 de noviembre.
La Liga F empezó en agosto su cuarta temporada como competición profesional, una condición que faculta a los equipos a explotar los derechos audiovisuales y comerciales y manejar los ingresos que genera el torneo. Esta campaña es la primera en la que el campeonato no recibirá subvenciones públicas después de que el Gobierno destinara casi 40 millones de euros para que los clubes mejoraran sus infraestructuras e impulsaran la puesta en marcha de la Liga. EL PAÍS ha recopilado los datos de asistencia a estadios de las webs especializadas Flashscore y Soccerdonna y de la empresa de estadísticas deportivas Opta, unas cifras que la patronal no quiere compartir bajo el pretexto de que “se pueden malinterpretar”, según explica una portavoz. El análisis de este diario muestra que la concurrencia de aficionados a los campos es pobre, con solo 1.227 personas de media por encuentro este curso en las primeras diez jornadas, por debajo de las 1.660 registradas en la 2024-2025. También existe una dependencia extrema de los hinchas que atrae el Barcelona y de los que el Athletic reúne en San Mamés cuando abre el estadio para que jueguen las leonas. Los dos conjuntos llevaron a sus recintos a 177.400 aficionados la temporada anterior, lo que representa un 45% de los 398.300 que estuvieron en un partido del campeonato, en el que el Barça levantó su sexto título consecutivo.